Terminó la semana de la juventud que se inventó el gobierno nacional para justificar la existencia de su lánguido programa presidencial Colombia Joven. El país de las maravillas que el primer mandatario pintó aquel 20 de julio en el Congreso mientras eran asesinados 15 soldados en Arauca fue el mismo que les describió a un puñado de jóvenes a quienes convidó a oírlo y aplaudirlo recientemente. Santos llamó a los jóvenes a celebrar por la buena vida que se dan. Gracias a él y su histórica gestión, claro está. Infortunadamente, lo único cristalino en el panorama es la urna en la que está encerrado el presidente, que lo aísla sistemáticamente del país nacional. El desempleo golpea a la juventud inmisericordemente. A los recién egresados los ‘baratean’ campantemente y las cifras del DANE confirman que la tasa de desocupación de jóvenes de entre 14 y 28 años se situó, por sexo, en 21,3% para las mujeres y 12,9% para los hombres, lo que supera el promedio general.   Los cambios ambiciosos a la educación que este gobierno prometió nunca llegaron y en consecuencia el acceso a la universidad sigue siendo imposible para muchos. El país continúa sin invertir en ciencia y tecnología y, como dijo hace poco Manuel Elkin Patarroyo, la locomotora de la innovación terminó reducida a una simple vagoneta. Tres años en balde y una reforma educativa fallida no son precisamente motivo para celebrar. Tampoco lo es vivir en una nación en la que los jóvenes somos la materia prima de este conflicto armado que no se detiene. Como los viejos no van a la guerra pero se empeñan en sostenerla en sus discursos patrioteros, la juventud ha pagado con severidad los platos rotos de la violencia nuestra de cada día.   Entretanto, con 150.000 embarazos de adolescentes al año –uno de los índices más altos y penosos de la región–, el país se raja respondiendo a una de las problemáticas más sensibles de nuestra generación. Así mismo, hace poco se conoció un estudio de la Universidad Nacional según el cual el 80% de la población joven en Colombia podría tener problemas en su coeficiente intelectual como resultado del consumo desmedido de alcohol y la adicción silenciosa a ciertas drogas. ¿Son estas las razones que invoca el presidente para que los jóvenes salgamos a celebrar?   Nuestra generación tendría que sacudirse más. Hemos perdido la capacidad de indignación, parecemos conformistas por esencia y en varios de nuestros países, según una reciente encuesta de la organización iberoamericana de la juventud, un porcentaje importante manifestó sintonía con ideas retardatarias en materia de derechos fundamentales. Indiferentes y poco rebeldes, los jóvenes nos hemos acostumbrado a lo que hay. La cínica institucionalidad colombiana, esa que saca pecho cuando uno de nuestros deportistas triunfa luego de una niñez sacrificada y sin apoyo para llegar hasta donde están, pide echar voladores con semejantes problemas por delante y hacer como si nada pasara. ¿Qué será lo que el presidente nos manda a celebrar?  Twitter: @JoseMAcevedo