Los magistrados de la Corte Suprema no salían de su asombro. En frente de ellos el representante a la Cámara Pablo Ardila, quien se encontraba practicando una inspección judicial en el alto tribunal, recibía una llamada a su celular en la que, al parecer, le daban instrucciones acerca de la manera como debía auscultar la información contenida en los folios. "Sí, yo busqué pero no encontré esa información", habría afirmado en un momento de la conversación con su interlocutor telefónico. Aunque Ardila negó rotundamente el haber sido monitoreado a través de la línea telefónica, lo cierto es que después de esa inspección decidió llamar a indagatoria a los nueve magistrados de la sala penal de la Corte Suprema en un hecho sin precedentes en la historia jurídica del país.Pero la semana pasada el propio Ardila volvió a dar muestras de no conocer las reales dimensiones del lío judicial que había creado con la decisión de llamar a indagatoria a los magistrados de la Corte. Para empezar, el día que citó a Jorge Aníbal Gómez, quien tiene a su cargo la investigación de los 109 representantes que precluyeron la investigación contra Ernesto Samper, se comportó de una manera tan torpe que el propio magistrado debió precisarle en varias oportunidades la terminología jurídica y los alcances de las normas en las que, supuestamente, se basaba el parlamentario. "Daba la impresión de que Ardila no sólo no entendía las preguntas que tenía escritas en un papel, sino que mucho menos comprendía las respuestas del magistrado", dijo a SEMANA un funcionario de la Corte Suprema que conoció intimidades de la indagatoria.Y cuando los magistrados le expresaron a Ardila la imposibilidad de que todos los miembros de la sala comparecieran ante su despacho en la comisión de acusación de la Cámara, puesto que era materialmente imposible interrogarlos a todos al tiempo, el representante liberal les habría contestado con un despectivo, "ah no, eso sí, que los demás esperen afuera mientras yo interrogo a uno por uno". Esa fue la razón que llevó a los magistrados a negarse a comparecer ante Ardila y a enviarle una carta al presidente de la comisión de acusación, Francisco Canossa, en la que advertían sobre un posible atropello por parte del representante liberal. Para los magistrados el tratamiento que estaban recibiendo por parte de Ardila no se compadecía con su alto rango en la rama jurisdiccional del Estado. Para ellos lo que pretendìa Ardila, más que buscar una solución jurídica al impasse que se había presentado, era organizar todo un show publicitario a costa de su integridad personal.Cuando el choque de trenes parecía inminente Canossa tomó la decisión salomónica de ponerle otros dos compañeros a Ardila para que continuaran con el proceso. Se trata del conservador Mario Rincón y del liberal independiente Odín Sánchez, quienes deberán _junto con el propio Ardila_continuar la investigación. Aunque la decisión no dejó satisfecho al joven Ardila (29 años), quien fue uno de los mecenas de la campaña presidencial de Horacio Serpa y coordinó lo relacionado con las juventudes en Bogotá, todo hace pensar que por lo menos se compusieron las cargas en lo que tiene que ver con el proceso a los magistrados en la comisión de acusación. Por lo pronto el choque de trenes pareció quedar abortado pero nada garantiza que el temido estrellón no se vaya a presentar en el futuro inmediato. ¿Y quién es él?Pablo Ardila Sierra es el único heredero de la familia propietaria del diario El Espacio, uno de los de mayor circulación en Bogotá. Es graduado en finanzas en Estados Unidos. Ha sido secretario de Hacienda de Cundinamarca, director encargado de la unidad administrativa especial de la Aerocivil y durante el gobierno de Ernesto Samper fue viceministro de Transporte.Ardila Sierra fue uno de los más grandes activistas de la campaña presidencial de Horacio Serpa. Llegó a la sede serpista poco antes de la primera vuelta para hacerse cargo del manejo de las juventudes y de Bogotá, donde había logrado una importante votación para salir elegido representante a la Cámara. La sede de la campaña funcionaba en el edificio Tequendama. Horacio Serpa y su staff de colaboradores de confianza ocupaban los pisos octavo y noveno. Ardila se apropió de todo el piso sexto. No escatimó gastos de ninguna clase. De su bolsillo pagó a todos sus empleados, desde asesores inmediatos hasta su numeroso cuerpo de seguridad. Quienes lo conocen lo definen como un joven audaz, ambicioso y prepotente, con gran debilidad por el protagonismo en los medios de comunicación.