Los domingos ya no eran iguales en Zipaquirá, el antiguo municipio de Cundinamarca ubicado a solo 30 kilómetros de Bogotá, en pleno centro de la sabana. La zona histórica y la plaza de los comuneros, antes llenas de turistas y de visitantes que recorrían sus calles adornadas con casas de estilo colonial y republicano, habían quedado completamente vacías, como en un pueblo fantasma. Los restaurantes, que ese día solían estar llenos de familias bogotanas, de turistas extranjeros o de ciclistas que paraban a descansar en su ruta, estaban desocupados y solo algunos funcionaban a punta de domicilios. Y la Catedral de Sal, una de las maravillas arquitectónicas de Colombia, que solía recibir a miles de personas cada fin de semana, estaba cerrada desde el pasado 17 de marzo por culpa del coronavirus.

Pero a partir de este 1.° de octubre la vida volvió al municipio: la catedral finalmente abrió sus puertas luego de un proceso de reorganización interno que tuvo muy en cuenta las medidas de bioseguridad. Así, la mina tendrá varios turnos de limpieza y desinfección durante el día, y las personas harán recorridos más personalizados (en grupos pequeños) para evitar las aglomeraciones. Lo bueno es que la catedral tiene un recorrido de 1 kilómetro, por lo que eso no representa un problema. Otras atracciones del Parque de la Sal, como se llama el complejo que rodea la catedral, fueron reorganizadas y en los espacios libres hay lugares para lavarse las manos y desinfectarse.

La principal estrategia, sin embargo, es aprovechar el ambiente salino de la mina para atraer a los visitantes extranjeros interesados en temas de salud. En Europa, de hecho, existe una tendencia llamada la haloterapia, en la que simulan el ambiente de una mina de sal para tratar enfermedades respiratorias y dermatológicas. “Estamos estudiando el tema a fondo, porque cuando esto pase, queremos aprovechar que acá tenemos el ambiente salino real para atraer a los visitantes, sobre todo en momentos en los que muchos buscan fortalecer su sistema respiratorio”, explica Orlando Sotelo, gerente del complejo.

También hay planes de mediano y largo plazo. La Alcaldía actual, de hecho, ya estaba pensando en aprovechar el potencial turístico de Zipaquirá desde antes de la pandemia y esta situación solo ha acelerado las cosas. Su idea es hacer una gran campaña de promoción para que los turistas no vayan solo medio día a visitar la catedral, sino para que se queden más tiempo en el municipio y aprovechen el resto de atractivos turísticos: “Aquí tenemos la Casa Museo de Gabo, que es el colegio donde estudió Gabriel García Márquez, y el Museo Quevedo Zornoza, una casa con vestigios coloniales y republicanos que forma parte de la historia del municipio. También el Museo Arqueológico y el valle de las rocas del Abra, declarado patrimonio arqueológico de la nación”, explica la secretaria Murcia.

Algunos operadores turísticos, de hecho, hablan del potencial en ecoturismo que tiene la sabana de Bogotá y creen que en unos meses la mayor parte de los turistas van a preferir hacer actividades en sitios naturales, como el avistamiento de aves o el senderismo, una opción que prestan muchos parques alrededor del municipio.

Una situación difícil

La crisis generada por el coronavirus tenía al municipio, como a muchos otros, en pausa y con las puertas cerradas. Pero era sobre todo el cierre de la catedral, uno de los destinos turísticos más visitados del país, el que ha generado mayor impacto. Mientras sus imponentes bóvedas, naves y altares, construidos en las antiguas minas de sal del municipio, y adornados con esculturas de sal y de mármol, permanecían desocupados, muchos estaban preocupados, contando las pérdidas. No solo porque el lugar había dejado de recibir a unos 50.000 turistas mensuales, con todo lo que eso implica para sus finanzas, sino también porque eso había impactado a todo el pueblo.

“Lo que nosotros calculamos es que más o menos el 10 o el 20 por ciento de la población tiene que ver con el turismo: hoteleros, chefs, meseros, taxistas, guías turísticos, comerciantes con negocios cerca de la catedral. Todos ellos están parados”, explicaba Sotelo a SEMANA hace unos meses.

Las cuentas son complicadas: la catedral aspiraba a recoger 17.000 millones de pesos este año, pero como van las cosas, ya bajaron las previsiones a 5.000 millones. Y aunque la reserva presupuestal permitió que los 83 empleados directos que trabajan allí y en el Parque de la Sal (la zona circundante a la catedral) mantuvieran su puesto con el mismo salario. Si el cierre se hubiera prolongado por varios meses más, probablemente habrían tenido que buscar acuerdos para ajustar los pagos. Aún peor es la situación de las personas que tienen trabajos informales o empleos en otras empresas y que dependen de que la catedral funcione, como operadores turísticos, funcionarios de cafeterías o vendedores de artesanías: estuvieron sin ingresos desde mediados de marzo hasta ahora.

La plaza de los comuneros, ubicada en el centro histórico del municipio, solía recibir a cientos de visitantes y turistas que recorrían sus calles coloniales y republicanas. Foto: Daniel Reina.

Laura Murcia, la secretaria de Desarrollo Económico y Turismo, lo resume en una cifra aterradora: el municipio calcula que entre hoteles, bares, restaurantes, vendedores ambulantes, comerciantes, empresas dedicadas al turismo y la propia catedral, hay una pérdida promedio de más de 20.000 millones de pesos mensuales.

Una de las afectadas es Nubia Suárez, dueña de la cadena de restaurantes La Carreta y del Ecoparque Nukasa, en la zona rural del municipio. La sede principal de su restaurante, una hermosa casa en el centro histórico, forma parte de una ruta gastronómica avalada por el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, con otros 7 establecimientos, para potenciar al municipio como un destino gastronómico, por lo que solían visitarla turistas extranjeros, empresarios y varias familias bogotanas. Sin embargo, desde que comenzó la cuarentena, las visitas pararon y las ventas se cayeron. “Estamos aislados y pidiendo a gritos que algo pase. Sabemos que tenemos que reinventarnos, pero ahorita lo que estamos haciendo es tratando de sobrevivir”, dice.

Hasta el momento continúan vendiendo a punta de domicilios y han intentado potenciar sus redes sociales, pero no ha sido lo mismo: “Nuestra especialidad es el lomo al trapo, uno de los platos tradicionales del municipio, y normalmente lo vendíamos mucho, a 60.000 pesos, pero ahora en los domicilios nos toca mover los platos que van de 18.000 a 20.000”. Además, por falta de pago durante los primeros meses de la cuarentena, les cortaron el servicio de luz y perdieron más de un millón de pesos en carnes y pescados que tenían refrigerados.


El equipo de La Carreta, liderado por Nubia Suárez, antes de que comenzara la crisis actual. Actualmente están ella, su esposo y sus dos hijas..

Otro restaurante que solía ser visitado por muchos turistas y que ha visto un bajón de sus ingresos es La Komilona de Andrés. Su gerente, Clara Patricia Castillo, cuenta que normalmente tenían ventas de 70 u 80 millones de pesos al mes (aunque en diciembre pasado lograron hacer 90), pero que ahora, en medio de la emergencia, no llegan sino a los 15 millones. Y eso, que es mucho comparado con lo que hacen otros restaurantes del municipio, lo han logrado gracias a que les hacen domicilios a algunos de sus clientes fieles que viven o trabajan en municipios vecinos como Cajicá, Sopó, Chía, Cogua o Tocancipá. Aun así, pasaron de 12 empleados –7 vinculados directamente y 5 que trabajaban por horas– a solo 4, incluyéndola a ella y a su esposo.

La peor situación, sin embargo, la viven los operadores turísticos. Carla Paola Serrano, por ejemplo, tiene una agencia llamada Quira Tours, que atendía a unos 1.200 visitantes mensuales, el 70 por ciento de ellos extranjeros. Actualmente no solo tiene ingresos nulos, sino que el cierre de actividades la cogió luego de haber hecho una alta inversión en boletas para visitar la Catedral de Sal en semana santa, una de las épocas con más visitas al municipio. Todo eso se perdió. Actualmente, sobrevive gracias a La pringamosa, un restaurante con el que está haciendo domicilios, y su única esperanza es que en septiembre reabran los vuelos internacionales para que vuelva el caudal de turistas extranjeros. “Estamos muy mal. Con lo poco que va entrando uno va subsistiendo, pero los ahorros ya se están acabando y en este tipo de negocios uno no puede vivir de los ahorros”, dice.

Algo similar pasa en el hotel Cacique Real, ubicado en el centro del municipio, que en 2019 vivió uno de sus mejores años con una ocupación del 62 por ciento. Estuvieron cerrados entre el 27 de marzo y el 1.° de junio, cuando les autorizaron a abrir, y actualmente no tienen ningún huésped. “En cuanto a los turistas es normal, pero lo que nos preocupa es el sector corporativo, las personas que trabajan en empresas de la zona y que vienen a hospedarse por cuestiones de trabajo. Ellos representan el 80 por ciento de nuestra ocupación”, cuenta el gerente, Manuel Arévalo. El hotel es una empresa familiar y debido a estos problemas financieros tuvieron que sacar a dos empleados y rebajar los sueldos, de común acuerdo, a los nueve restantes.

El hotel Cacique Real, ubicado en pleno centro histórico, abrió nuevamente el pasado 1.° de junio y actualmente no tiene a ningún huésped alojado. La idea de sus dueños es mantenerlo, pues es un negocio que ya lleva 22 años.

Sin embargo, en medio de las dificultades, la mayoría de los zipaquireños vinculados al turismo siempre supieron que tenían en sus manos una de las grandes maravillas del continente, que atrae a miles de extranjeros y que genera cientos de empleos. Además, sabían que estaban en un municipio con un potencial turístico enorme: lleno de historia, gastronomía, arqueología y con una ubicación envidiable. Tuvieron que tener mucha paciencia, pero ahora llegó la hora de volver a recuperarse.