"I was made in England like a blue Cortina”. La frase no resulta del azar. Con ella comienza la tercera estrofa de la canción Made in England, compuesta en 1995 por Elton John y con esta confirma su genética, tan inglesa como el té de las cinco de la tarde. El clásico Cortina marcó los años sesenta en Inglaterra, producido por la filial en tierras británicas de la compañía estadounidense Ford. Allí los europeos creaban sus propios diseños, lejanos del estándar gringo, a veces tan grandilocuente y, al tiempo, campirano. Las familias de clase media disfrutaban de la versión sedán, un vehículo cómodo, económico y con cierta fina delicadez. Los adolescentes acomodados disfrutaban de la presentación coupé. Algunos Cortina incluso llegaron a Colombia, matriculados en Soacha. También arribaron varios Ford Anglia. Este modelo tenía dos puertas, registro anguloso y una rara belleza. Era otro auto cargado de carisma y muy popular en el Reino Unido. Le recomendamos: La ‘modesta’ colección de carros del vocalista de AC/DC Pero no fueron dos casos únicos. El común denominador de la historia automotriz de Inglaterra ha sido el mismo, sin importar la marca. Su idiosincrasia nacional se puede percibir en cuatro ruedas tanto en las marcas lujosas como en las más cercanas al pueblo. Haga la prueba. Sería inimaginable invocar un Rolls-Royce Silver Shadow sin hacer lo mismo con un Austin FX 4, los famosos taxis negros de Londres. Cómo pensar en aquellos buses rojos de dos pisos AEC Roadmaster sin que a su lado, esperando la señal verde del semáforo, esté un bello Jaguar E Type. El sentir inglés Lo utilizan para los paseos selváticos en Belice y para atravesar trayectos escarpados en safaris por Senegal. También transporta a la reina Isabel II. Así de versátil ha sido el Land Rover, un jeep capaz de soportar las pruebas más duras de uso y abuso, una máquina de gran fiabilidad y de bello porte. Aunque sus primeras versiones eran recias a la hora de su conducción, la tecnología logró transformarlo en un modelo más dócil y elegante, sin que perdiera ese carácter de tanque indestructible. Los expertos de la marca calculan que desde que comenzó su fabricación, en los albores de 1950, el 75 por ciento de las unidades producidas todavía está en funcionamiento. Esa resistencia, digna de Winston Churchill, es un factor común en la industria automotriz inglesa. Por ejemplo, el Mini es hoy un vehículo de lujo, pero no ha dejado atrás su estilo coqueto y transgresor, una ‘actitud’ que sobrevive desde los años en que el tablero de conducción contaba con el velocímetro. Lo mismo pasa con el Aston Martin. El DB5 debe ser el carro más british de todos los tiempos y en él se desarrollaron las grandes misiones secretas contra el hampa gracias a la sapiencia de James Bond. El auto hace su aparición en Goldfinger (1964), la primera película de la saga creada por Ian Fleming. Hace poco, una de las tres unidades existentes de este modelo, que aún cuenta con todo el equipamiento original, se subastó por más de 6 millones de dólares. Le puede interesar: Los carros de hoy, que serán colección del futuro. Pero la gloria de la industria automovilística británica no se reduce a los modelos que he mencionado. En las frías islas se crearon marcas tan importantes como MG, Lotus, Triumph, Hillman o Vauxhall, entre otras. Cada una de ellas, aun en sus versiones más modestas, muestran su elegancia. Son máquinas prácticas y de delicioso recorrido, como los libros de George Orwell; de perdurabilidad más que comprobada, como la música de The Beatles y The Rolling Stones; plagadas de esa mezcla tan singular que dan el carácter y la furia, como The Clash; llenas de simpatía, al estilo de Benny Hill o los Monthy Python; y autos de flemático vaivén, como el mejor Roger Moore. Al final, como lo cantó Elton, todos estos nobles autos tienen el sello “made in England”.

*Periodista.