Hay momentos en la historia política de los países en que los vientos de alta mar se cruzan y se requiere el temple y la pericia de un buen capitán. A Iván Duque, presidente electo de Colombia, le tocará asumir el timón en medio de un mar agitado, donde el talante de su liderazgo será definitivo en el rumbo que tome el país. Es un capitán joven que tendrá que saber leer los vientos de una sociedad que pide cambios, manejar el fuerte oleaje de la oposición y enfrentar las corrientes subterráneas de una política que se niega a reformarse. Duque llega al poder en una coyuntura muy especial: un país polarizado, una paz inestable y una economía frágil. Su triunfo en las urnas tiene que convertirlo ahora en una conquista política con los que no votaron por él. En su primer discurso como presidente electo mandó claramente ese mensaje. Ahora le toca realizarlo. Para crear un Gobierno de consenso, que apacigüe la polarización y permita sacar adelante las reformas, Duque debe moverse más al centro. En los últimos años en Colombia han cambiado muchas cosas. El proceso de paz, las redes sociales, el avance de las clases medias, entre muchos otros factores, han hecho emerger una nueva ciudadanía. En los territorios, en los estratos medios, en los jóvenes hay un mayor empoderamiento y en la sociedad un vínculo más emocional con la política. No es casualidad que, en la era del populismo, en Colombia el miedo haya sido un factor determinante en la última elección y que, por primera vez en muchas décadas, se enfrentaran a la presidencia dos modelos muy distintos de país. Puede leer: Elecciones 2018: Un voto por el cambio Duque tendrá que ponerles el pecho a esos nuevos vientos, algunos huracanados. Las cualidades que demostró como candidato no serán las mismas que requerirá como presidente. Primero tendrá que buscar un equilibrio entre los versos declamados a lo largo de su campaña y la prosa necesaria para gobernar. Todo candidato cabalga sobre las expectativas y las utopías que cautivan al elector, pero el gobernante se enfrenta a las realidades y dificultades que decepcionan al ciudadano. El nuevo presidente tendrá que hacer gala de un hábil malabarismo político. ¿Cómo hacerle ajustes al proceso de paz sin que las Farc se sientan traicionadas y vuelvan a las armas? ¿Cómo bajar impuestos sin poner en riesgo la estabilidad fiscal? ¿Cómo alejarse de Uribe sin ser ingrato o tildado de desleal? ¿Cómo generar un consenso político sin generar polarización? ¿Cómo hacer una reforma pensional sin subir la edad de pensión? ¿Cómo manejar el Congreso sin mermelada? Tendrá que resolver esos y otros grandes dilemas, sobre todo, en su primer año de gobierno. Duque demostró ser un hombre serio, estudioso y con carisma. Una vez entre a la Casa de Nariño, tendrá que demostrar su talante y su carácter, dos requisitos esenciales para gobernar y lograr estatura de hombre de Estado. Estos son algunos de los retos para el liderazgo del nuevo presidente. 1. La sombra de Uribe La gran incógnita de Duque es Uribe. Por haber sido su mentor y jefe hay una gran expectativa frente a qué tan independiente va a ser el nuevo presidente. Duque le tiene gratitud y admiración, y seguramente mantendrá una buena relación con él. Por corazón, por lealtad y por interés. No es absurdo pensar que no quiere transitar el camino de espinas de Juan Manuel Santos en ese sentido. Pero en política los símbolos y las acciones cuentan. Uribe polariza y eso sirve en elecciones, y Duque necesita convocar y eso es necesario en el gobierno. Uribe también debe saber que su discípulo requiere ese espacio vital y que su cercanía es contraproducente. Porque así como Venezuela y Nicolás Maduro fueron uno de los jefes de campaña de Duque a la presidencia, Gustavo Petro y la izquierda deben estar frotándose las manos para que Uribe se convierta en su jefe de campaña en los próximos cuatro años.

Álvaro Uribe deberá entender que la cercanía con su discípulo le resultaría contraproducente y que el nuevo presidente necesita espacio vital. Gustavo Petro capitalizó las demandas sociales y a rabia contenida. La oposición, en los próximos cuatro años, saldrá a las calles. 2. Girar al centro Los colombianos se preguntan qué tipo de gobierno tendrá Duque. Muchos creen, no sin razón, que un discípulo político de Uribe, gestado políticamente en el Centro Democrático, va a gobernar en la derecha. Pero esas lógicas suelen ser falaces en la realpolitik. Para edificar un gobierno de consenso, que apacigüe la polarización y que permita sacar adelante las grandes reformas, es necesario moverse más al centro. Quedarse en la derecha aislaría al gobierno y le enredaría la gobernabilidad. Aun si cuenta con las mayorías, en el Congreso hay fuerzas políticas diversas y reformas de tal calado (como la pensional, la de consultas, la tributaria, la política, la de la justicia, etcétera) que requieren sólidos consensos políticos. Moverse al centro con algunas banderas liberales también puede quitarle algo de oxígeno a una izquierda que ha demostrado sintonizarse con las clases medias y tener gran capacidad de movilización en las calles. Un desenlace deseable en cuatro años sería que si bien un uribismo de derecha llevó al poder a Duque en un país polarizado, un duquismo de centro dejó un país más tranquilizado (al menos políticamente). Y este nuevo ajedrez evitaría en gran medida un nuevo pulso electoral entre dos extremos. 3. El gabinete de Duque El primer gran mensaje sobre el talante del nuevo gobierno será la conformación del gabinete. El fantasma del uribismo, la juventud de Duque y los interrogantes sobre su independencia hacen que la decisión de quién rodee al nuevo presidente contenga un gran simbolismo político. No será una determinación fácil, pues dejará con los crespos hechos a muchos políticos con ilusión de alguna tajada de poder, empezando por los partidos tradicionales y varios de los expresidentes. No le debe la elección a ninguno de ellos. La segunda decisión será, como ya lo anunció, escoger un grupo de jóvenes técnicos y con gran representación femenina. Aquí tendrá que encontrar un balance entre jóvenes pilos y de bajo reconocimiento con nombres de más trayectoria, que proyecten confianza y credibilidad. El gobierno de un presidente joven necesita alguna dosis de experiencia en ciertos cargos claves como Defensa, Hacienda, Interior, en los que el manejo con el Congreso requiere uno que otro quilate en el sector público. La tercera decisión es la más compleja: qué hacer con mucho personaje que lo acompañó en la campaña, pero que puede opacar un gobierno que pretende tener un aire juvenil. Para evitarlo, algunos representantes del uribismo radical o nombres como el del exprocurador Alejandro Ordóñez tendrán que quedarse en la banca o el servicio exterior sería su mal menor. De lo contrario, le lloverán rayos y centellas. 4. Un gobierno sin reelección El gobierno de Duque vuelve a ser de cuatro años, después de ocho de Uribe y ocho de Santos. Y esa circunstancia cambia muchas cosas en el paisaje político. Lo primero es que el gobierno llega solo a gobernar y no a gobernar y reelegirse. Antes los gobiernos tenían dos años para gobernar y dedicaban los otros dos a mucho clientelismo y transacciones con los congresistas y mandatarios regionales para aceitar las maquinarias. La lamentable experiencia de la reelección tiene a varios expresidentes de América Latina sub judice por corrupción en la financiación de sus campañas. Pero sin reelección los tiempos se acortan. Por eso el gobierno de Duque tendrá que trabajar intensamente en el primer año para pasar las reformas en el Congreso cuando tiene capital político y los vientos de cola de su popularidad. En gobiernos de cuatro años, revivir con fuerza el balance de los 100 días que implantó Roosevelt en 1933 para imponerle ritmo e identidad al gobierno no es descartable. Pero es bien conocido en los pasillos del Capitolio que su dieta burocrática y presupuestal dura hasta el primer año del nuevo gobierno. Así que cuando los congresistas saquen los colmillos y empiecen a extorsionar al nuevo presidente, este se enfrentará a su primer gran reto si quiere cambiar la manera de hacer política en Colombia. 5. La oposición El presidente Duque llega al poder en un país donde una ciudadanía ha salido a flote luego de estar oculta y silenciada bajo el fuego cruzado del conflicto. El fenómeno electoral de Petro no solo radica en su poderosa capacidad dialéctica. Es producto del crecimiento de las clases medias, del entusiasmo de los jóvenes, del impacto de las redes sociales, de los derechos adquiridos que no se quieren perder, de un sentimiento antiestablecimiento, y de una política mucho más emocional que ha venido sacudiendo las democracias en todo el hemisferio occidental. En Colombia, por ejemplo, la categoría social que emergió luego del proceso de paz no fueron las víctimas, sino el territorio. Lo hemos visto con las más de 70 consultas populares hoy vigentes en la lucha por el subsuelo o cómo los ríos hoy son sujeto de derechos. Petro supo capitalizar esas demandas sociales y esa rabia contenida. Si bien de sus 8,3 millones de votos casi la mitad son votantes antiuribistas y no petristas, quedó claro que en los próximos cuatro años la Colombia Humana, la Alianza Verde y el Polo harán oposición política en las calles con los sindicatos, los movimientos sociales, indígenas y, sobre todo, con las clases medias urbanas. Petro ganó en 13 capitales de departamento, incluyendo Bogotá, Cali, Barranquilla, Santa Marta y Cartagena, y la mayoría de su votación estuvo en los estratos 3, 4 y 5. Petro será para Duque lo que Uribe fue para Santos, con la diferencia de que Santos y Uribe eran dos representantes del establecimiento y Petro es el símbolo del antiestablecimiento. Y con otra diferencia: con el nuevo Estatuto de la Oposición, Petro, Robledo, Mockus y demás líderes opositores tendrán mucho más espacio en televisión y radio que en el pasado. Frente a esta realidad, Duque tendrá que volcarse a la gente y los territorios. No solo con una respuesta de mayor seguridad, que la encarna, sino frente a unas políticas de inclusión que le permitan cautivar muchos sectores que hoy lo ven con desconfianza por ser el hombre de Uribe.

El presidente electo Iván Duque se reunió en la Casa de Nariño con el mandatario saliente Juan Manuel Santos. Foto: Juan David Tena / SIG 6. El futuro de la paz Desde el comienzo de su campaña Duque ha planteado que el acuerdo de paz necesita ajustes. Estigmatizado por la izquierda como el hombre que quiere hacer trizas los acuerdos y alabado por la derecha para que enderece una justicia transicional que hizo a las Farc a su medida, Duque tendrá que saber navegar en esas dos aguas. La de tratar de hacerle ajustes al acuerdo y la de cambiar lo acordado e incumplirles a las Farc ante el mundo. Duque ha planteado dos temas gruesos: la conexidad del narcotráfico con delitos políticos, que haya penas proporcionales para los autores de crímenes de lesa humanidad, y que los exguerrilleros que participen en política hayan sido condenados por la justicia transicional. El candidato del Centro Democrático se ha mantenido firme en esos cuestionamientos. Pero Duque presidente tendrá que evaluar muy bien hasta dónde estira la cuerda del proceso. Porque ni él quiere pasar a la historia como el sepulturero de la paz en Colombia ni tampoco ser el que llevó a los peligrosos mandos medios de las Farc de nuevo a la guerra porque el Estado les hizo conejo. Ya varios congresistas de Estados Unidos y de la Unión Europea han abogado por salvar el proceso de paz, y la Corte Penal Internacional está muy atenta a que si la JEP queda eunuca por falta de leyes que tramite el Congreso, la fiscal de esa corte podrá empezar a mirar los casos de cientos de militares y guerrilleros que no ha juzgado la justicia transicional. El nuevo presidente también tendrá que evaluar el desgaste político que quiere darle a este tema en el Congreso, cuando necesitará en su primer año de gobierno todo el oxígeno, concentración y margen de maniobra para sacar adelante grandes reformas. La gobernabilidad del país ya tiene suficientes retos con el crecimiento del narcotráfico, la crisis humanitaria de Venezuela, la implementación de la paz, las bandas criminales y tantos otros flagelos como para sumarle que las Farc vuelvan al monte. 7. ¿Qué hacer con Maduro? Mientras estuvo en campaña, Duque fue categórico en su rechazo a la dictadura venezolana de Nicolás Maduro. Llegó al punto de denunciar a éste ante la Corte Penal Internacional con otros 76 congresistas y, en el fragor de la primera vuelta, se reunió en la frontera con María Corina Machado, una reconocida y valiente opositora del régimen chavista. Y ya de presidente electo decidió no nombrar embajador a Caracas hasta que volviera la democracia. Marca una pauta diplomática de rechazo a un gobierno ilegítimo y cada día más aislado del hemisferio. Sin embargo, para Colombia –y en particular para el nuevo presidente– el tema de Venezuela es mucho más sensible que para cualquier otro país. La tragedia humanitaria de Venezuela es el primer problema de seguridad nacional, quizá con el aumento de los cultivos ilícitos. Los más de un millón de venezolanos que han llegado (y los que faltan) están afectando el sistema de salud, la educación, la informalidad y hasta la criminalidad. Duque no solo tendrá que enfrentar este drama social y económico, sino que tendrá que capotear a un presidente Maduro que busca, desesperadamente, tener un verdadero enemigo externo que le sirva de cortina de humo para ocultar el colapso de su régimen y su propia incompetencia. Ese enemigo es Colombia, y qué mejor que con el nuevo gobierno de Duque, cuyo mentor, Uribe, es el coco de los chavistas y del propio Maduro. Duque tendrá que encontrar una fina línea entre el rechazo moral y la provocación política, entre el antagonismo ideológico y la cooperación fronteriza que afecta a 3,5 millones de personas. Lo único que no necesita Colombia es un conflicto con Venezuela, y para eso Duque tendrá que hacer gala de una estrategia diplomática inteligente que combine la firmeza de las convicciones y el pragmatismo de los intereses de Colombia. 8. La autoridad legítima Como jefe de Estado, Duque tendrá que recuperar el sentido de autoridad. En la Colombia del ‘usted no sabe quién soy yo’, de la cultura del atajo, donde cada día se irrespeta más a la fuerza pública, donde colarse en el transporte público se volvió costumbre, donde los criminales reincidentes los sueltan los jueces o los sacan de las cárceles por decretos de descongestión, donde la corrupción campea, hay una sensación de anarquía, de torre de babel, la figura del presidente juega un papel primordial. El presidencialismo también se palpa en su figura simbólica: una autoridad que haga respetar las reglas, lo que François Mitterrand consideraba la fuerza tranquila del Estado. No la fuerza bruta de los falsos positivos, de la violación de los derechos humanos o de la mano negra que tanto daño le ha hecho al país. El nuevo presidente tiene que darle la legitimidad y la confianza a la autoridad y el respeto a las reglas como una manera de aprender a convivir en medio de la diferencia y la pluralidad. 9. Su juventud A Duque le han criticado su juventud y su falta de experiencia. Los recientes casos de Barack Obama, Emmanuel Macron y JustinTrudeau demuestran lo contrario. Simbolizan un poder joven, un liderazgo fuerte y un espíritu de cambio en las democracias más importantes del mundo. En Colombia, una democracia en transición, Duque tendrá que ganarse ese espacio y demostrar que tiene la capacidad de inspirar a la sociedad, y las espuelas para que el Estado funcione. Una tarea titánica para un hombre de 42 años.