Eduardo Cifuentes no sólo es el menor de los magistrados de la Corte Constitucional. También tiene fama de ser uno de los integrantes con mayor independencia en la corporación. Habla poco, huye de la adulación y de los periodistas y, aunque muchos lo ubiquen actualmente en la franja pastranista por su posición en algunos de los fallos más controvertidos de los últimos meses, es en realidad marcadamente liberal, a pesar de que como librepensador busque siempre colocarse por encima de las preferencias partidistas. Caracterizado por ser muy cuidadoso en sus argumentaciones, prefiere polemizar sobre la jurisprudencia antes que imponerla. Quizá por eso siempre coincidió con el grupo minoritario en el famoso 5-4 que definió el delicado caso de la extradición sin retroactividad. De igual forma volvió a ser minoría cuando salvó su voto frente a la tutela que interpuso Viviane Morales en relación con el proceso de la Corte Suprema de Justicia contra los congresistas que absolvieron al presidente Samper. Y la semana pasada repitió, cuando se pronunció a favor de la emergencia económica al lado del magistrado Hernando Herrera, mientras los demás magistrados se negaban a avalarla.En medio de todas estas decisiones trascendentales Cifuentes asume la presidencia de la Corte Constitucional dispuesto a hacer valer sus principales virtudes: el análisis y la prudencia.