Mijito, tiene que aprovechar esa oportunidad", es la frase que con más insistencia han escuchado siete bachilleres de los colegios de la asociación Alianza Educativa desde que ingresaron becados a la Universidad de los Andes. La frase les recuerda el compromiso que entraña ser los privilegiados que tuvieron la suerte de ingresar a una de las universidades más prestigiosas y caras del país. Salvo otros dos compañeros, que ingresaron a la Universidad Nacional, 173 jóvenes de la Alianza Educativa no tienen un panorama claro en su futuro. Estos siete jóvenes encarnan, sobre todo, el resultado de los esfuerzos de Alianza Educativa, una iniciativa impulsada por los colegios Nueva Granada, San Carlos, Los Nogales y la Universidad de los Andes, que administran cinco colegios en zonas marginales de Bogotá, donde pretenden replicar exitosos modelos de educación privada. El proceso comenzó hace dos años y su apuesta es por el futuro. Así lo ratifica Helver Rodríguez, nuevo estudiante de arquitectura en Los Andes, quien seis meses atrás no albergaba muchas esperanzas de alcanzar la educación superior. "Creía que en eso sólo podían pensar los ricos", dice. Y es que en su barrio, Las Cruces, ser estudiante universitario, sobre todo de una institución privada, es visto como algo más que exótico. "Casi todos estos jóvenes son los primeros de sus familias en acceder a universidad", afirma María Cristina Hoyos, decana de estudiantes de Los Andes y una de las gestoras del proyecto. En un país donde anualmente 1.200.000 jóvenes deberían entrar a la educación superior, pero de ellos sólo lo logran 250.000, no cabe duda de que estos siete jóvenes son algo especial. "Mi única posibilidad era buscar un cupo en una universidad pública", afirma Carlos Gil, estudiante de ingeniería y bachiller del colegio Jaime Garzón, de Britalia, un barrio al sur de la ciudad con calles sin pavimento. Sus excelentes resultados en la prueba del Icfes le brindaron la posibilidad de estudiar en la misma universidad donde estudia Jerónimo Uribe, el hijo del Presidente. Y aunque parece que siete estudiantes de más de 180 es un porcentaje ínfimo hay que saber lo que eso representa para estos jóvenes de estratos 0, 1 y 2. "La mayoría de mis amigos están en la casa sin hacer nada. No tienen ninguna opción", comenta Sandra Hidalgo, quien se prepara para escoger entre ciencia política y economía en Los Andes. Estos siete estudiantes, algunos de física, otros de filosofía o de ingeniería, reciben como beca dos terceras partes de la matrícula y adquieren el compromiso de pagar el resto a partir de un año después de que se gradúen. Pero el privilegio de estudiar conlleva otros costos: fotocopias, libros, transporte y alimentación. Esos gastos se sufragan mediante un fondo administrado por la universidad. No es mucho, apenas para sobrevivir, pero busca que los estudiantes se convenzan de que todo depende de su propio esfuerzo. "Ellos no pueden esperar que por ser pobres todo se les regale; ellos mismos deben saber que su éxito en la universidad depende de sí mismos, que la cuestión no es de plata sino de ganas", sostiene la decana Hoyos. Y recuerda casos de muchos estudiantes con dinero de sobra que han fracasado en sus estudios. Con la oportunidad brindada a estos jóvenes también se busca enviar un mensaje a los niños que se van a graduar en el futuro de los colegios de la Alianza. "Se trata de decirles que sí hay futuro, que no hay razón para pensar que luego de salir del colegio la vida se acaba. Y, sobre todo, que el esfuerzo al final es recompensado", explica Leopoldo González, alma y nervio de Alianza Educativa. De hecho, en el cumplimiento de esa idea está su principal reto.