Llegar a enero, sobreviviendo a las fiestas decembrinas, es difícil. Me refiero a llegar con la mente sana, sin complejos de inferioridad, luego de haber capoteado la obligación de estar contentos que anualmente nos imponen la celebración de la navidad y del año nuevo. Y sobre todo, después de haber nadado entre el torbellino de resúmenes noticiosos que nos obliga a repasar nueva e intensamente los sucesos de los últimos doce meses, como si el año que termina fuera equiparable con un clásico de la literatura universal, de ésos que se leen, se releen y se requeteleen durante el curso de la vida.Pero en la víspera de 1985, un hecho vino a interponerse dramáticamente entre el nacimiento del niño Dios y la muerte del año viejo. Por irónico que parezca, la noticia de la "narco-valija", que avergonzó al país y lo puso de nuevo en evidencia internacional, evitó felizmente que nos agarrara el año nuevo recostados en un pesebre de noticias viejas.Y no era para menos la conmoción que produjo la noticia. La osadía del narcotráfico había alcanzado su cúspide. Lejos quedaban las épocas en las que el producto viajaba camuflado entre las puntas de unas zapatillas de ballet, o entre los lunares postizos de una hermosa viajera trigueña, o entre los botones de doble fondo de la sotana de un falso cura, o entre el intestino grueso de un aprendiz de "mula". En esta oportunidad, increíble, la cocaína había sido transportada directamente a Europa por el propio gobierno colombiano, hipnotizado por las falsas credenciales periodísticas de un pícaro español, Javier Gómez Ballesteros, que llegó al país recomendado especialísimamente por el ex candidato a canciller y actual pre-candidato a la Presidencia de la República, Jota Emilio Valderrama.La carta de recomendación que el español exhibió no era cualquier carta de recomendación. Era una carta de recomendación cariñosa y explícita, en la que se calificaba al señor Ballesteros de "ilustre periodista" vinculado con los más calificados medios españoles como la T.V. y la Radio Nacional, e incluso con la Cruz Roja.Como resultado del escándalo de la narco-valija varias personas probablemente inocentes han sido privadas de su libertad. Primero fue el ex segundo secretario de la Embajada de Colombia en España, quien aparentemente se limitó, como lo había hecho rutinariamente durante los últimos siete años, a desocupar la valija diplomática para distribuir su contenido. Y después fueron detenidos los dos funcionarios de la Presidencia de la República que realizaron el envío a España. Y que seguramente, a juzgar por su recta trayectoria profesional son tan solo las ingenuas piezas finales del engranaje burocrático que permitió que a un pícaro con carta de recomendación le regalara el Estado colombiano un pasaje en su tula diplomática, con tan poco derecho como tengo yo de exigir el mismo conducto para enviarle una caja de bocadillos veleños a mi tía Lola, residente en Madrid.Jota Emilio, el "palancazo" del falso periodista español, ya había utilizado en oportunidad anterior el peso de su ilustre nombre para agilizar la entrega de documentos que le permitirían al presunto "cerebro" del robo de los US$ 13.5 millones, Roberto Soto Prieto, escapar, quizás definitivamente, de las uñas de la justicia colombiana.Pero sí es cierto que Jota quedó mal, muy mal, también lo es el hecho de que el ex embajador en España no hizo nada distinto de lo que los políticos colombianos hacen a diario, por oficio, a rodos y en tarjetas especiales, con quienes necesitan una recomendación para ingresar a la burocracia patria. Las recomendaciones son una de las peores aberraciones de nuestra democracia. Una forma de mentira institucionalizada consistente en que quien detenta el poder asegura conocer al que necesita el puesto, adornándolo de cualidades y ventajas por las cuales, en caso de resultar inexistentes, no llegaría jamás hasta el extremo de responder.La pregunta que hay que hacerse ahora es la de qué tan definitiva fue la recomendación de Jota Emilio al falso periodista para que estuviera a punto de consumarse tan espectacular caso de narcotráfico, en el que el Estado colombiano sirvió directamente como "mula". ¿Determinó tal recomendación que el español recibiera un trato preferencial por parte de la Secretaría de Información y Prensa de la Presidencia? ¿Desde cuándo es suficiente presentar una recomendación de un político con "pedegree" para que la valija diplomática del país se convierta en correo de películas o de bocadillos veleños? Las respuestas a los anteriores interrogantes podrían resultar comprometedoras para el político antioqueño. Al fin y al cabo suscribió en su calidad de funcionario público, un documento en el que afirmaba algo que de ninguna manera le constaba, como quedó demostrado posteriormente cuando se descubrió que el "ilustre periodista" Gómez Ballesteros no era ni ilustre, ni periodista, ni trabajaba con la T.V., la radio o la Cruz Roja españolas.Mientras la alegre recomendación de Jota quedará seguramente impune, dos funcionarios de la Presidencia han sido acusados de negligencia y privados de su libertad, por haberse "tragado" el cuento del "ilustre periodista" español. Pero no tiene lógica alguna que la justicia colombiana la emprenda contra la canasta en la que se quebraron los huevos y absuelva de culpa, en cambio, a quien le dio la patada.