Cuando los expertos hablan de bancarización se refieren al uso masivo del sistema financiero formal por parte de los ciudadanos, una herramienta clave para los países en vía de desarrollo. Con la inclusión de las poblaciones más alejadas al sistema bancario, una nación puede impulsar su economía, reducir la pobreza y combatir la exclusión. De ahí lo importante que resulta para una nación como Colombia. Desde 2006 el país dio un salto crucial con la creación de los corresponsales bancarios, un canal de distribución que le permite a los establecimientos de crédito prestar servicios financieros a través de terceros para llegar a las regiones más apartadas. Así, aquellos que jamás habían utilizado un banco se animaron a abrir cuentas y a hacer recaudos, transferencias, depósitos, retiros, giros, trámites de créditos y pagos de obligaciones. Entre 2006 y 2015 el número de personas bancarizadas pasó del 48 al 72,5 por ciento, según el más reciente reporte de Asobancaria. Eso quiere decir que hoy, de todos los mayores de 18 años, alrededor de 22,3 millones cuentan al menos con un producto bancario. Paralelamente, mientras que en enero de 2007 solo había 1.658 corresponsales bancarios, ahora existen 96.274 distribuidos por toda la geografía nacional. Las operaciones bancarias, por su parte, registraron 415.000 millones de pesos en 2007 y al finalizar 2014 alcanzaron los 27, 6 billones, pero esos montos principalmente se concentraron en recaudos, retiros y pagos obligatorios. Este último dato podría sugerir que hay rezagos en el tema, ya que si las principales operaciones que realizan los usuarios de estos canales son recaudos y retiros, subutilizando servicios que profundizan la inclusión financiera como las transferencias, los giros y los créditos, la bancarización puede estar dándose superficialmente. ¿Qué está haciendo mal el sistema bancario? ¿Cuáles son los desafíos que enfrenta la bancarización? Maritza Pérez, vicepresidenta ejecutiva de banca personal de Davivienda, considera que el principal reto está en que todos los sectores del país tengan como prioridad eliminar el efectivo. En sus palabras, “si a una persona que recibe dinero en su cuenta las tiendas le ofrecen descuentos por pagar en efectivo, si los impuestos y servicios públicos aún los puede pagar en efectivo, o si para utilizar el transporte público necesita billetes y monedas su inclusión financiera pierde todo sentido”.   De ahí que la responsabilidad del rezago en bancarización no sea exclusiva de los bancos, quienes de hecho ya tienen los productos propios para la inclusión, sino que la formulación de políticas públicas y educativas al respecto así como la voluntad de las empresas y los comercios sean necesarios. Por esto la implementación real de la educación financiera en los pénsums de los colegios públicos consignada en el Plan de Desarrollo fue otro de los retos señalados por Pérez. Juliana Álvarez, directora de la Banca de las Oportunidades, el programa de inclusión del gobierno que pretende expandir la bancarización, considera que “es cierto que el uso de los productos financieros presenta unas cifras menores a las de la bancarización, por lo que una de las estrategias del gobierno es trabajar con el sector privado para dinamizar su uso y esto significa conocer cada vez más las necesidades de la población”. Todo parecería indicar que los productos propios para la bancarización están y que en lo que hay que trabajar es en estrategias conjuntas que los hagan atractivos, para un mercado de usuarios que por años han preferido los servicios financieros informales y el efectivo. El mejor entorno El Microscopio Global 2014, una medición de inclusión financiera de The Economist Intelligence Unit, situó a Colombia como el segundo país entre un grupo de 55 economías emergentes con el mejor entorno para avanzar en el tema. No obstante, reportó que hay preocupación sobre el uso de los productos y el sobrendeudamiento, porque los usuarios temen mucho endeudarse y todavía les cuesta percibir las facilidades que los productos de inclusión financiera traen.