La idea de convertir el Mundial de Fútbol en un espectáculo bienal, lanzada por el presidente de la Fifa, Joseph Blatter, a comienzos de la semana pasada, dejó desconcertados hasta a quienes terminaron apoyándola. Los propiosfutbolistas, encabezados por Ronaldo, no pudieron sino bromear en relación con la alternativa de tomar revancha rápidamente de un mal mundial. Otros, más serios, como el ex arquero de la selección italiana Dino Zoff, aplaudieron la iniciativa por los beneficios que brindaría a los jugadores, que al poseer un período competitivo relativamente corto podrían tener la posibilidad de asistir a un mundial en mayor número de oportunidades.Sin embargo hubo quienes sintieron la noticia como un verdadero baldado de agua helada. El primero en reaccionar fue Juan Antonio Samaranch, presidente del Comité Olímpico Internacional (COI). En una enérgica declaración manifestó su rechazo al proyecto por la eventual coincidencia de calendarios entre el mundial y los juegos olímpicos que la medida representaría, circunstancia que podría ocasionar un choque de trenes de consecuencias impredecibles. No menos categórico fue Lennart Johansson, presidente de la Uefa. El rector de la máxima institución del balompié europeo señaló que el proyecto de Blatter no tendría ninguna ventaja y, por el contrario, afectaría directamente los intereses deportivos de la asociación. Con un mundial cada dos años en los términos planteados por el presidente de la Fifa el campeonato europeo, que se lleva a cabo con el mismo intervalo de tiempo, se vería obligado a reestructurarse e incluso podría desaparecer. Algo similar ocurriría con la Liga de Campeones, cuyo calendario se vería torpedeado por la presión de los compromisos entre combinados nacionales.El propio Blatter justificó su iniciativa con el argumento de que un mundial bienal le daría a las selecciones el estatus que se merecen ante el enorme poder que han adquirido los clubes, algunos de los cuales se han dado el lujo de desafiar a la Uefa con el proyecto de creación de la Superliga, campeonato en el que sólo tendrían cabida los equipos más prestigiosos del antiguo continente.En términos generales, el proyecto pretende que los torneos continentales de selecciones sirvan a su vez de eliminatorias para el mundial, que tendría lugar en los años impares, de manera que no compita con los olímpicos, a partir de 2009. Aunque para la Uefa la ventaja sería prácticamente nula para la Federación Suramericana de Fútbol, por ejemplo, representaría un botín nada despreciable pues la Copa América saldría de la apatía en la que se encuentra en la actualidad y recuperaría su nivel. Los jugadores, por su parte, gozarían de mayores oportunidades para disputar un mundial, privilegio que se han perdido muchas estrellas por lesiones de último momento. Sin embargo el mayor argumento en favor de la reforma lo planteó sin rodeos el propio Blatter: el factor económico. "Durante el mundial hemos tenido una audiencia de 40.000 millones de telespectadores. ¿Dónde podemos encontrar algo comparable?", sentenció.Aún así son pocos los que creen que el calendario aguante para tanto. Por un lado, la saturación a la que se verían abocados los jugadores repercutiría en el nivel del torneo. Por el otro, la ansiedad de ver coronado un campeonato orbital no sería la misma, ni para los equipos ni para la afición, si el mundial se vuelve un asunto cotidiano. El debate apenas comienza. Para muchos, más que una iniciativa concreta la de Blatter no es sino una reacción de fuerza que apunta en dos direcciones. La primera contra el COI, ante la presión de este organismo para que la Fifa acepte sus regulaciones en torno al tema del dopaje y, de paso, permita la participación de hasta cinco futbolistas mayores de 23 años en los juegos olímpicos. La segunda contra la Uefa, cuyo poder se ha incrementado notoriamente en los últimos años.Pero, más allá de las suspicacias, lo cierto es que quienes lo conocen saben que si Blatter se metió en semejante lío es porque sus intenciones son reales.