Mejor pedagogía Se requiere cambiar la pedagogía a todos los niveles de nuestro sistema educativo y de trabajo. Los recursos para que nuestros estudiantes y trabajadores aprendan serán la mejor inversión posible. La COVID-19 puso de presente los problemas de escuelas y colegios que atienden a poblaciones sin acceso a Internet y computadores. Los profesores, en la mayoría de los casos, no estaban preparados y les ha tomado tiempo adaptarse; acostumbrados a la clase presencial, no tenían una estrategia pedagógica comprobada para dar clase virtual, que será una clave del futuro. Transmitir conocimientos a distancia es difícil. Disponer mental y físicamente a los estudiantes para que los aprovechen, aún más. Ambas labores involucran la responsabilidad y eficacia a los papás, que tampoco estábamos preparados. Debemos saber cómo se aprende en este sistema mixto, presencial-virtual. Las velocidades de adaptación de maestros, tareas, pruebas, alumnos y padres de familia son distintas, inconsistentes y matizadas de conflictos. Algo similar sucede con el trabajo a distancia y los jefes. Los padres de familia aprendieron que son un eslabón esencial y dinámico de la educación. El desempeño sobresaliente de los niños demanda un involucramiento concienzudo y orientado a resultados. Esto es claro en el enfoque asiático, e infrecuente en el latinoamericano. Las diferencias en resultados son evidentes. Por el lado de los educadores, aprenderán a utilizar con eficacia las herramientas virtuales, para complementar la educación presencial y mejorar el acceso y la calidad en zonas remotas. A los estudiantes, ojalá la cuarentena les haya enseñado que cada uno es responsable de lo que aprende; y que deben aprender a adaptarse a nuevas formas de adquirir conocimiento. Mejor Estado En el proceso de resolver los retos de la COVID-19, los gobiernos cometieron errores. La primera lección fue reconocer la propia ignorancia y la poca información disponible. Los gobiernos tienden a ser soberbios. Pero la lección de humildad y la disposición a aprender sobre los retos y las posibles soluciones dio frutos. Hasta el presente, la organización pública ha sido eficaz en aplanar la curva, enseñarnos disciplina social, transmitir responsabilidad, empatía y solidaridad. No a todos, pero sí a la mayoría. El Estado es una organización altamente compleja, que involucra al presidente, gobernadores, alcaldes y un sinnúmero de entes nacionales; la disposición de aprender de aciertos y errores, de reaccionar ante la nueva información es un resultado notable. Han surgido liderazgos a nivel nacional y local que merecen reconocimiento. Según las encuestas, la gente valora más a sus líderes en tiempos de crisis que en la normalidad. La COVID-19 demostró que el gobierno no es estático; se adapta, aprende de sus carencias y limitaciones, coordina a la población y promueve una disciplina que ha resultado esencial. Los ciudadanos dejamos de quejarnos y nos dispusimos a aprender del virus y de los comportamientos eficaces. Falta aún mucho para el final; lo cual quiere decir que seguiremos aprendiendo. Mejores empresas Había una inmensa ignorancia y desconfianza entre la población sobre lo que eran y hacían las empresas. La COVID-19 le ha enseñado a la sociedad a valorar a sus compañías y sus puestos de trabajo. Antes dábamos por hecho que las empresas usufructuaban nuestro apetito por las lechugas, las cervezas, los pasajes de flota y avión, etc. Aprendimos que cualquier día sus ventas pueden parar. La economía hay que crearla cada día, una transacción a la vez, hasta que sumen millones de intercambios. Los jóvenes y muchos mayores desconfiaban de las empresas y las veían como organizaciones dedicadas a enriquecerse. Ahora entienden que estas se reinventan todos los días. Todo empresario toma riesgos y prepara a una organización para aprender de nuestras necesidades. Si mañana no podemos salir a la calle, sus peores temores se materializan: pierde el capital invertido, años de pensar y sufrir para que su organización sobreviva, así como la capacidad gerencial desarrollada. Si tiene éxito, el 90% o más de lo que vende se traduce en sueldos de empleados, arriendos, intereses a los bancos, compras de insumos, pagos de parafiscales e impuestos. El 10% que le queda al emprendedor se lo tiene bien ganado. Aprender que las empresas son procesos continuos de aprendizaje es inestimable. Aprender a aprender El malestar actual puede ser el precio que pagamos por aprender cómo educarnos, gobernarnos y emprender mejor. El costo de la COVID-19 puede ser ampliamente superado por los beneficios de estas lecciones transformadoras, que reportarán una sociedad y una economía mejores.  Volver a la página principal del especial Colombia en movimiento.