No se necesita ser feminista, de esas bigotudas que abominan a los hombres y que se la pasan mendigando a nombre de "la mujer" lo que no han podido ganarse como personas, para escandalizarse con las denuncias que la consejera de Estado, Aidée Anzola, hiciera la semana pasada contra algunos de sus colegas. Afirmó que el machismo le había "barajado" la presidencia de la corporación, y no pasó nada. O mejor dicho, sí pasó. Nombraron en su lugar a un caballero de apellido ídem, y no faltó quien opinara que la doctora Aidée era, sencillamente, "una vieja loca".La duda, sin embargo, quedó flotando en el ambiente. ¿A la consejera de Estado la derrotaron como persona, o como mujer? Si fue por lo primero, el problema es exclusivamente de ella. Pero si fue lo segundo, o sea, si a Aidée le frustraron sus aspiraciones por razones de machismo, el problema es de todos. Incluyendo a las mujeres que detestamos el feminismo, y a los hombres que acusan de feministas a cualquier mujer que se preocupa por la suerte de su sexo. Existen dos fuertes razones para pensar que en el Consejo de Estado imperó el machismo. La primera es que, salvo muy contadas excepciones, a la presidencia del Consejo de Estado se accede por orden de antiguedad, y el turno le había llegado a la doctora Aidée. La segunda es que cuando al consejero de mayor antiguedad le ha surgido un rival, a sala plena, para la elección del presidente de la corporación, llega el nombre que haya obtenido mayor cantidad de votos. Por Aidée Anzola votaron inicialmente 13 de 20 consejeros. Le faltó un voto para alcanzar la mayoría necesaria. Pero los "disidentes" no sólo no hicieron lo acostumbrado, es decir, plegarse ante la mayoría que favorecía el nombre de la consejera sino que insistieron en su oposición, hasta que tuvo que llegarse a un tercer candidato que dirimiera el impasse. Si el nombre del juego de los colegas de doña Aidée es "machismo" (y hay varios testimonios sobre declaraciones machistas escuchadas de boca de algunos consejeros de Estado) este episodio echa abajo una convicción por la que seguramente querrán lincharme las feministas colombianas. La de que Colombia es uno de los países donde menos discriminación existe contra las mujeres, excepción hecha de algunos pocos campos.A la Corte Suprema, por ejemplo, acaba de llegar la primera mujer en la historia del país. Y doña Aidée es consejera de Estado hace ocho años. Eso suena poquito. Pero no tanto, si se le compara con otros países. En la Corte Suprema de los EE.UU., y como gran cosa, sólo hay una mujer. Y mujeres en los consejos de Estado de otros países hay cuatro. Dos en Francia y dos en Alemania oriental. Pero si lo anterior no convence, la siguiente cifra lo hará: aproximadamente el 62% de los jueces colombianos... son mujeres.En el campo universitario, los progresos han sido notables, y eso ha hecho que sea cada vez más difícil discriminar a las mujeres en el ejercicio de empleos que antes eran exclusivamente masculinos. En la actualidad, cerca del 49% de los estudiantes universitarios son mujeres, frente al 51% de hombres. En política la participación femenina es abruptamente minoritaria. Apenas ha surgido en este campo un puñado de mujeres que, con muy contadas excepciones, podrían perfectamente haber sido hombres y no habría ninguna diferencia. Eso se debe, en parte, a que la práctica de la política en Colombia continua siendo tremendamente anticuada, con su dependencia casi absoluta de las manifestaciones de plaza pública y los tonos vociferantes de los discursos, circunstancias en las que es muy difícil sobrevivir con los labios pintados. Pero se debe, también, a que el eventual interés de los cuadros de los partidos u organizaciones políticas colombianas por tener mujeres a bordo obedece más a razones simbólicas por sus obvios beneficios electorales, que a razones reales. En cuanto a su participación en el gobierno, Belisario Betancur hizo un loable aunque equivocado esfuerzo al decidir que todos los Viceministerios se le entregarían al sexo femenino. Con esta medida llevó de viceministras a un paquete de mujeres y no a un puñado de personas, lo que constituye una clara, aunque involuntaria, forma de discriminación. Pero en campos como el de las conquistas laborales, existen aspectos que colocan a la legislación colombiana entre las más avanzadas del mundo. La semana pasada, por ejemplo, los periódicos y revistas norteamericanas traían sendos artículos con la noticia de que la Corte Suprema de EE.UU. acababa de hacer un revolucionario pronunciamiento en torno a un debate sobre las licencias de maternidad. ¿Y cuál era tal revolución? Que de ahora en adelante un Estado puede ordenarle a una compañía privada que le garantice a su empleada una corta y no remunerada licencia de maternidad... El hecho de que la legislación colombiana garantice licencias remuneradas con el 100% de salario durante ocho semanas la coloca a la vanguardia de uno de los dilemas más candentes de la mujer contemporánea. El de cumplir con el imperativo biológico "creced y multiplicaos", sin renunciar al imperativo económico "pero arreglá ostras para conservar el empleo" . En su madurez, muchos movimientos feministas han comprendido que el planteamiento inicial era equivocado. No es la tesis de la igualdad de sexos la que conduce a la igualdad de oportunidades, sino es precisamente el reconocimiento de la desigualdad de los sexos el que evita la desigualdad de oportunidades. Privilegios laborales como el de las licencias de maternidad no son otra cosa que ese reconocimiento de que las mujeres son distintas y que sólo tratándolas distinto puede evitárseles el dilema de tener que escoger entre sus hijos y su empleo. Por eso, en medio de este panorama, las sospechas que se ciernen sobre la posibilidad de que el machismo se le hubiera atravesádo a la doctora Aidée Anzola en el Consejo de Estado suenan tan alarmantes. A diferencia de lo que piden las feministas bigotudas, yo creo que es absurdo que alguien exija en calidad de mujer algo a lo que no tiene derecho como persona. Pero, de la misma forma, que no le nieguen aquello a lo que tenía derecho como persona por la circunstancia de ser mujer.*****El ministro de Minas, doctor Guillermo Perry, me ha llamado muy amablemente para pedirme que relea la carta que él le envió al periódico El Tiempo, en la que sostenía lo mismo que yo en mi columna anterior: que la gasolina había que subirla para no paralizar los trabajos de exploración y explotación petrolera de Ecopetrol, y que por consiguiente él no mintió. Eso es cierto. Pero es en la forma como fue presentado este argumento en lo que diferimos. Refiribndose a la capacidad financiera de Ecopetrol, él dijo que el vaso estaba medio vacío, mientras yo sostengo que estaba medio lleno. Y por otro lado, la culpa de que la forma como se anunció el alza de la gasolina pareciera mentirosa, no es exclusivamente del ministro de Minas sino de la falta de coherencia general del gobierno, cuyos funcionarios, incluyendo a los propios ministros, se la pasan desmintiéndose unos a otros. Valga la ocasión, en todo caso, para admitir que esta columnista siente una debilidad especial por las cualidades intelectuales del ministro de Minas. Y que su admiración no se ha desinflado, aunque a veces sienta una irreprimible necesidad de regañarlo.