Sorprendido todos los días, incómodo en el propio país (donde, por lo menos, uno no es extranjero), me aterra ver cómo los medios han trocado los términos y han denominado 'trabajo humanitario' a una reunión de rescate de secuestrados, en que participan el humillado gobierno nacional, los eternos candidatos a la figuración y los propios secuestradores embozados. Humanitarios no son, en esa mesa, todos los que están. Los que han privado de la libertad a las personas, los que han ofendido de manera grave su dignidad, los que negocian con su vida y con los sentimientos familiares _así argumenten razones políticas_ no son humanitarios. Casi diría que no son humanos. A muchos de ellos tendremos que tolerarlos más tarde como ministros de Salud Pública o de Educación Nacional, cuando no en calidad de constituyentes para la elaboración de una nueva Carta, que regirá nuestro oscuro futuro en el siglo XXI. La reinserción de los violentos es un hecho que no podemos desconocer y del cual, aunque se hable poco, vamos a vivir los años venideros, hasta que nos acostumbremos y lleguemos a colgar sus retratos al óleo en las oficinas públicas. Cuando yo recuerdo los asesinatos cometidos por el general Santander, héroe de la patria, pienso que no me gustaría trabajar en un despacho que presidiera su efigie de 'hombre de las leyes'. La ejecución sumaria y precipitada del jefe realista, de sus oficiales y soldados, para sorpresa de Bolívar, me descalifica al robusto general, luego llevado a estatua con cintura de sílfide y apostura galana. Como tampoco podría pisar la Cuba de Castro, mientras el dictador viva con la conciencia sucia por la ejecución sumaria de sus enemigos políticos y de sus propios amigos. Mucho menos me dejaría colocar la tenebrosa mano sobre el hombro, como acostumbra reducir el comandante caribeño a sus contertulios, llámense Gabo, López Michelsen, Hernando Santos o Pastrana.Ser humano es una condición de nacimiento. Ser humanitario es calidad que se desarrolla en una adecuada formación. Y no se requiere ser humanista para ser humanitario, aunque todos los humanistas lo son, sin defecto. Va muy ligada una mala formación _pese a alguna regular información_ a la crueldad, a la violencia, a la tendencia a practicar en el semejante lo que a nosotros nos dolería, moral o físicamente.Todo esto dentro del más canallesco egoísmo natural, como devora una mapaná a un animalejo menos astuto, pero igualmente sensible; como atrapa el tigre a la cría más tierna del venado. Es decir, hay quienes parecen haberse educado en los increíbles videos del National Geographic, sin estar advertidos de que en ellos había una dosis no propiamente moderada de sexo y violencia selváticas. "El hombre, como el huevo, en nidos de dolor será serpiente, en nidos de piedad será paloma", decía, incluyendo una explicación social, el olvidado maestro Guillermo Valencia.Digamos, pues, que es labor humanitaria (vamos) la que desarrollan los secuestradores en sofisticadas mesas de trabajo, con los acorralados funcionarios, a su vez, acosados por las familias de los plagiados y por el desastre nacional. Y con algunos invitados extranjeros no demasiado significativos, así como en la compañía de los que no pueden faltar para que los vean, más la Iglesia, que se halla en todo (es, en esta ocasión, secuestrada, liberadora y castigadora). Hay otros que por mostrarse humanitarios ante la comunidad internacional, fusilan a los suyos que, a su turno, han fusilado, redoblando la crueldad de gatillo en que se vive y muere en la selva profunda. Los comunicados no deberían ser encabezados por las calumniadas 'montañas de Colombia', sino más bien por las 'selvas profundas de Colombia', dando a entender que así como hay riqueza de fauna nacional, hay también especies humanas, dignas de ser exhibidas en los zoológicos del terror. Cada situación que se vive en Colombia es peor. Primero fue la presidencia de un economista, que despreciaba a los abogados, el cual, con la iniciativa de un recién egresado de jurídicas, sometió a todo un cuerpo constituyente (no propiamente pluralista, pero al que adornaron con dos o tres indígenas multicolores), hasta que se logró, entre todos, enterrar una venerada Carta Política, que hoy lloran tardíamente los mismos que la feriaron en julio de 1991.Hoy nos preparamos para algo irremediable: una nueva Constitución negociada en esa selva profunda, entre el chillido de las iguanas y el silbo de la mapaná. ¿Cuánto puede durar una Ley Fundamental nacida del hostigamiento y la violencia?Y como en el país se pasa de la crueldad al humanitarismo, seguramente se nos va a imponer, con el fusil en la nuca, una Constitución plagada de derechos humanos.