Voy a decir una barbaridad: hay que devolverle la política a los políticos. Más aún, la crisis económica mundial se debe, en gran medida, a que la política está siendo manejada por una nueva clase de gobernantes cuya naturaleza es apolítica: la tecnocracia. Mientras los últimos mohicanos del poder político están enfermos o retirados (Yeltsin, alcoholizado; Clinton, con delirios sexuales; Havel, con cáncer; Kohl y Gorbachov, jubilados; y Kissinger, dedicado a sus memorias) y los politiqueros de marras, esos sí, están multiplicándose como conejos (basta constatarlo en Colombia), el poder ha quedado en manos de un triunvirato de tecnócratas: los inversionistas, los especuladores y los economistas.Y, la verdad, sí que nos han sorprendido. En sólo una década ya tienen al mundo al borde del desastre. Luego del colapso del comunismo casi nadie se atrevió a cuestionar la fiebre liberalizadora de los mercados y el capitalismo salvaje promulgado a los cuatro vientos por los tecnócratas norteamericanos. Era como enfrentarse a la locomotora de la historia. Al fin y al cabo, como lo planteó Fukuyama, la economía había triunfado sobre la ideología.Así, en un abrir y cerrar de ojos, los políticos pasaron al polvoriento cuarto de San Alejo. Los nuevos protagonistas de la noticia eran los presidentes de los bancos centrales y los ministros de Hacienda y Finanzas (Cavallo, Foxley, Hommes y ahora Fraga). Los hilos del poder dejaron de moverlos en la Casa Blanca para ser manejados por los técnicos-doctores del Fondo Monetario y el Banco Mundial. Y, por supuesto, por los frenéticos yuppies de Wall Street. Todo parecía ir muy bien en los 90 hasta que la luna de miel de la tecnocracia tuvo su primer coitos interrumptus: la crisis asiática. Y sólo ahí comprobamos el frágil e incierto orden económico mundial que estaban tejiendo los artífices de la tecnopolítica. Los culpables de la crisis asiática _que se extendió como pólvora a Rusia y América Latina_ no eran, como siempre nos han dicho en Washington, los folclóricos gobiernos en desarrollo sino las medidas de choque dictadas desde el templo de la tecnocracia: la banca internacional. La falta de visión política de estos economistas y sus severas medidas de austeridad, como el alza de las tasas de interés y el estrangulamiento fiscal, llevaron a la bancarrota a varios países. Al respecto, Jeffrey Sachs, uno de los más respetados economistas de Harvard, dijo que esas medidas de choque impulsadas por el Departamento del Tesoro y el Fondo Monetario son las responsables de la recesión del mundo en desarrollo. Tan contraproducentes habrán sido dichas políticas que hasta el propio Banco Mundial puso en tela de juicio la traumática intervención que su hermano gemelo, el Fondo Monetario, hizo en el sureste asiático. Y el Banco Mundial también se dio golpes de pecho porque sus programas de ayuda en Indonesia no tuvieron en cuenta el contexto político ni la galopante corrupción del régimen de Suharto. Y claro, empeoraron la crisis.Estaban "enceguecidos" (como lo dijo un informe interno de este banco) por los índices de crecimiento del país. Sin darse cuenta, el autor del informe dio en el clavo: cuando ya sabíamos que los políticos son tuertos en el manejo económico, con la actual crisis económica mundial quedó claro que los economistas son ciegos para el manejo político. Este capitalismo de laboratorio de los tecnócratas, que ha vuelto demasiado vulnerables los mercados a los volátiles flujos de capital, fue una de las principales preocupaciones de la última cumbre de líderes en Davos (Suiza). Allí se planteó la necesidad de restablecer los controles necesarios para defender al ciudadano de los desequilibrios del capitalismo global. Es decir, llegaron a una conclusión política: que la economía debe estar al servicio del hombre y no que el hombre sea un títere, y de paso una víctima, de las fuerzas del mercado. Lo cierto es que no vamos por buen camino. El célebre economista Paul Krugman lo viene advirtiendo sin que le paren muchas bolas: "La economía global ha vuelto a una situación de capitalismo en época de pre-Depresión". Preocupación que también comparte el pontífice del neoliberalismo y ahora intelectual filántropo, George Soros, quien en su más reciente libro se va lanza en ristre contra los peligros del capitalismo global. Y alerta, además, que una gran crisis puede estallar en cualquier momento. "Antes de producirse un infarto _le dijo Soros al diario Clarín_ lo primero que queda sin circulación es la periferia". Es decir, nosotros. ¿Será que la actual recesión es el latente presagio de una debacle económica? ¿Será que la tecnocracia nos tiene al borde de otro Lunes Negro similar _o peor_ al de 1929? Me desconozco diciendo esto pero, antes de que sea demasiado tarde: ¡Políticos, por favor, a la política!