Él solo, con su agresividad innata, sus insultos y calumnias, su verborrea incendiaria, consiguió que Carlos Camargo barriera a su candidata.
Balanta no perdió por mujer, por provinciana ni por negra, las recurrentes excusas lastimeras de la apolillada narrativa de la extrema izquierda. Perdió por Gustavo Petro, por hacer de su elección una vital causa presidencial y porque quedó patente la intención de arrasar con la institucionalidad y la separación de poderes.
La furiosa reacción a su estruendosa derrota fue uno de tantos reflejos de una presidencia ausente de cabeza fría, sentido común, serenidad, ecuanimidad y visión de futuro.
“Mentirosos, sucios”, tecleó con desbordada ira. Y, enseguida, para descargar su frustración, mandó sacar sin contemplaciones a los tres ministros que debían haber inclinado la balanza a favor de la candidata que hizo suya. Con semejante reacción destemplada, despejó las dudas, empezando por las de Balanta, sobre su verdadera intención: contar con otro esbirro en la Corte Constitucional.
Ninguno estuvo más de siete meses en sus carteras; para el líder del Pacto Histórico siempre fueron meras monedas de trueque. Le vale cinco si el baile de ministros entorpece la labor del Gobierno o si son buenos o anodinos profesionales. Apenas los conoce y tampoco siente la necesidad de discutir con ellos la política de su ministerio.
Antes del lamentable espectáculo que protagonizó el presidente en todo lo relativo a la elección del nuevo magistrado, encontré más preocupante aún una frase que remataba uno de sus abominables mensajes en X. Se refería a la reforma pensional y pretendía poner en la picota a Paloma Valencia, igual que hizo con Miguel Uribe Turbay en su día.
Aunque el trino no tuvo demasiada repercusión, he querido volver a él por considerar que el país no puede seguir tolerando la ferocidad, irresponsabilidad y la mitomanía del mediocre con ínfulas que ocupa la jefatura del Estado.
“Una senadora del uribismo ha demandado la reforma pensional”, tecleó, en alusión a Valencia. “¿Qué tiene contra la juventud pobre, qué tienen contra la vejez pobre? (sic)”, se pregunta a continuación el presidente.
Lo alarmante es la respuesta que él mismo ofrece:“Ya sé: el ahorro de los trabajadores colombianos lo usan en el exterior para invertir en empresas que hacen bombas para asesinar bebés en Gaza”.
Estoy convencida de que Petro encontró fascinante su conclusión; la habrá compartido con Hamás. De pronto se creen la barbaridad que escribe y hacen algo.
Lo indiscutible es que refleja una mente siniestra, enferma, venenosa, incapaz de liderar una nación para que progrese. Su único interés es perpetuar la división, el odio y la violencia.
No es la primera ocasión en que acusa a la derecha de crímenes que solo existen en su mente enferma. De nada sirvió el asesinato de Miguel Uribe para aplacar sus iras. Odiaba al precandidato del CD por sus ancestros y odia a Paloma Valencia por el mismo motivo.
Declarar ante sus millones de seguidores, donde hay extremistas nacionales y extranjeros, que la senadora caucana roba la plata de sus compatriotas para invertirla en fabricantes de bombas con el único propósito de matar infantes palestinos puede sonar a uno de tantos disparates a los que nos tiene acostumbrados el señor que habita el Palacio de Nariño.
Pero habrá cientos o miles que creerán tamaña calumnia y, quizá, querrán un día actuar, como hicieron con el hijo de Diana Turbay.
Que una acusación de tal calibre sea vista por la mayoría del país como paisaje, que casi nadie revire, puede ser tan inquietante como que la escriba y la piense un presidente.
Por comentarios atroces como ese, por anuncios amenazantes, por la animadversión enfermiza hacia media Colombia, por su falta de respeto hacia el Estado de derecho, por su oscurantismo, es que muchos se alegraron de que no consiguiera la mayoría en la Corte Constitucional.
Lo siento por Balanta, otra víctima de las desaforadas ansias de Petro por controlar todos los recovecos estatales. Exhibía una larga experiencia como jueza, pero sus manifestaciones estaban cargadas de lugares comunes, como la de recalcar su género y color de piel como argumentos de peso.
Camargo, sin apenas carrera judicial, contaba de antemano con el respaldo de buena parte de la clase política y le bastaba figurar como el freno al petrismo más desaforado para recabar los votos que le faltaban.
Lo lógico habría sido que venciera el huilense Jaime Humberto Tobar; parecía la elección más adecuada por su dilatada experiencia jurídica y académica, y el respeto ganado. Y por no generar divisiones, carecer de compromisos y apoyos reconocidos. Se antojaba el más independiente, pero Petro jugó tan descaradamente duro que advirtieron en el Senado que debían pararle los pies o se los llevaba por delante. Y hacerlo con quien matriculó de “fascista” y otras sandeces, con su mayor opositor.
Que Balanta no se equivoque. Su desgracia fue Petro.