El libro de Juan Pablo Escobar, el hijo del jefe del cartel de Medellín, es interesante pero no es del todo de su autor. Escobar Jr., quien se ha cambiado el nombre por Sebastián Marroquín Santos, ha mostrado en las entrevistas que es un hombre inteligente y sin agendas ocultas. Sin embargo, era apenas un niño cuando sucedieron las cosas que relata en su libro. Por esto más que vivencias personales, lo que ha hecho es una juiciosa investigación histórica con la ventaja de contar con archivos familiares y los recuerdos de su madre. Otra colaboración no menos importante fue la de Edgar Téllez, el editor de Planeta que es una autoridad en la historia del narcotráfico en Colombia, lo que le permitió a Juan Pablo-Sebastián complementar la visión familiar de los hechos con un panorama macro del mundo de la droga. Como ha habido una saturación informativa sobre la vida de Pablo Escobar durante los últimos 20 años, el libro contiene pocas grandes revelaciones y más bien le agrega detalles a los hechos conocidos. Las nuevas chivas son pocas pero muy jugosas. Las 100 primeras páginas del libro están dedicadas a demostrar que Juan Pablo, su hermana Manuela y su mamá no tienen plata porque su abuela, Hermilda Gaviria, y sus tías, las hermanas del capo, se quedaron con buena parte de la herencia que les correspondería a los hijos. A esto se suma que después de la muerte de Escobar, los Pepes y todos sus enemigos exigieron reparación por el costo de esa guerra a cambio de perdonarle la vida a Juan Pablo. Eso obligó a la viuda y a sus hijos a entregarle al cartel de Cali, al del Norte del Valle, a los Castaño, a los Galiano, a los Moncada, a don Berna, etcétera, las docenas de fincas, apartamentos, predios y obras de arte que les quedaban.  Los datos desconocidos más espectaculares del libro desafían la credibilidad. Por ejemplo, se afirma que el Osito, el hermano de Pablo Escobar, era un informante de la DEA. Teniendo en cuenta que cualquier nexo con la DEA, por marginal que fuera, se pagaba con la vida en el cartel de Medellín, parecería poco probable que la persona de mayor confianza del jefe de esa banda fuera un infiltrado sin que lo supiera su propio hermano. El libro registra evidencias circunstanciales que hicieron pensar al autor que su tío podría ser un traidor. Sin embargo, queda claro que Escobar hijo y su mamá odian tanto al resto de la familia Escobar, que pierden la objetividad al escribir sobre ellos.  Una revelación no menos inverosímil es la de que Carlos Castaño encabezó el operativo en que se dio de baja al capo. Esto se lo habría contado el propio Castaño a la viuda en medio de las negociaciones de la reparación económica. Según este, al entrar a la casa, Escobar le disparó varias veces pero dio siempre en el chaleco antibalas. Después logró escaparse por la ventana hasta aparecer muerto en el tejado. Juan Pablo, de su propia cosecha, asegura que su papá se suicidó. Cita como evidencia que tenía un tiro en el oído derecho y que él siempre le había dicho que antes de entregarse vivo se suicidaría en esa forma. El autor reconoce que es una especulación sobre la cual nunca habrá pruebas definitivas.  En relación con los Castaño, se habla no solo de Carlos sino de Fidel. Los dos fueron aliados del Cartel de Medellín, pero rompieron y se convirtieron en los fundadores de los Pepes. Hay una anécdota sobre Fidel Castaño que resalta por lo absurda. Cuenta Juan Pablo que su padre estaba sorprendido cuando Fidel le comentó que uno de sus contactos para la distribución de la cocaína en Estados Unidos era Frank Sinatra.  Juan Pablo Escobar aclara cuál ha sido la relación de algunas personas que han sido víctimas de una leyenda negra por su supuesta cercanía con su padre. La lista está encabezada por el expresidente Álvaro Uribe de quien se ha llegado a especular que otorgó licencias a los aviones de los narcotraficantes cuando era director de la Aeronáutica Civil durante el gobierno de Turbay Ayala. Cuenta el libro que no solo no fue así, sino que ante los obstáculos que interponía Uribe, su padre ofreció 500 millones de pesos por su cabeza y le hizo tres atentados fallidos. La cifra suena un poco alta pues serían más de 10 millones de dólares de la época, pero es un hecho que Uribe fue víctima de varios atentados en esos años y la revelación de su origen es creíble.  José Obdulio Gaviria también sale bien librado. Él ha tenido que cargar toda su vida con su condición de primo de Pablo Escobar, pero como se afirma en el libro, nunca hubo una cercanía entre ellos. Según el autor, José Obdulio se consideraba de mejor familia y miraba de lejos y hacia abajo a la rama delincuencial de los Escobar. Todos los que han conocido al senador del Centro Democrático desde el comienzo de su carrera como intelectual de izquierda, confirman esa versión.  Otro que salió beneficiado fue Alberto Santofimio. Juan Pablo reconoce la cercanía política que llegó a existir entre su padre y el entonces senador tolimense, pero aclara que es absurdo pensar que alguien tenía ascendiente sobre él en materia de magnicidios. En otras palabras, si Escobar asesinó periodistas y políticos por una simple mención a favor de la extradición, no se requería de Santofimio para que hiciera lo mismo con la única persona que efectivamente lo habría podido extraditar. Además para la época Santofimio se había convertido en un traidor pues se había acercado al cartel de Cali. En términos generales el libro combina un recuento bien hecho de la historia del narcotráfico en Colombia con el drama de la familia que la protagonizó. Será lectura obligatoria para los que quieran estudiar esa página negra del país.