Hace ya casi diez años, en la tarde del 5 de agosto de 2010, un derrumbe en la mina San José, en Chile, atrapó a 33 mineros a más de 700 metros de profundidad. Contra todo pronóstico, y luego de 69 días de encierro, lograron salir con vida. En los primeros días hubo incertidumbre total; no se sabía si habían muerto.

Mientras los mineros recibían alimentos por sondas, los ingenieros comenzaron a construir un túnel para sacarlos, que completaron el 13 de octubre. Uno a uno salieron los trabajadores por medio de una pequeña cápsula, una labor que duró 22 horas y 37 minutos. A las 9:55 de la noche salió el último, Luis Urzúa, el jefe del turno. Con motivo del aniversario de este rescate, SEMANA habló con él. A partir de su experiencia de encierro en la mina, reflexionó sobre la situación que atraviesa la humanidad.

SEMANA: ¿Cómo vivieron los primeros momentos luego del accidente? Luis Urzúa: En un principio no teníamos idea de cómo enfrentar esa crítica situación. Por mis años como minero y porque había tomado un curso sobre qué hacer al respecto, yo tenía un poco más de experiencia. Los primeros momentos fueron caóticos; nadie sabía qué hacer, cómo sobrellevar la catástrofe. Estábamos confinados bajo una gran roca. Los más jóvenes, que eran la mayoría, comenzaron a deprimirse y a desesperarse, quizás por la falta de experiencia. Eso fue complicado porque no era fácil explicarles la gravedad en la que estábamos. Después vino la incertidumbre: tampoco sabíamos qué iba a pasar con nosotros en el futuro cercano. SEMANA: ¿Qué hicieron para que esos sentimientos no se desbordaran? L.U.: Lo primero que hicimos fue reunirnos, conversar y encomendarnos a Dios. A lo mejor había compañeros que no creían en alguna religión; pero tener fe, tener esperanza en uno mismo, es ya creer en algo, y sirve para sobrellevar esos trágicos momentos. Orábamos con frecuencia, eso nos daba fuerzas para evitar la desesperanza. Siempre rondaba la idea de que podíamos morir. Y ahí fue importante el apoyo mutuo, en especial el de los más veteranos a los jóvenes. Conversábamos mucho, jugábamos, contábamos historias, chistes. Después de cinco días de incertidumbre, de pensar lo peor, supimos que estaban trabajando para rescatarnos porque sentimos una máquina en el techo de la mina. En ese momento empezamos a rezar por ellos, los únicos que nos podían rescatar. Es casi lo mismo que hoy hace la gente al pedir por la salud de los médicos, porque ellos son los únicos que pueden manejar la situación y salvarnos.

SEMANA: ¿En algún momento perdieron la esperanza? L.U.: Como grupo no. Porque nos apoyábamos mucho. Hubo algunos que en su momento se derrumbaron emocionalmente y se abandonaron a su suerte, pero las manos de otros compañeros los levantaron, para que no cayeran en la desesperanza. Les decíamos que había gente trabajando para sacarnos, que sus familias los estaban esperando, que había que luchar y tener coraje para poder sobrellevar la tragedia. Ahí es cuando uno se da cuenta de que la fortaleza física no va de la mano con la fortaleza emocional. SEMANA: ¿Cómo solucionaban los conflictos o roces? L.U.: Éramos 33 personas con distintas formas de pensar. Era complicado manejarlo, pero en un primer momento yo les dije que pasábamos por una situación difícil, de la que no sabíamos si íbamos a salir o no, y que hasta el final debíamos estar uno para todos y todos para uno. Como jefe de turno, me quité el casco, lo guardé en un cajón y les dije: ‘yo soy uno más de los 33’. Era importante que todos nos sintiéramos iguales. Por supuesto que hubo conflictos, sin embargo, conversábamos para solucionarlos, y la gente pedía disculpas.

SEMANA: ¿Qué lecciones deja la experiencia del encierro en la mina para el momento que ahora vivimos por cuenta del coronavirus? L.U.: Hay muchas diferencias entre ambas situaciones. Por ejemplo, en nuestro encierro no teníamos opción de salir, como sí lo pueden hacer las personas que hoy se encuentran confinadas. Pero a pesar de ello, hay muchas lecciones. Una es confiar en el trabajo de los demás: nuestras vidas dependían de los trabajadores que construían el túnel, así como hoy las vidas de los chilenos y de muchas personas en el mundo dependen del personal médico. Otra es el sentido de responsabilidad: lo nuestro no fue una opción. Hoy, algunos Gobiernos ordenaron a su gente encerrarse, pero siempre está la posibilidad de violar esa orden. Ahí es cuando tenemos que pensar responsablemente, y tener en cuenta qué daño podemos causarles a nuestras familias y a los demás si no seguimos las recomendaciones de quienes nos tratan de salvar. Debemos confiar también en la experiencia y la experticia. Muchos jóvenes salen de fiestas, consideran que el coronavirus es un chiste y no creen en los expertos. Es un error. Esta situación es grave. No sabemos lo que va a pasar el día de mañana y debemos confiar en la experiencia, de la misma manera como nosotros lo hicimos en la mina. Nuestra incertidumbre era total, pero confiamos. Todas estas lecciones tenemos que tenerlas presentes, porque hoy es el coronavirus; mañana será otro virus u otra enfermedad.

SEMANA: ¿Usted qué le dice a la gente que está deprimida, a los familiares que han perdido a alguien por el coronavirus? L.U.: Para mí es complicado dar un mensaje a los enfermos o a las personas que hasta el día de ayer tenían un familiar que ya no está con ellos. Desde mi experiencia, solo puedo decir que estas situaciones nos deben dar más fuerza para luchar, y más esperanza para seguir adelante. Y si uno sigue en pie, con vida, es porque uno tiene cosas por hacer acá; aportar algo para tener un mundo más feliz. Yo soy solo un minero rescatado de los confines de la tierra. Dios nos dio, a mí y mis compañeros, una segunda vida y nos dijo: ‘bueno, yo los voy a dejar con vida porque a lo mejor van a tener que, en su momento, decir algo’. Siempre me pregunté por qué me dio esta oportunidad. No había ninguna posibilidad de que nos pudieran sacar. Nosotros nos volvimos un símbolo de unidad, de esperanza y de fe. Alrededor de nuestro rescate se unió un país, se unió el mundo. Así que yo creo que en medio de la tristeza y la desesperanza que traen situaciones como estas siempre surgen cosas positivas para este mundo. SEMANA: ¿Cómo será el mundo cuando la pandemia culmine? ¿Qué debería hacer la humanidad después de este oscuro momento? L.U.: Todo el tiempo recibimos lecciones. La naturaleza y Dios siempre nos dan lecciones para que vayamos entendiendo cómo vivir. Es difícil comprenderlo en el momento; pero el día de mañana, cuando esto pase, entenderemos que debíamos aprender con el coronavirus. Quizás la lección sea que debemos tener mejores hospitales; gente más capacitada para trabajar en estas enfermedades. Creo que este tipo de situaciones se dan para que evolucionemos. A medida que cumplamos unas tareas, el ser supremo nos da otras para mejorar. Pienso que el coronavirus nos tiene que alentar a luchar contra la desigualdad. En este tipo de tragedias, la gente de menos recursos es la que más sufre.

SEMANA: ¿Cuál es su mensaje final? L.U.: Que en este momento el mundo se encuentra encerrado en una montaña, que es el virus. Una montaña muy grande que tenemos que cavar. Hoy debemos tener fe, esperanza y mucha fuerza para remover esa roca y así volver a la luz. Pero para eso tenemos que unirnos.