En los últimos seis meses disfruté de las mieles de la consultoría socioambiental, con experiencias enriquecedoras y contrapartes que ahora son aliados; pese a ello, también me enfrenté a situaciones que me sacaron canas, pues no resultaron como lo esperaba. Voy a referirme a estas últimas con la esperanza de que mis lecciones aprendidas le resulten útiles a alguien más. Esta columna hace parte de la seguidilla de recomendaciones que he compartido con ustedes en ocasiones anteriores. Recuerdo aquellas dos columnas que escribí en mayo y junio de 2019 y que titulé Emprender en el mundo de la consultoría: 5 recomendaciones y 4 errores. En aquel entonces, pensé que el tema se había cerrado y había sintetizado las mejores recomendaciones que podría ofrecer. Sin embargo, como lo dije en el párrafo introductorio, no todo estaba dicho; es por eso que me atrevo a compartir con ustedes un par de experiencias adicionales que me sacaron canas en 2020. Me voy a concentrar en el aspecto ‘sacacanas‘ número 1 que, a mi parecer, es el factor decisivo para determinar qué tan divertida, enriquecedora o tortuosa puede resultar una consultoría. Empecemos entonces. Lea también:Emprender en el mundo de la consultoría: 5 recomendaciones y 4 errores Más allá de los términos de referencia y el dinero Por lo general, el primer factor de toma de decisión para participar en una convocatoria o enviar una propuesta de consultoría radica en las respuestas a las siguientes preguntas: ¿Es mi equipo de trabajo capaz de realizar lo que espera el cliente?, ¿tenemos la experiencia para lograrlo? ¿Será un proyecto rentable para mí o para mi organización?  Luego vienen otras preguntas que, a decir verdad, ya menos consultoras y consultores se hacen: ¿Será una oportunidad para incursionar en otros ámbitos o nuevos sectores? ¿Cuál es el beneficio o el riesgo reputacional durante el desarrollo de la consultoría y la posconsultoría? La pregunta que muy pocos se hacen, incluido yo hasta hace unos meses, pero que me formularé de ahora en adelante es la siguiente: ¿Quiénes son las personas con las cuales interactuaré en los siguientes meses? (colegas del equipo, líderes en las organizaciones contrapartes, personas de las comunidades, otros).

Esta última pregunta es poderosa, muy poderosa, pues, en últimas, la interacción que demanda una consultoría exige, de parte y parte, la gestión de emociones, la definición de posiciones, la revelación de imaginarios, voluntades, deseos, miedos, expectativas, etc. En otras palabras, una consultoría es un maremoto de sentimientos de parte y parte. También le puede interesar: Carta para aquellos que están emprendiendo A ver, usted también lo ha vivido. Recuerde aquel día en el que la persona detrás del teléfono le habló mal, le pidió de más y usted internamente se dijo: ‘Esta vieja o este viejo jodón no queda contento con nada‘, o ‘Eso no estaba en los términos de referencia y ahora quiere que yo lo haga‘, etc. En el mundo de la consultoría hay de todo: tanto personas que en su rol de contratante abusan del poder que tienen y esperan que el consultor termine hasta haciéndoles su trabajo, como aquellas que, por el contrario, comprenden que se trata de una relación entre pares, que deciden trabajar colaborativamente porque reconocen que hay complementos entre ellas, en el marco de una relación gana-gana.  Es por ello que, además de analizar las actividades, los entregables, el cronograma, los presupuestos, etc., le recomiendo que también evalúe el perfil de la persona con quien mantendrá un matrimonio temporal. Pregúntese si el hecho de que la consultoría parezca un buen negocio desde lo económico, o un buen trampolín para abrirse camino en un nuevo segmento de mercado, es motivo suficiente para ganarse unas canas de más.  Así como existen organizaciones que hacen su debida diligencia, es decir, que analizan qué tipo de persona u organización contratarán para desarrollar la consultoría, le recomiendo que usted también haga lo mismo. Analice a su contraparte y, sobre todo, a la persona con la que va a interactuar; pida referencias sobre ella/él y no olvide dejar claro y conversar lo que se requiera sobre el alcance, los límites de sus actividades, las fechas de entrega, los tiempos de retroalimentación, entre otros. No estoy diciendo con ello que usted no debe dar su 150%. Cuando se pueda y se quiera, no dude en dar un poco más de usted. Por lo general, cuando la interacción con el cliente es sana, constructiva y respetuosa, esto surge de manera natural.  Esta columna es un desahogo de algunas experiencias que me dejó el 2020 y que, en todo caso, pese a las canas que me sacaron, agradezco se hayan presentado pues me dejaron aprendizajes valiosos para 2021. Reconozco que en la mayoría de esas situaciones no supe escuchar mi instinto, el que me decía ‘no siga adelante‘ desde el principio, así como reconozco que me faltó experiencia a la hora de gestionar mis emociones y las charlas complejas con algunas contrapartes. A pesar de lo anterior, en este cierre de año, sobre todo en un 2020 tan complejo y convulsionado, vale la pena mirar en retrospectiva, más con el ánimo de aprender de uno mismo que para darse golpe de pecho o señalar a los demás.  Gracias una vez más por leerme, ¡hasta el próximo jueves! Lea también: Aportes por una buena causa: gracias a quienes aportan a la Amazonía