Los planes de Érika Hernández, contadora bogotana de 48 años, cambiaron por completo el día en que un examen médico, en apariencia rutinario, la obligó a detenerse. No tenía síntomas ni molestias, solo una sospecha que decidió no ignorar, luego de que en un control previo a una cirugía menor los médicos detectaron una pequeña masa. Esa decisión, aparentemente mínima, le salvó la vida.
“Cuando recibí el diagnóstico, me invadió una mezcla de incredulidad y miedo. En el informe aparecía una palabra que nunca esperas leer: carcinoma. En ese instante todo se desacelera: el trabajo, los pendientes, las certezas. Te das cuenta de que lo que creías seguro ya no lo es”, recuerda.
El diagnóstico confirmó un cáncer de mama en etapa 2. Lo que siguió fue un recorrido exigente entre consultas, quimioterapias y radioterapias. Pero más allá del tratamiento médico, Hernández tuvo que adaptarse a una nueva manera de vivir. “Lo más difícil no fue perder el cabello, sino aceptar que mi cuerpo me estaba pidiendo una pausa. Que tenía que cuidarme, dejarme cuidar y aprender a soltar”, dice.
Durante un mes decidió no contarle a su mamá. “No quería preocuparla. Pensaba que no lo soportaría. Pero cuando al fin se lo dije, me sorprendió su serenidad. Me abrazó y me dijo: ‘Tranquila hija, estamos juntas en esto’”.
Esa frase cobraría un nuevo sentido meses después. En plena mitad del tratamiento, su madre, hoy de 80 años, comenzó a sufrir fuertes dolores abdominales. Tras varias visitas a urgencias, los médicos confirmaron un nuevo diagnóstico: cáncer de colon.
“Yo estaba hospitalizada por un trombo a causa de las quimios y mi mamá se enfermó. Estuvo en varias ocasiones en urgencias, pero la enviaban de vuelta a la casa con medicamentos para la inflamación del colón. Cómo siguió con fuertes dolores en el estómago, la llevé nuevamente al médico y le enviaron un TAC (Tomografía Axial Computarizada) y se confirmó lo que temía. El médico miró a mi mamá, luego me miró a mí. Yo estaba calva, sin cejas ni pestañas, y me dijo, ‘sabes lo que es y lo que se debe hacer ahora’. Sentí derrumbarme pero tuve que ser fuerte, por ella, por las dos. Cuando el médico salió del consultorio, nos miramos, no dijimos nada por un momento y luego, me dijo: ‘bueno, ahora sí es cierto que estamos juntas en esto’”, cuenta con una sonrisa.
Desde entonces, madre e hija han compartido tratamientos, controles y nuevas rutinas y la decisión de no dejar los planes para después. “Ella empezó sus quimios cuando yo terminé las mías –afirma–. Nos organizamos para cuidarnos, aunque muchas veces es ella la que termina cuidándome más a mí”.
En ese proceso, Hernández encontró una red de apoyo que fue clave. “En mi trabajo me dieron flexibilidad para asistir a los tratamientos y mis amigos fueron mi refugio. Somos ocho amigos de toda la vida, que estamos en las buenas y en las malas. Todos querían acompañarme a las quimios, así que hice una hoja de Excel para organizar los turnos. No me faltó compañía ni amor”, recuerda.
También resalta el acompañamiento de su equipo médico y el apoyo psicológico durante el proceso. “La psicóloga oncológica fue esencial. Me ayudó a ponerle nombre al miedo, a la ansiedad y a entender que la recaída también puede ser un pensamiento que se aprende a manejar. Participar en grupos de apoyo me recordó que no estaba sola, que muchas mujeres estamos en este camino de reconstruirnos”.
Hernández finalizó su tratamiento en mayo de 2024 y completó las radioterapias un mes después. Hoy continúa con controles médicos periódicos y un tratamiento hormonal de cinco años. Su madre fue operada en enero de este año y avanza con optimismo en la última fase de sus quimioterapias.
“Hoy puedo decir que soy una sobreviviente. Esta experiencia me cambió la manera de mirar la vida. Aprendí que no hay que dejar nada para después: ni el café con una amiga ni la cita médica ni el abrazo. Hay que vivir hoy, mientras estamos vivos”.
Sobre la prevención, insiste en escuchar el cuerpo. “Háganse el autoexamen, acudan al médico si notan algo diferente. Un diagnóstico a tiempo puede salvarles la vida”, reitera.
Y comparte un mensaje para quienes hoy enfrentan el cáncer: “Cada mujer vive el diagnóstico a su manera. A veces el miedo paraliza, otras veces impulsa. Llorar, enojarse o querer estar sola es parte del proceso. Pero lo importante es no rendirse. Hay tratamientos, hay esperanza y, sobre todo, hay vida. Incluso, en medio del cáncer, vale la pena seguir adelante”.