Este fin de año tuve la oportunidad de reconectar con los orígenes de mis abuelos paternos. Recorrí el Eje Cafetero; manejé por las carreteras que conectan Chinchiná con Manizales; estuve por Palestina, pasé unas noches en Santágueda y me perdí mirando las interminables e indomables montañas de nuestro Caldas. Bien repite mi madre, nacida en Perú, pero colombiana de corazón, que ese paisaje de verde intenso esuno de los más hermosos del mundo. Aparte de todo, huele bien. Nada como el humor del rocío de las mañanas abrazando las plantas de plátano que dan sombra a las matas de café. La tierra de los abuelos.

Una de esas tardes llegó a la casa de la finca donde nos estábamos quedando una caja con naranjas recién recogidas. Verdes, amarillas, grandes y pequeñas, todas diferentes, pero igual en su sabor delicioso. Lo que más me llamó la atención, como muchas veces ocurre con los niños cuando se entretienen con el empaque y no con el regalo caro, fue la caja en la que habían sido transportadas. Tenía una calcomanía que decía: “Round Up-Herbicida agrícola”.

Inmediatamente le pregunté a mis compañeros de viaje si eso no era peligroso. Al leer el etiquetado decía claramente que el componente preponderante era glifosato. A lo que me respondieron que muchos cultivos de la zona eran fumigados con el químico para evitar que la maleza o los bichos acabaran con la cosecha. Incluso, uno de ellos apuntó: “Esa es una pregunta de típico personaje de Bogotá que poco o nada de tiempo ha pasado en el campo o cerca de la tierra”. Culpable.

La Corte Constitucional puso en el congelador, por ahora, la utilización del glifosato para el combate de los cultivos ilícitos. Lo hizo porque el Gobierno no realizó bien el trámite de las consultas y no habría tenido en cuenta a algunos grupos de interés. La negativa no fue, como dicen algunos activistas y agentes con conflicto de interés, por los supuestos efectos negativos que tiene el químico.

El debate sobre el glifosato es precisamente eso, un debate. Y, como la mayoría en Colombia, tiene un fuerte componente político. Mientras que la izquierda y el progresismo en el país aseguran que es mortal, la derecha en Colombia sostiene que es inofensivo. Ni lo uno ni lo otro.

En marzo de 2015, la Agencia de Investigación sobre el Cáncer de la Organización Mundial de la Salud clasificó al herbicida como “probablemente carcinógeno en humanos”, mientras que en noviembre del mismo año la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria concluyó que la sustancia difícilmente podría representar un riesgo cancerígeno para los humanos.

Si usted abre hoy la página de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés), verá que la entidad asegura que el glifosato tiene baja toxicidad para los humanos.

En Colombia pocos han estudiado el tema de las drogas y su combate desde la perspectiva económica como Daniel Mejía, exdirector de políticas y estrategias de la Fiscalía, exsecretario de Seguridad de Bogotá y ahora analista radial. Mejía, doctor en Economía de la Universidad de Brown y exdirector del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas de la Universidad de los Andes, deja claro que la aspersión con glifosato no es eficiente.

Tras analizar el caso de la suspensión de aspersión con ese químico en la frontera con Ecuador en 2006, el académico y su equipo concluyen, basados en datos y no en verbo, que llega el momento en que fumigar más no significa más destrucción de cultivos de coca. Es decir, se trata de una solución de efectos reducidos y, además, limitados. Pero no lo descarta de tajo como elemento utilizable. 

En otras palabras, el glifosato es una herramienta complementaria dentro de la lucha contra las drogas. No es tan malo, como los fanáticos de un lado pregonan, ni la varita mágica contra la coca, como otros aseguran. Es simplemente un elemento más para combatir el mayor problema de nuestra nación: el narcotráfico, y contra él se necesita todo.

No podemos seguir dándole largas al combate serio contra las drogas en el país y mucho menos comernos el cuento que nos repiten algunos medios y amigos de políticos, que tienen familiares metidos en el negocio de la marihuana, de que el glifosato es el diablo. Sería mucho mejor que se quitaran la máscara y le dejaran claro a la gente que los sigue de su interés monetario en ciernes y que la lucha frontal contra las drogas les afecta el bolsillo.

En conclusión, glifosato un tanto, pero no tanto.