La semana pasada sucediO algo curioso en las páginas editoriales de El Tiempo: que dos de los samperistas más identificados (su propio hermano Daniel Samper y Roberto Posada García-Peña) coincidieron antagónicamente en una sugerencia para Horacio Serpa: el primero le recomienda que no se le ocurra, a pesar de que la idea ha tomado fuerza, pensar en Juan Manuel Santos para vicepresidente, con estos argumentos: “Santos, de cuya inteligencia, rectitud y honestidad no tengo duda, es, lamentablemente, doctor en deslealtades”. Por el contrario, D’Artagnan se lo sugiere al revés: que piense en personajes como Juan Manuel Santos, “liberal pero representante de otras tendencias”, como su fórmula vicepresidencial. Su argumento: “sumar caudas de diferente índole, pero en el fondo afines, es la mejor manera de ganar”. La explicación de que dos personas tan cercanas a Ernesto Samper tengan tan distinta apreciación sobre lo cerca o lo lejos que Santos debe estar de quien podría ser el próximo presidente de Colombia es sencilla: dentro del samperismo hay una tendencia progresista y otra que todavía está en la caverna. Y mientras D’Artagnan se ha ubicado claramente en la primera, Daniel Samper es la cabeza más visible de la segunda. ¿Cuáles son las diferencias? La caverna del samperismo está compuesta por un grupo de samperistas con delirio de persecución, que se la pasan reuniéndose en restaurantes para comentar sobre quién habló mal de Ernesto Samper en un coctel, y para seguir haciendo cuentas de los conspiradores que en su momento le dieron tantos dolores de cabeza al entonces presidente. Claro: media Colombia fue conspiradora, si por ello se entiende el grupo de quienes, como yo en su oportunidad, aspirábamos a que no siguiera en la Presidencia quien había sido elegido con dineros de los narcos. Esa es una categoría de conspiradores: la de los que estábamos indignados y soñábamos con que hubiera un castigo. La otra categoría —la más odiada, por cierto, por la caverna del samperismo— es la de los conspiradores que intentaron juntar su sueño de derrocar a Samper con el de ser ellos mismos quienes lo reemplazaran. En esta categoría el samperismo de la caverna tiene matriculados desde hace tiempo al ex vicepresidente Humberto de la Calle y al entonces ministro de Hacienda Guillermo Perry, porque en la fórmula de ambos, para salir del impasse político del 8.000, se contemplaba la posibilidad de que ellos asumieran la Presidencia. Pero súbitamente aparece un tercer nombre para incluir en la lista de los conspiradores más odiados: el de Juan Manuel Santos, por cuenta del libro de Carlos Castaño. En él, el jefe de las autodefensas se refiere a una reunión secreta —ya comentada en esta columna— de Santos con Castaño, Alvaro Leyva y el esmeraldero Víctor Carranza. El objetivo era tumbar a Samper, organizar una Constituyente y que la Presidencia fuera temporalmente ocupada por Santos. Esta es la explicación de que la caverna del samperismo, mediante una columna de Daniel Samper, se expresara de manera tan desairada con la tremenda frase de “doctor en deslealtades” sobre Juan Manuel Santos. Hasta ahora se sabía que Juan Manuel no era samperista, pero no que hubiera participado en un plan para tumbarlo y reemplazarlo él mismo. Es claro que la perspectiva de tener a este enemigo gobernando nada menos que con Serpa, a quien consideran hechura de Samper, les pone los pelos de punta. Pero así como Daniel Samper era, hace unos años, un columnista progresista y chévere que pasó a la caverna para defender a su hermano, D’Artagnan, que era visto como de la caverna cuando defendía a Samper en el peor período de su gobierno, se ha vuelto un samperista progresista. Ha resuelto no volver a sacar el espejo retrovisor y archivar los viejos odios que administraba por cuenta del 8.000. Y es precisamente ese progresismo el que le ha permitido hacer propuestas tan inadmisibles para la caverna del samperismo como la de pensar en un conspirador como Juan Manuel para que sea la fórmula del candidato liberal. Pero ambas sugerencias, tanto la de hacerlo candidato a vicepresidente como la de no, parten de una premisa equivocada: lo que Juan Manuel Santos quiere ahora no es ser vicepresidente del candidato liberal, sino jefe del partido. Ahí está su verdadero trampolín político. Pero eso, al igual que la decisión de la vicepresidencia, también depende de Serpa. ¿Qué hará el candidato liberal? ¿Seguir el consejo de la caverna samperista o el del samperismo progresista? Quién sabe. Pero lo cierto es que aquí hay una magnifica oportunidad, si Serpa desatiende las opiniones de Daniel, nada menos que el hermano de Ernesto, dándole el visto bueno a la jefatura del partido de Juan Manuel, que Serpa demuestre qué tan cierto es lo de su independencia política del samperismo.