Este viernes es uno de los días más difíciles del exministro Alejandro Gaviria porque renunciará a la academia, a la Universidad de los Andes, y se convertirá en uno de los 30 precandidatos presidenciales que competirán por la Casa de Nariño después de agosto de 2022.

Hoy, ante la junta directiva de la universidad, y posteriormente ante sus estudiantes, el académico se despedirá. Leerá un discurso que elaboró durante más de una semana, que tiene 60 puntos y que hasta la tarde de este jueves terminó de pulir.

En el extenso documento que ya está en manos de algunos directivos de los Andes habló de corrupción, de salud- uno de los temas que más conoce-, de medio ambiente, el derecho a morir dignamente y la polarización del discurso político. “La degradación del debate público es un problema creciente que debe preocuparnos. Las emociones tienen cabida en la política. Pero el odio, el miedo y la rabia no son las únicas emociones posibles. La compasión y la serenidad también tienen cabida. Todos debemos aprender a respetar éticamente a aquellos que piensan distinto...”, escribió. La estigmatización y la xenofobia no tienen cabida en una sociedad decente”, agregó.

“La crisis ambiental requiere cambios sustanciales en la economía: impuestos al carbono, énfasis en la bioeconomía, incentivos para la transición energética y una reconceptualización del crecimiento económico y la productividad. Colombia tiene una ubicación privilegiada que le permitiría convertirse en líder mundial en la utilización de energía solar”, se lee en algunos apartes.

También se refiere al derecho a morir dignamente y a la interrupción voluntaria del embarazo “que deben protegerse, tal como lo ha señalado, en una jurisprudencia reiterativa, la Corte Constitucional. Los valores religiosos son respetables, pero no deben ser impuestos a quienes no los comparten (...) El uso de drogas debe descriminalizarse. El paradigma prohibicionista fracasó. Debe reemplazarse por un enfoque regulatorio”, añadió.

Gaviria además habló de aspectos económicos del país. Para él, la Nación no debe solucionar todos los problemas sociales. “La estabilidad monetaria y la independencia del Banco Central son necesarias para el buen funcionamiento de la economía y superación de pobreza”, expresó.

El nuevo precandidato presidencial escribió sobre la necesaria reforma al sistema de pensiones y salud en el país, dos temas que considera son urgentes. “Cualquier reforma al sistema de salud tiene que fortalecer el derecho a la salud, conservar los avances en cobertura y protección financiera (el mayor logro social de los últimos treinta años), preservar un sistema mixto (público-privado) y reducir las brechas entre las zonas urbanas y rurales y los grupos sociales”.

No escapó a las movilizaciones del 28 de abril pasado y que generaron un estallido social en el país. Gaviria, aunque no mencionó el tema, se refirió a los jóvenes- su principal nicho de votación-, a las oportunidades que requieren. “La ampliación de la cobertura de la educación superior tiene que ser un esfuerzo mancomunando, de universidades públicas y privadas, del SENA, y de otros institutos de educación técnica, tecnológica y de formación(...)”.

Y claro, no podía faltar el uso del glifosato como salida a la erradicación de cultivos ilícitos en Colombia, un polémico tema donde fijó nuevamente su postura de oposición al herbicida. “Afecta a la salud pública”, resumió.

No dejó de lado una advertencia que apunta a que cualquier violación de derechos humanos por parte de la fuerza pública es inaceptable. Y por esto, cree necesario acabar la corrupción interna en la Policía y Fuerzas Militares.

El discurso es emotivo, filosófico y cargado de algunas de las propuestas que rodearán su agenda programática de cara a las elecciones de 2022. En 12 intertítulos, por ejemplo, revela anticipadamente algunos de los principios con los que buscará convertirse en el sucesor de Iván Duque. “Colombia tiene futuro. Colombia debe tener futuro”, concluyó.

Otro discurso

SEMANA también conoció otro discurso que Alejandro Gaviria preparó para anunciar su retiro de la academia y la incursión en la política:

“Voy a empezar con una confesión. Cuando era estudiante, antes que presidente, quise ser un investigador, un escritor o un programador. Al mismo tiempo me ha gustado siempre resolver problemas concretos: entender una parte de la realidad y sacar adelante soluciones puntuales, proyectos.

Estudié primero ingeniería y después economía. Mi vida de académico ha estado centrada en los problemas colombianos, la pobreza, la desigualdad y la criminalidad urbana; en fin, en las familias excluidas, las ilusiones perdidas y las vidas truncadas.

Aspirar a la Presidencia encierra una contradicción. Implica un compromiso con el bienestar colectivo, pero revela al mismo tiempo una ambición personal por fuera de lo común. Ser consciente de esta contradicción es importante. Hacerla explícita contribuye a la legitimidad y a la generación de confianza.

Decidí ser candidato después de una reflexión larga, de muchas conversaciones con mi familia, mis amigos, algunos ciudadanos y mi conciencia. Tomé la decisión porque creo que mi abordaje de los problemas sociales y mi visión de la vida, pueden ser unificadores. Pueden ayudar a buscar caminos de reconciliación, a juntar a quienes piensan distinto, a darle a nuestra sociedad un poco de esperanza. Un poco de inspiración. Liderar pasa necesariamente por cambiar los modos de pensamiento, por crear un sentido de propósito colectivo. Compartido.

Asumo este papel (difícil, sin duda) como parte de una trayectoria vital. Recuerdo el llamado de mi papá a no tolerar la injusticia, la admonición de mis profesores a complicarse la vida, mi determinación cuando salí de Medellín después de un intento de homicidio, mis dudas sobre aceptar el ministerio de salud, mis temores existenciales después del diagnóstico de cáncer, los azares y las casualidades de la vida que hoy me han traído hasta aquí, hasta este momento, un momento complejo, difícil para nuestro país.

Colombia podría entrar a un tercer pico de violencia. Nuestros padres vivieron el primero, la violencia política de mitad de siglo XX. Mi generación vivió un segundo pico que vino con la superposición de guerrillas, grupos paramilitares y narcotraficantes. Una violencia en parte justificada por quienes creían tener la razón y deshumanizaron a quienes pensaban distinto. Ahora nuestros hijos pueden sufrir lo mismo.

En esta coyuntura crítica, en medio de una pandemia y una gran devastación social, tenemos que generar oportunidades para millones de jóvenes, enfrentar la crisis climática y evitar la violencia. He trabajado en estos temas por muchos años. Sé que el gobierno no va a resolverlos todos. Pero sí puede desatar una fuerza trasformadora. Debemos dejar atrás la idea absurda que este país es un fracaso sin atenuantes. Necesitamos un relato esperanzador. Mi propósito no es impedir la llegada de alguien. Mi campaña no es contra nadie. No es una gesta personalista. Es una invitación a un trabajo colectivo.

El mundo, el mundo de los seres humanos, es algo que inventamos todos los días, dijo alguien alguna vez. Podríamos entonces, entre todos, colectivamente, hacerlo diferente. Mejor.

El miedo y la rabia hacen parte de la política y de la vida. Yo prefiero, sin embargo, otra emoción, más incierta tal vez, pero más constructiva. El sesgo por la esperanza. La invitación, desde el discurso y desde el ejemplo, a ser mejores. La valentía de luchar contra todas las formas de poder que impiden el cambio social. Mi visión de la política incluye tres partes: el respeto como principio, el empoderamiento de la gente y la lucha contra la acumulación de poder, la lucha contra los poderes paralizantes.

Si la conquista del poder implica agredir a quienes piensan distinto, el poder ya conquistado será estéril. Terminará agotándose en sus propias contradicciones. Yo pude haber seguido en la universidad. En el mundo académico donde los problemas se abordan pacientemente. Sin embargo, decidí tomar esta decisión porque quiero hacer pedagogía democrática. De verdad. La única victoria que vale la pena es la que se hace sin palabras violentas. La política no tiene que ser cruel.

Quiero trabajar de la mano con las distintas comunidades de este país, un país definido por su biodiversidad y su diversidad cultural; una diversidad cultural que enamoró al mundo. Creo en la cultura como mecanismo de transformación. Creo en los libros que nos deslumbran, en la música que nos emociona, en el teatro que nos permite mirarnos en el espejo de nuestras propias faltas, y en el cine y sus historias que nos hacen llorar y nos humanizan. Creo, además, que las empresas están listas para cambiar. No quieren seguir en lo mismo. Están listos para ser mejores, para construir otras historias. Mejores historias. Los Invito a todos a sumarse a esta idea.

En fin, mi objetivo es liderar la construcción de un país más justo, más decente, más digno y más sostenible. Colombia tiene futuro. Colombia tiene que tener futuro.

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Hace mes y medio viajaba yo a Santa Marta, iba a ver mi mamá después de un año y medio, estaba emocionado, feliz por el reencuentro. A la salida del avión un auxiliar de vuelo me llamó y me entrego un mensaje en una servilleta: “con todo respeto me atrevo a escribir estas palabras a 25 mil pies de altura porque considero que hago parte de un grupo grande de colombianos que no vemos que el camino sea responsabilidad de un líder político. El cambio en este país es responsabilidad de todos…Me llamo Pablo S., entiendo lo difícil que debe ser tan solo plantearse la idea de gobernar este país, pero debemos buscar juntos la forma de hacer de nuestro país un mundo mejor para todos”.

Gracias Pablo. Colombia tiene futuro. Colombia tiene que tener futuro.

Un abrazo a todos”.