Los asesinos actuaron con asombrosa frialdad. Ingresaron al Parlamento, empuñando sus armas, dispararon a diestra y siniestra y dejaron en el recinto los cadáveres del primer ministro, Vazgen Sarksyan, y otros siete altos funcionarios.El hecho ocurrió el miércoles pasado en la República de Armenia, una nación que en una década de independencia ha sido noticia al sufrir un terremoto y una guerra. Lo único que le podía faltar era una masacre de semejante magnitud. Los atacantes, sin embargo, al día siguiente soltaron a los sobrevivientes del asalto que habían tomado como rehenes y presentaron excusas: "Lo sentimos por las otras víctimas, fueron bajas por errores técnicos, pero el ministro no merecía otra suerte".Al cierre de esta edición, una calma chicha reinaba en la mayoría de los casi cuatro millones de habitantes de esta nación fronteriza con Turquía. Sólo unos pocos lloraban la muerte del ministro Vazgen Sarksyan. La situación puede explicarse por la avalancha de actos de corrupción de la que responsabilizaban al ministro. "Vinimos a librarnos de los chupasangres", fue la frase de los cinco atacantes en su ingreso al recinto ante una cámara de televisión con la que después filmaron su sangrienta acción.Aunque el ataque tuvo una precisión militar todo apunta a que este fue realizado por un comando aislado dirigido por el ex periodista Nayrí Hunanian y varios académicos. Aunque otras hipótesis recuerdan la pugna entre los poderosos ministerios de Interior y Defensa.Lo cierto es que el presidente Robert Kocharian optó por la diplomacia y conversó con los atacantes, los invitó a rendirse y les prometió un juicio justo. Estos aceptaron pero acusaron públicamente a su gobierno de corrupto. Un señalamiento temerario si se tiene en cuenta como 'juzgaron' al primer ministro. Con estos antecedentes y el país sumido en la miseria es difícil para los analistas lanzar hipótesis sobre lo que puede ocurrir en el futuro.