El “cambio” no es cambio de gobierno para Gustavo Petro, es imposición de un nuevo orden en Colombia. Eso hay que saberlo entender. Ese nuevo orden pasa no solo por afectar la libertad y la propiedad privada, sino por sustituir a las actuales Fuerzas Militares. Con las reformas que menciona en entrevistas y discursos, lo que quiere es que estas reflejen sus intereses, prejuicios y concepciones políticas.

Las Fuerzas Militares y la Policía en Colombia son apartidistas y les está prohibido deliberar y participar en contiendas políticas. Ese carácter está impreso desde del discurso en el Teatro Patria del entonces presidente Alberto Lleras Camargo en 1958 y es una de las grandes fortalezas de nuestra democracia.

Si Petro es elegido presidente, buscará que las Fuerzas Militares, como lo dijo en una entrevista en el diario El Tiempo, se transformen en un “Ejército del pueblo y democrático”. Para lograrlo, se dedica a generalizar, criminalizar y deslegitimar a la institución militar y policial, así como a romper su cohesión interna. Un nuevo orden, desde su perspectiva, no puede dejar intacto el aparato coercitivo del Estado. Este no puede ser una rueda suelta o quedar anclado al pasado.

El candidato describe a la fuerza pública como una institución cuya lógica en su organización y funcionamiento es la violación de los derechos humanos, contrario a su misión constitucional. Invoca la llamada “doctrina del enemigo interno” para pintarla como aparato matón, por naturaleza masacrador de inocentes, especialmente de jóvenes; que acalla a la oposición; destruye los movimientos sociales y que se ha convertido en una máquina al servicio de políticos regionales ligados al narcotráfico. Para parecer comprensivo con los miembros de la institución, señala que los indicadores de éxito en seguridad se miden en muertes, al igual que el criterio para los ascensos.

Miente sin sonrojarse. Se quedó petrificado en la guerra fría. La política de seguridad vigente se erige sobre el cumplimiento de las obligaciones estatales de respeto y garantía de los derechos humanos y el sometimiento al estado social de derecho. Las muertes como indicadores de éxito no existen. Los deplorables falsos positivos sucedieron hace 15, 20, 25 años y no deben ser excusa para estigmatizar a miles de jóvenes que han hecho parte de la institución castrense y que nunca han violado la ley. Los responsables de esas atrocidades están sometidos a la JEP.

En la misma línea, Petro afirma que el Ejército es un aparato politizado y delincuente: los generales del Ejército llegan a serlo por “palanca política” y por eso “siempre ascienden gente cuestionada”. ¡Mentira! La selección de los coroneles y generales es un proceso reglado y el de mayor rigurosidad meritocrática que existe en todo el Estado colombiano, no obstante existan casos indeseados. Se examina la hoja de vida militar completa, sus actuaciones en las diferentes unidades, su comportamiento privado y familiar; un procedimiento que se conoce con el nombre de 360 grados, porque examina todo, incluido el comportamiento personal y familiar y el patrimonio, para lo cual se recurre a la UIAF. Decir que la política elige a los oficiales apunta a destruir la línea de mando, minar su autoridad y sembrar indisciplina, odio y resentimiento. Nada es inofensivo.

Otra falacia para destruir la cohesión interna del Ejército es calificarlo como aristocrático y racista. Omite de mala fe el origen humilde de muchos de los generales. Han llegado a ser generales y comandantes del Ejército hijos de sargentos, muchos de familias campesinas y obreras, provenientes de regiones apartadas y que representan la diversidad étnica y racial de Colombia. Entre ellos, lo que menos hay son blancos puros y menos arios, senador Petro. Además, desconoce que suboficiales han podido hacer carrera de oficiales y la realidad que imponen los tiempos que en la carrera militar condicionan los ascensos.

Todo ese discurso deslegitima a la Fuerza Pública y justifica su reforma, no para fortalecerla, sino para transformarla en un pilar del nuevo orden que quiere imponer. Es una visión ideologizada, muy cercana a la que inspira la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, instrumento político y armado de la revolución chavista. Un “ejército del pueblo y democrático” fue la consigna de Hugo Chávez. Ahora será la consigna con la que Petro, si es elegido Presidente de la República, impulsará un proceso de “reconversión ideológica” en escuelas y centros de formación militar y policial. “Ejército del pueblo” esconde la forma de buscar adhesión partidista de soldados y policías.