En los últimos meses, Maritza Cerón, de 46 años, ha sufrido varias desgracias al mismo tiempo. Su mamá, una señora de 76 años, enfrentó un cáncer de estómago; su papá, de 84, sufrió un derrame cerebral, y su hija, que cumplió 18, estuvo a punto de quedar cuadrapléjica después de una caída. Pero su historia es una tragedia y un milagro al mismo tiempo. Todos los días, desde hace seis años, Cerón sale de su casa en el barrio Suba (Bogotá) a la madrugada para ir a trabajar en una empresa de mudanzas internacionales en el centro de la ciudad. Gana 566.000 pesos, el mínimo. Su función es llevar y traer documentos por todo Bogotá, entre otros mandados. A veces, para ahorrarse los viáticos de su trabajo de mensajera, prefiere caminar largas jornadas. Con ese dinero paga arriendo (400.000 pesos) y servicios (más de 100.000). Obviamente no le alcanza para cubrir todos los gastos de su hogar, pues tiene a dos hijas estudiando y debe comprar, además de la comida, los medicamentos de sus familiares enfermos. “Hago artesanías y decoraciones en foamy. Dios me ha dado la gracia y por eso vendo todo”, dice orgullosa cuando le preguntan cuáles son sus entradas adicionales. Además, hace unos meses compró un horno pequeño para que su hija mayor fabricara ponqués y muffins para vender en el barrio. Su sueño, como el de otras 50 mujeres que pertenecen a la fundación “Restauración en Cristo”, que se dedica a ayudar a mujeres cabeza de hogar, es tener su propio negocio algún día. Cerón hace parte del 68 por ciento de las mujeres ocupadas, cuyos trabajos son en servicios, y pertenece al 5,7 por ciento de la población (un poco más de un millón de personas) que gana tan solo un salario mínimo. Su esposo la abandonó desde hace varios años y la dejó sola con los gastos. Sin embargo, la historia de Cerón es la historia de un milagro. No sólo porque su hija y su mamá se han recuperado de sus enfermedades “gracias a Dios”, como ella dice (su padre, sin embargo, siguió enfermo), sino porque con el dinero que consigue al final de mes, sin poder explicarlo, le alcanza para todo. La historia de su sufrimiento a causa del abandono y la enfermedad llama la atención en un momento en el que el país ha registrado con horror el desafuero de la violencia contra las mujeres. Aunque no hay comparación con las historias de Angélica Marín Gutiérrez, de 19 años, y Rosa Elvira Cely, de 35, que fueron asesinadas brutalmente, Cerón también es víctima de una violencia que para el ideólogo de la no-violencia, Gandhi, era del peor tipo: la pobreza. Las noticias de la forma como fue asesinada Cely despertaron la indignación colectiva. Según explicó la antropóloga María Victoria Uribe en un artículo publicado por Razón Pública, el rechazo colectivo se debió a que el atacante sobrepasó los límites de lo que la cultura tolera, y a que ocurrió en el corazón del país, pues otras violaciones semejantes en otros escenarios no habían horrorizado tanto. Su análisis es perturbador porque deja entrever que la sociedad ha “naturalizado” otras expresiones de la violencia sexual contra las mujeres. Pero también otras formas de violencia más sutiles como la exclusión y la discriminación. Muestra de ello es que a pesar de que el 53 por ciento de la mano de obra en América Latina y el Caribe es de mujeres, en algunos países sus salarios son 40 por ciento menos de lo que gana un hombre en el mismo puesto de trabajo, según un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). En Colombia, la tasa de desocupación femenina está 6,2 puntos porcentuales arriba de la tasa de desempleo masculino. Y del total de ocupadas, el 54,4 por ciento está en el sector informal mientras que el 48,6 por ciento de la mano de obra masculina está en esta condición. Maritza Cerón, en medio del llanto, agradece que una ONG cristiana le diera la mano en el momento más difícil. Hoy, ella es un ejemplo para otras mujeres a las que les enseña a hacer sus artesanías, mujeres que sufren por ser madres solteras, pobres, abandonadas o abusadas. Quienes la conocen no se explican cómo hace para soportar tanto sufrimiento y a la vez ayudar a otras personas.