El mes pasado, Rodolfo Hernández y su esposa, Socorro Oliveros, cumplieron sus bodas de oro: 50 años de casados. Se conocieron en un paseo de río al que él fue con otra amiga. Cuando regresaron de ese paseo, decidió llamarla.

Hernández estaba tan enamorado de la que hoy es su esposa que recurrió a mecanismos poco comunes para conquistarla.

“Resulta que como él supo que me gustaba mucho la finca, me compró un caballo, recuerdo que le puse al caballo Pastrana”, narra Oliveros.

El caballo los empezó a unir. Le tenían corral, le tenían cepillo, lo peinaban. Era como cuando uno tiene algo muy preciado, era de exposición, de feria.

El cuidado y la crianza de ‘Pastrana’ fue definitivo en el romance, pues era la razón por la cual Oliveros iba todos los sábados a la finca, donde se volvió una avezada jinete.

“Con el paso del tiempo estábamos en romance a raíz del regalo del caballo y ahí empezó todo, por la finca, por los animales, por los sembrados de caña; yo me volví campesina total, al lado de él”, relata en medio de risas.

Eso sí, se lamenta de que hoy no existan ese tipo de romances. “Eso era algo espectacular que hoy no existe”, asegura.

Si su esposo es presidente, Socorro será una primera dama muy atípica, quizá la más distinta que ha tenido el país.

Comenzando porque ya anunciaron que no vivirán en la Casa de Nariño, sino que la convertirán en un museo de arte contemporáneo, arte moderno y una sala de arte itinerante de nivel internacional. Abrirá a las 10:00 a. m. y cerrará a las 4:00 p. m. Tampoco tendrán avión grande, pues considera él que se monta mucho lagarto.

Socorro, declarada fanática número uno del exalcalde de Bucaramanga, ha leído la Constitución Política en busca de algún artículo que diga que ella, en caso de que su esposo sea presidente, puede seguir siendo como es: una mujer común y corriente, alejada de la prensa, de los fotógrafos y otras tantas obligaciones que no van con su personalidad.

Con Rodolfo llevan cinco décadas de conocidos y nunca imaginó que terminaría convertido en político. Hernández siempre fue empresario, un ingeniero destacado que un día, según cree Socorro, creyó que había hecho todo en la empresa privada y quiso saltar al escenario público.

En 2005, cuando se lanzó por primera vez a la Alcaldía de Bucaramanga, ella tuvo más de un disgusto, pues la política no le gustaba.

Pensaba, por ejemplo, que ser alcalde no era un honor, sino un deshonor. “Yo llamaba a mis hijos y les decía: ‘Miren la locura en que está su papá’”.

Días después le preguntó sin rodeos a su esposo por qué quería ser alcalde y él prefirió guardar silencio. Pero en el computador personal sorpresivamente apareció una carta con la respuesta. Socorro entendió y se convirtió en una obrera más de su campaña política.

Y ahora, juntos, están cerca de llegar al cargo más importante de la Nación.