Las autoridades belgas pensaron que la captura de Salah Abdeslam, el terrorista más buscado de Europa y uno de los cerebros de los atentados del 13 de noviembre de París, permitiría frustrar los planes de Estado Islámico (EI, o Isis) en su país. Tras una persecución de más de cuatro meses, su arresto el viernes pasado en Molenbeek, un barrio popular de Bruselas, era además el primer gran golpe que estas le propinaban a la célula yihadista que desde esa ciudad planeó y ejecutó los atentados contra la capital francesa.Pero el martes, apenas cuatro días más tarde, esa esperanza desapareció con las explosiones coordinadas que redujeron a escombros una zona del aeropuerto internacional Zavantem de Bruselas, y destrozaron algunos vagones del metro bajo la estación de Maalbeek, en el centro de la ciudad. Ambas deflagraciones dejaron 31 personas muertas, más de 270 heridas, una sociedad aterrorizada y una ciudad paralizada. Además del metro, el tranvía y los autobuses, las autoridades anularon todos los vuelos y los trenes que pasan por la ciudad, incluyendo los Thalys y los Eurostar. Bruselas no solo había sufrido el peor de los atentados terroristas de toda su historia, sino que se hallaba ante una célula yihadista cuyo sigilo le ha permitido pasar por debajo de los radares de la inteligencia europea.También, ante un grupo cuya capacidad táctica le permitió atentar al mismo tiempo contra dos puntos clave de la infraestructura de transporte de la capital. Y eso, a pesar de que la ciudad ya se encontraba en el nivel 3 de alerta terrorista, que según el Órgano de Coordinación para el Análisis de la Amenaza (Ocam, por su sigla en francés) corresponde a “amenaza posible y probable”. Poco después de las explosiones del miércoles ese organismo la elevó a 4 por considerar que se cernía sobre la ciudad un “riesgo serio e inminente”.En la tarde, Isis se atribuyó los atentados a través de un comunicado publicado por la agencia Amaq. Y el miércoles, las autoridades encontraron en un apartamento de Bruselas una bandera de ese grupo, una bomba de clavos y rastros de los mismos explosivos usados en París. Además, se supo que Ibrahim y Khalid al Bakraoui, dos de los terroristas que hicieron estallar sus cinturones, eran hermanos y que uno de ellos había alquilado dos inmuebles en los que Abdeslam se había escondido durante su fuga.Consecuentemente, se ha sospechado que eran una retaliación por su arresto, pues se sabe que la banda estaba planeando acciones similares en el Viejo Continente. Y aunque es probable que ambos hechos estén conectados, es claro que un atentado como el del martes no se puede organizar de la noche a la mañana. Si bien la captura del viernes pudo adelantar la masacre, el ataque muestra un alto nivel de planeación y de coordinación. Además, revela detalles importantes de la estrategia de esta nueva etapa de Isis, marcada por las grandes ofensivas en metrópolis europeas.Por un lado, el grupo ya no está arremetiendo contra los blancos valiosos por su valor simbólico –como el tiroteo en el Museo Judío de Bruselas en mayo de 2014– sino contra el público general. Como dijo Boubaker al-Hakim, uno de los dirigentes de Isis y el padrino de los yihadistas franceses, en una entrevista publicada en marzo de 2015 por la revista yihadista Dar-al Islam: “Dejen de buscar objetivos específicos. Maten a cualquiera y en cualquier lugar”.Por el otro, la bomba de la estación de Maalbeek explotó en las inmediaciones del quartier européen (el barrio europeo), donde se encuentran las sedes de la Comisión, el Parlamento, el Consejo y el Servicio de Acción Exterior de la Unión Europea (UE). En ese sentido, si bien el terror que se apoderó de Bruselas es un drama local, por ser esta la capital de la UE, sus causas y repercusiones van más allá de las fronteras de la pequeña Bélgica. Y en efecto, aunque todos los miembros de la banda de Abdeslam nacieron allí o están fuertemente vinculados con ese país, sus miembros han sido detenidos en seis países, lo que demuestra la extensión de su red.De hecho, esa célula de Isis ha aprovechado una combinación de factores que amenazan a todo el Viejo Continente. Entre ellos, los centenares de jóvenes europeos que Isis ha radicalizado por internet, y que tras recibir entrenamiento en Siria e Irak regresan a Europa para cometer atentados en sus países de origen. También, la oportunidad de ellos y otros combatientes para entrar al continente sin ser detectados gracias al caótico flujo de refugiados que huyen de los conflictos de Oriente Medio. Y, como si lo anterior fuera poco, un bajo nivel de coordinación entre las agencias fronterizas y de seguridad europeas, que pese a la libre circulación de personas por la zona trabajan como entidades independientes que no comparten información.Sin embargo, los terroristas belgas han encontrado en su país un terreno aún más propicio para desarrollar sus actividades. Si al resto del continente lo han afectado sobre todo las fallas de la UE, a Bélgica la ha puesto de rodillas la disfuncionalidad de su propia administración, que ostenta el deshonroso récord de haber durado 541 días sin gobierno entre 2010 y 2011. De hecho, la histórica confrontación entre las comunidades flamenca y valona ha conducido a lo que se conoce como el más próspero de los Estados fallidos. Y aunque esa división afecta a todos los sectores de la sociedad, sus consecuencias en la lucha antiterrorista son dramáticas.A eso se suma el estatus particular de Bruselas, que es un enclave valón en territorio flamenco, pues allí el caos administrativo alcanza niveles surrealistas. En particular, las cuestiones de seguridad se reparten entre tres parlamentos, 19 asambleas barriales, dos servicios de inteligencia y el Ocam, que trabajan de manera descoordinada sin la financiación necesaria y en asuntos que con frecuencia se superponen.A eso se suma que entre los jóvenes belgas el llamado de la yihad ha sido mucho más fuerte que en otros países. Según cifras del think-tank británico International Centre for the Study of Radicalisation and Political Violence (ICSR), Bélgica es de lejos la nación europea de donde más combatientes per cápita han salido para luchar en las guerras de Siria e Irak. Y en barrios como Molenbeek –con una población mayoritariamente musulmana, mal integrada y con altos niveles de desempleo– los yihadistas han encontrado simpatizantes que les han brindado su apoyo. Aunque se especuló que Abdeslam estaba en Siria, hoy se teme que nunca haya salido de ese, el lugar donde nació y creció.El desafío para el continente es de marca mayor, pues los autores de las masacres de París y de Bruselas no son lobos solitarios con una misión que acaba cuando las autoridades los dan de baja. Son, por el contrario, miembros de una red muy bien familiarizada con el terreno, que sabe aprovechar las debilidades locales y que muy probablemente está planeando su próximo atentado en el Viejo Continente.