El novelista mexicano Francisco Rebolledo es un escritor poco conocido en América Latina, pero nos tememos que ese desconocimiento será breve y transitorio, puesto que Rebolledo es el autor de una novela, "Rasero", que merece todos los honores y todos los reconocimientos por parte de los más exigentes y cultos lectores del continente y de cualquier parte del mundo.Antes de hablar de su novela, "Rasero", contemos que ella obtuvo el Premio Pegaso de Literatura para América latina, y que su autor es un hombre nacido en la ciudad de México en el año de 1950. Que inicialmente realizó la carrera de química y se dedicó a la docencia, para posteriormente entregarse por entero al oficio de escribir.Parece obligado decir en primer término que "Rasero" es una novela histórica. Pero una deliciosa, sorprendente y agradable novela histórica que nos lleva, con fantasía y con la gracia de un lenguaje que fluye fácil y amenamente, a momentos culminantes donde se consolida y se configura el gran discurso de la razón histórica en Occidente. Que nos lleva a ese tiempo alucinante y complejo que se inicia con el reinado de Luis XV y agoniza más o menos simultáneamente con el derrumbe del sueño imperial de Napoleón. Esta novela marca el umbral que conduce al siglo XVIII: a la infancia de la razón moderna, al crepúsculo de la monarquía francesa y a las jornadas negras del terror revolucionario, y a la apacible vida novohispana del talante criollo'.La novela se sustenta sobre un personaje: el embajador de la Corona española ante la Corte de Luis XV, peculiarismo y sugerente personaje de mundo que entra en contacto, dialoga y tiene amistad estrecha y fecunda con las grandes luminarias del siglo, como Diderot, Voltaire, Mozart, Madame Pompadour, Goya, Lavosier, Danton, Robespierre. Sus muchos amigos, Son nadie menos que aquéllos que construyeron el andamiaje que soporta la gran superestructura cultural de aquel universo enciclopédico que estaba inaugurando sus lenguajes en la historia. Son los hijos predilectos de la diosa Razón. Son los pilares que sostienen el siglo, ese siglo que a su vez posibilita la existencia de los lenguajes y de muchas de las construcciones de los siglos posteriores.Pero la novela de Rebolledo está muy lejos de ser un divenimento puramente exquisito y erudito, una disquisición sobre la vida y la obra de aquellos grandes hombres que aún seguimos admirando y reverenciándolos por su capacidad de haber fundado y descubierto un nuevo mundo para las hazañas del espíritu humano. Pues como lo ha señalado Álvaro Mutis, la novela tiene un tono de fantasía manejado extraordinariamente. La novela se desliza y se regodea, por ejemplo, con cambiantes y deleitosas historias de amor, donde el deseo, la pasión y lo erótico tienen como función engalanar de excelencias literarias muchos de aquellos episodios históricos. Sin duda que esta novela del joven escritor mexicano está llamada a tener un puesto de honor en nuestra tradición literaria. Ella denuncia trabajo, estudio e investigación.No es el libro fácil ni espontáneo. Es la literatura concebida como materialización de muchos esfuerzos y de muchos interrogantes temáticos. Pertenece a una literatura que ya ha dejado de ser un poco usual en nuestro medio, y que tiene el mérito indiscutido de volvemos a recordar que el gran trabajo literario nace de un gran esfuerzo y de una gran voluntad de tener la novela como espejo que reproduce y recrea grandes y cruciales momentos del devenir histórico. La mirada que intenta Rebolledo sobre el siglo de las luces no es una mirada complaciente ni reverencial. Como Goya, él sabe que el sueño de la razón produce monstruos y muchos de esos monstruos nos son revelados y mostrados. La crítica mordaz y profunda recorre esos universos iniciales donde la razón fraguó su mundo en lo cultural como en lo político, una crítica que mira, desmistifica y descifra componentes de ese universo. Una mirada que nos trae ese siglo de las luces bajo una distinta perspectiva, ese siglo que aún nos alumbra con muchos de sus reflejos brillantes y equívocos. Es una novela cuya lectura se nos plantea como una obligatoriedad.