Los problemas brotaron como arroz en el campo colombiano. Pocas veces se había registrado un año con tantas complejidades y dificultades para el sector, como el que está a punto de culminar.Paradójicamente, 2013 fue un año de crecimiento; uno de los más altos en los últimos tiempos para la actividad agropecuaria. En el segundo trimestre fue el sector económico con mejor desempeño dentro del Producto Interno Bruto (PIB).Pero a la hora del balance, hay que decir que este convulsionado año agropecuario fue para el gobierno una dura prueba –que aún no ha superado–, para los empresarios del sector un dolor de cabeza y para los campesinos la hora de la reivindicación.Todo el año fue de tensión para el agro. Hubo quejas por los tratados de libre comercio, la revaluación del peso, el contrabando, el costo de los fertilizantes, la caída en los precios internacionales y no faltaron los debates políticos y la controversia por la adjudicación de baldíos y el desarrollo de la altillanura.Varias conclusiones quedaron de lo sucedido en el agro. La primera tiene que ver con la llamada revolución de las ruanas. La segunda con la forma como el gobierno buscó darles solución a las reclamaciones de los agricultores. Y la tercera, con los efectos que tuvo la crisis agropecuaria sobre la inversión privada en el campo.Estos tres puntos tienen elementos relevantes para analizar. Frente al movimiento de las dignidades campesinas, si bien este surgió de una coyuntura particular –a raíz de la protesta cafetera– en el fondo se explica por la acumulación de problemas que trae el agro y por la brecha de pobreza entre el campo y la ciudad. Con la aparición del movimiento campesino quedó al descubierto la debilidad institucional de los gremios agropecuarios en Colombia. Los agricultores que lideraron las protestas no estaban asociados o no se sentían representados por las agremiaciones y tomaron su propia vocería.Aunque el país arropó a los de ruana y el gobierno negoció con ellos, la verdad es que este esquema dio más de un dolor de cabeza y dejó sinsabores. Aparecieron los oportunistas que querían pescar en río revuelto. Se sabe que muchos de los líderes manifestantes tenían intereses políticos.César Pachón, por ejemplo, ha sido blanco de fuertes críticas, porque en la más reciente manifestación campesina en Boyacá aprovechó las circunstancias para recoger firmas que respaldaran su aspiración presidencial. Para muchos, esto le quitó credibilidad al movimiento campesino. Además, la protesta se le salió de las manos al movimiento, al punto de volverse un problema de orden público con bloqueos de vías.En cuanto al segundo punto, es decir, la forma como el gobierno manejó la explosión agropecuaria, quedaron varias lecciones. Por ejemplo, por apagar incendios y evitar los bloqueos de vías, hubo promesas de toda clase que no tuvieron los efectos esperados, y en otros casos resultó peor el remedio que la enfermedad. Ante la caída en el precio internacional y la pérdida de rentabilidad, el gobierno le dio este año al sector cafetero 1 billón de pesos. Pero entregar subsidios para calmar los ánimos no resolvió los problemas. Si bien todos entienden la compleja situación por la que atraviesan los cafeteros y la necesidad de ayudarles, la verdad es que fue un subsidio muy mal diseñado. El propio gobierno hoy reconoce que el esquema se debe revisar para que lo reciban quienes más lo necesitan y con alguna contraprestación, principalmente con mayor productividad. Ahora bien, el subsidio cafetero se prometió por el presente año, pero ante la presión del sector se extendió a 2014. Es decir, otro billón de pesos que se destinará a un sector en particular y que saldrá de los bolsillos de todos los colombianos. Otro punto controvertido, dentro del manejo que el gobierno dio al paro campesino, es la ayuda a los paperos. Para tratar de conjurar el paro que estaba en su máxima tensión y en el marco de las mesas de negociación con los campesinos de Boyacá, el gobierno se comprometió a comprarles la papa, con el propósito de subir el precio. Está comprobado que este mecanismo afectó el mercado natural de ese producto. Uno de los errores que cometió el gobierno es que solo le compró papa a las mayores regiones productoras del país (Nariño, Cundinamarca y Boyacá), básicamente los que hacían parte de las mesas de negociación. Es decir, no fue una política para todos los paperos y eso trajo graves consecuencias.Según Fedepapa, en las zonas donde no operó la compra estatal como Antioquia, Cauca y Santander, llegó tanto producto que el precio se cayó. Solo subió temporalmente para los que negociaron en la mesa con el gobierno. Para el resto de los productores, que según el gremio representaban el 97 por ciento de los paperos, el precio se mantuvo igual o disminuyó. Cabe anotar que el gobierno invirtió cerca de 20.000 millones de pesos en comprar papa.Una tercera conclusión del difícil año agropecuario es el freno a la inversión. El ambiente enrarecido y la incertidumbre que reinó hicieron que los proyectos agropecuarios que se venían desarrollando en el campo se detuvieran del todo. Comenzando 2013 se hablaba de inversiones por 1.000 millones de dólares solo en la altillanura. El gobierno no logró solucionar el problema que se generó con el tema de baldíos, pues no presentó nuevamente al Congreso el proyecto de ley que les daría claridad a los inversionistas. Todos los proyectos se engavetaron a la espera de reglas del juego claras y estabilidad jurídica.Pero, como si fuera poco, el ambiente para el agro terminó enrarecido por peleas y debates que tenían un trasfondo más político que técnico. Cayó un embajador por el tema de los baldíos y cada uno de los tres ministros que ha pasado por esta cartera –Juan Camilo Restrepo, Francisco Estupiñán y Rubén Darío Lizarralde– midió el pulso con el senador del Polo, Jorque Enrique Robledo, quien se convirtió en el mayor crítico de la política agraria del gobierno.Para el próximo año, el campo tendrá un presupuesto como nunca había tenido. Ojalá que pasada la página de 2013, esta locomotora tome una mayor velocidad y sea el verdadero protagonista del proceso de paz en el posconflicto, como todo el país espera.