El delirio es una alteración mental que genera pensamientos confusos y una disminución de la conciencia sobre el entorno. Entre sus síntomas está ver cosas que no existen. Me temo que eso le ocurrió la semana pasada a José Félix Lafaurie, el gran escudero del uribismo, cuando denunció en las redes la realización de actos satánicos en Medellín, y los presentó como un conjuro en contra del país y una prueba de los maleficios que se nos vienen con la marcha del 21 de noviembre, catalogada por el uribismo como parte “de la estrategia de la toma del poder del Foro de São Paulo”. Lafaurie, en su delirio, vio cosas que solo sucedieron en su mente porque, para infortunio de él, la foto del acto satánico que denunció con tanta alarma en las redes no era prueba de ningún pacto con el diablo, sino parte de una obra de teatro que se estaba presentando en el sector del Poblado de la capital antioqueña. 

Me dirán los uribistas que confundir una obra de teatro con un acto satánico no es señal de ninguna alteración mental y que exagero. Pero si encima esta imagen falsa se utiliza para meterle miedo a la gente, mostrándola como una prueba irrefutable del conjuro en contra de la democracia colombiana, ya no cabe la confusión sino el delirio. Y si así de perturbado está José Félix, sin duda uno de los uribistas más sofisticados y cultivados, no me imagino lo que puede estar pasando en las bases.     Confundir las cosas, magnificarlas y hasta inventarse una nueva guerra que dizque se nos viene, instigada por el Foro de São Paulo, es la estrategia delirante con la que el uribismo pretende deslegitimar la protesta social del 21 de noviembre, así diga de dientes para afuera que respeta ese derecho. Hay que salir a marchar para denunciar a los delirantes que nos quieren devolver a una guerra inventada por ellos mismos. Como José Félix, el uribismo ve lo que no existe y se ha inventado otro delirio: el que asegura que el paro del 21 de noviembre está instigado e impulsado por el Foro de São Paulo, un tanque de pensamiento de los partidos de izquierda de mediana importancia que, según la paranoia uribista, tiene como objetivo tomarse el poder en América Latina ya no por medio de las armas, sino de la protesta social, de los sindicatos, de las organizaciones indígenas, de los consejos comunitarios y –me imagino– hasta de las obras de teatro. (¿Sabrá el uribismo que Evo Morales, considerado como miembro fundador del Foro de São Paulo, fue expulsado del poder por los militares luego de que hubo fraude en las elecciones?).

Desafiando la realidad, ya las huestes del uribismo –como el Patriota– están en pie de guerra y anuncian desde ahora que van a salir el 21 de noviembre, pero a acompañar a la fuerza pública porque van a defenderla de la amenaza que se le viene. Es decir, donde nosotros vemos a campesinos e indígenas protestando y a líderes sindicales y estudiantiles, ellos ven a extranjeros del Foro de São Paulo parapetados y dispuestos a tomarse el país. De esa forma, su delirio les permite hasta revivir un neoparamilitarismo que pueda devolver al país a las épocas en que estaba bien visto que todo colombiano llevara un pequeño paraquito en su corazón.   No obstante, este país afortunadamente ya no le come cuento al uribismo ni lo sigue en su delirio. Como le pasó a Lafaurie, el uribismo ve enemigos acorazados donde los demás vemos a una nueva ciudadanía empoderada, que pelea por sus derechos.   En esa guerra que están fabricando en su propia mente, los uribistas tienen la esperanza de que su delirio se vuelve realidad y que el 21 de noviembre la protesta no termine siendo pacífica. Por eso andan en la tarea de incentivar la rabia, que es el mejor camino para instigar la violencia. Su apuesta no puede ser más baja: no les sirve que la protesta sea pacífica; solo ganan si es violenta. Si hay muertos, probarían que su delirio es real y que la toma del poder por el Foro de São Paulo ha comenzado.

Por esa sola razón yo voy a salir a marchar, así no sea ni del Foro de São Paulo ni anarquista internacional. Hay que salir a marchar para denunciar a los delirantes que nos quieren devolver a una guerra inventada por ellos mismos, y para demostrarles que la protesta no es un acto que va en contra de la democracia, sino que la enriquece. Hay que salir a marchar para exigirles respeto por la movilización social, que no es una concesión sino un derecho constitucional. Y sí, hay que salir a marchar para decirle al Gobierno que sus delirios no son los nuestros, y que hay un país con grandes desigualdades que ya sabe distinguir la verdad de la mentira. n