Una verdadera fiebre de eclipse se apoderó el 11 de agosto del Viejo Mundo, donde millones de personas se equiparon como pudieron para presenciar un fenómeno natural que no volverá a verse en Europa y Asia hasta bien entrado el siglo XXI. Ni siquiera el Papa Juan Pablo II resistió la tentación de ver la conjunción del Sol y la Luna, y se dice que acortó sus audiencias para estar presente en el fenómeno sideral.