De los Objetivos de Desarrollo Sostenible del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que se espera sean alcanzados para 2030, uno plantea garantizar una educación de calidad para asegurar el aprendizaje y el desarrollo de habilidades que promuevan la sostenibilidad ambiental. Estas metas, que buscan impulsar proyectos sostenibles, son esfuerzos cuya velocidad no se iguala con la destrucción desaforada del medioambiente. Según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), cada año los ríos reciben 918.670 toneladas de materia orgánica no biodegradable en Colombia; y de acuerdo con el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), en 2017 la tasa de deforestación en el país alcanzó las 220.000 hectáreas. Frente a este problema, dos maestros (uno en Bogotá y otro en Medellín) establecieron procesos educativos que le apuntan a despertar en los jóvenes la necesidad de conservar el medioambiente, recurriendo, por un lado, a las salidas de campo y por el otro, al cuidado y a la investigación sobre los recursos hídricos. Lea: ¿Por qué se celebra el día de la educación ambiental? Andrés HurtadoDel aula a la montaña

“La idea mía es conocer para amar y amar para defender. Si conocemos lo nuestro podemos amarlo y si lo amamos, entender por qué hay que defenderlo”, dice Andrés Hurtado, maestro del Colegio Champagnat y uno de los ecologistas más reconocidos en el país. Su prestigio, más allá de provenir de la fotografía y del ecoturismo, hace mella en las aulas con una idea que se forjó en 1977, cuando pensó en la necesidad de llevar el conocimiento de la naturaleza al salón de clases de los jóvenes bogotanos. “Los muchachos de Bogotá son de apartamento. Sus padres no son finqueros, no son paperos o ganaderos, son profesionales. Entonces qué bobada hablar de medioambiente si los muchachos no han salido de la casa. Por ello se me ocurrió sacarlos de sus apartamentos al monte”, cuenta Hurtado. A partir de dicho razonamiento, la institución donde él trabaja comenzó a planear salidas de campo recurrentes. Desde entonces cada curso hace tres excursiones al año a lagunas sagradas de Cundinamarca, bosques, páramos, caminos reales y otros lugares con importancia ecológica, antropológica y relacionada con su pasado indígena. Puede interesarle: ‘Vigías pilosos’, educación ambiental para el postconsumo Así mismo, el colegio organiza excursiones no obligatorias a regiones más retiradas, como la zona cafetera, San Agustín e incluso a Guapi (Cauca), acompañados por guías formados en la misma institución y que hoy son profesionales en diferentes áreas. “No hacemos cátedra de Ecología porque eso se convierte en lo que nosotros llamamos ‘costura’, formar puro intelectual”, afirma Hurtado, y luego agrega que gracias a esos proyectos varios líderes ambientales han salido de las aulas para contribuir al cambio. Del colegio se han graduado más de 55 líderes. Entre ellos, algunos trabajan en Naciones Unidas, el Banco Mundial, y hay casos específicos como el de un exalumno que lidera temas de ecología en Itaipú, (la represa más grande de Brasil), y otro que responde a la problemática de los mapuches en Chile. Sin embargo y pese a los logros, para Hurtado, el hecho de formar líderes para proteger y acarrear cambios significativos no es suficiente. “Todos deberíamos estar en ese plan, porque una educación de calidad, que tiene como objetivo conservar el medioambiente, debe incluir la ética, si no, no funciona. ¿Qué ganamos con grandes títulos si no hay ética?”, se cuestiona Relacionado: Emprendedores ambientales desde las aulas Luz Adriana CadavidEnseñanza que atesora el agua

Si bien Colombia es un país con un amplio número de fuentes de agua dulce, el mal uso del recurso y la contaminación proveniente de sectores agrícolas y ganaderos lo ha puesto en peligro. Con el ánimo de incentivar acciones en pro del ecosistema, la Institución Educativa Rural el Hatillo, ubicada en Barbosa (Antioquia), adelanta desde 2009 procesos de formación que concientizan a los estudiantes sobre la importancia del medioambiente. Desde 2017, este objetivo recibió un nuevo impulso. Con el apoyo de Sieni, la institución ejecuta un proyecto piloto para proteger la quebrada San Antonio, una microcuenca cercana que está en riesgo por contaminación y la siembra de fauna no nativa. Organizados en equipos, y liderados por maestros como Luz Adriana Cadavid, Natalia Mesa Barbosa, John Arcesio Monsalve, entre otros, identificaron los problemas del agua. Fueron los propios niños de la comunidad quienes formularon e implementaron un proyecto de investigación-acción que contrarresta el deterioro de esa fuente hídrica. Estos equipos de indagación contaron con la orientación de miembros de la comunidad científica nacional e internacional, que durante un año guio sus propósitos. También: Cuidar el agua, un buen negocio A la fecha, la primera etapa ya fue culminada, pero eso no quiere decir que las intenciones se queden en el papel. Luz Adriana afirma que la institución seguirá apostándole a investigaciones y procesos que permitan dar soluciones. “Seguiremos visitando el nacimiento de agua. Apoyaremos las actividades que desde el acueducto se propongan y que busquen reforestar los alrededores de la quebrada con especies nativas. Otra idea que deseamos ejecutar es hacer una alianza con la Secretaría de Agricultura para gestionar la compra de unos terrenos de donde provienen agroquímicos que terminan contaminando la cuenca”, afirma. Gracias a este tipo de acciones, se ha logrado sensibilizar a los estudiantes respecto a su responsabilidad con el medioambiente. De hecho, algunos de los egresados del instituto han estudiado Ingeniería Ambiental o Agrícola. “Son estudiantes sensibles con aspectos del territorio, eso se vuelve un potencial interesante. Son muchachos que saben que en sus casas ya no se va a utilizar el agua de la misma manera, porque es un recurso limitado”, afirma Cadavid. Este artículo hace parte de la edición 37 de la revista Semana Educación. Si quiere informarse sobre lo que pasa en educación en el país y en el exterior, suscríbase ya llamando a los teléfonos (1) 607 3010 en Bogotá o en la línea gratuita 018000-911100.