Con las declaraciones de los generales Rito Alejo del Río y Fernando Millán contra el Presidente de la República (..."nos colgó la lápida encima"...), se nos plantea un interesante caso de desafío del estamento militar a la autoridad civil. El asunto no puede consistir en que los generales de nuestras Fuerzas Militares estén dispuestos a respetar y acatar al Presidente hasta el día en el que sean dados de baja por la razón de Estado que sea, momento a partir del cual se ponen 'el Everfit' y se dedican a despotricar contra el gobierno, a diestra y siniestra. Desgraciadamente, en la rueda de prensa para explicar la desvinculación de los dos generales, una dupleta tan perfecta como ha sido la del general Tapias, comandante de las Fuerzas Militares, y la del ministro de Defensa, Rodrigo Lloreda, no estuvo a la altura de las circunstancias: mientras al primero podría entendérsele que se hubiera alineado al lado de sus tropas _aunque la decisión del supremo comandante de las Fuerzas Militares que es el Presidente de la República no podía tener discusión alguna_, el segundo debería haber actuado como ministro del gobierno, y no como ministro del Ejército. Reconozco, sin embargo, que muchos colombianos, entre los cuales me incluyo, nos llenamos de indignación con medidas como estas. Pero esa es una cosa. La otra consiste en que dar de baja del servicio a oficiales de nuestro Ejército es una decisión absolutamente discrecional del Presidente _así sea por el motivo repugnante pero válido de hacerle una concesión estratégica a las Farc_, y ella no depende de ninguna manera de si los generales están de acuerdo con su desvinculación, o de si les parece que las causas eran buenas, o de si aprueban la época en la que se tomó la decisión. Porque todo conduce a interpretaciones inconstitucionales sobre las facultades del Presidente de la República. Y eso enrarece aún más el marco de un posible proceso de paz, que se estrella contra la incomprensión de la opinión pública que quiere resultados ya, resultados fáciles y resultados irreversibles. Una de las críticas más comunes que se le han hecho a Pastrana es la de que cuando se sacó la foto con 'Tirofijo', no tenía claro para dónde iban las posibilidades que se le abrían con la guerrilla, y que el episodio fue más que nada un efectivo recurso electoral. Aunque todo lo anterior tiene algo de cierto, no necesariamente es criticable. Cuando se inicia un proceso de paz lo único claro que existe es que se quiere hacer la paz, pero lo demás, como el camino por recorrer, o lo que va a constituir la materia prima de la discusión, o lo que el sistema está dispuesto a ceder durante el transcurso, son decisiones que se van tomando de acuerdo con el día a día del proceso. De hecho, el gobierno acaba de ampliar la agenda que llevará a la mesa de conversaciones con las Farc, y acusarla de ser muy gaseosa es apenas la consecuencia lógica de un proceso que deberá ser permanentemente cambiante. Lo único que no puede hacerse con un proceso de paz es meterlo dentro de una camisa de fuerza porque es contradictorio con la espontaneidad de los hechos que se van sucediendo durante su transcurso. El marco más amplio es la Constitución, pero lo que a su interior pueda ir ocurriendo es inimaginable y un verdadero reto a la imaginación. Que haya que retirar a dos generales del Ejército por razones estratégicas (o que en algún momento hubiera que hacer lo mismo con un par de ministros, o eventualmente con un comisionado) puede caernos 'requetegordo' a muchos colombianos, pero está comprendido dentro de las reglas de juego institucionales, de manera que esta decisión, como otras muchas impopulares que puedan tomarse dentro del proceso, es otro de los costos que hay que pagar cuando un gobierno se mete a fondo en un proceso de paz. Aunque pienso que el lío armado por los generales Del Río y Millán estará superado en pocos días, falta el 'homenaje nacional de desagravio' que se les ofrecerá el próximo jueves en Bogotá. Indudablemente que yo habría asistido si se tratara de homenajearlos por sus deberes cumplidos. Pero la mencionada ceremonia tiene un sabor antiinstitucional en el que lamento que haya caído, en calidad de oferente, el ex gobernador de Antioquia, Alvaro Uribe Vélez, a quien admiro profundamente y a quien quisiera ver con mucha perspectiva figurando entre la primera fila de los futuros presidenciables de Colombia. Si era por perfilarse, Alvaro Uribe no necesitaba hacer más nada, y menos protestar contra la desvinculación de los generales, para que la gente lo perciba como un hombre de derecha. Si es por solidarizarse con la causa de los generales, Alvaro Uribe tendría que aceptar que Andrés Pastrana sólo utilizó la facultad constitucional de ejercer su fuero presidencial, que tendría que haber ejercido igualmente si en lugar de que los mencionados generales fueran vinculados con la extrema derecha, lo hubieran estado con la extrema izquierda. Pero si es por hacer política, es un gran error. Puede que el péndulo de la paz se voltee contra el actual gobierno, pero un presidenciable como Alvaro Uribe no se puede ubicar tan tranquilamente en una postura que de ninguna manera consulta con la realidad nacional. Es tan grave convertirse en idiota útil de la guerrilla, como en idiota útil de la tendencia de un poder autoritario en el seno de nuestras Fuerzas Militares.