Aún no se habían iniciado las votaciones del cónclave cuando el cardenal Joseph Ratzinger, en su homilía a los cardenales electores, adoptó el mismo tono de Juan Pablo II, al hablar de "una fe que no sigue las modas, una fe adulta y arraigada". Elegido Papa, ha dejado el timón tal y como lo había orientado su predecesor. Así lo sintieron los jóvenes de todo el mundo llegados a Colonia (Alemania) para el Encuentro Mundial de la Juventud. Vestido de blanco hasta los pies, bendecía con su sonrisa contenida, rodeado de muchachos que lucían los trajes típicos de sus regiones y países y, como lo habría hecho Juan Pablo II, dejó una provocadora consigna: "Servir a Cristo, cueste lo que cueste". El 2 de octubre presidió la XI Asamblea del Sínodo de Obispos sobre la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia. Habían llegado a Roma los 250 obispos elegidos por él, los que representaban a las conferencias episcopales de todo el mundo y los prelados y patriarcas de ritos orientales; y como sus predecesores en los sínodos reunidos desde 1965, el Papa se aplicó a mantener encendido el espíritu de colegialidad de los obispos. Así lo había hecho Juan Pablo II en el sínodo de 2001. Hoy los obispos de todo el mundo tienen un documento que se estudia porque guiará las prácticas pastorales de la Iglesia: las 50 propuestas del Sínodo sobre la Eucaristía. Por tanto, nada espectacular ni extraordinario que notifique al mundo sobre la aparición de una Iglesia más vigorosa que la de Juan Pablo II. Y, sin embargo, es una montaña que navega, como esos sumergidos colosos de hielo de los que sólo emerge un pico deslumbrante y engañosamente pequeño. ¿Recuerdan las muchedumbres que se congregaban para ver y oír esa encogida, babeante y temblorosa figura de Juan Pablo II en sus últimos años? No iban a gozar con el héroe esbelto, enmarcado por las luces y los brillos de la tecnología del espectáculo; la Iglesia cree en sus héroes y sigue empeñada en acuñarlos y ofrecerlos al mundo de hoy. No parecía fácil reemplazar a un Papa como Juan Pablo II. Aunque Benedicto XVI no parece ser un Papa de grandes gestos ni de cambios audaces. Los otros héroes Benedicto XVI sigue beatificando y canonizando a un ritmo que recuerda el de su predecesor: el 28 de junio introdujo la causa de beatificación del papa Juan Pablo II, y en el mismo mes beatificó a 12 mexicanos, mártires durante la revolución de los cristeros. Después, a dos religiosas de la comunidad de Siervas de Dios; en noviembre, al fundador de las Hermanas y Hermanos del Sagrado Corazón, Carlos de Foucauld, al jesuíta chileno Alberto Hurtado y a dos fundadoras de órdenes religiosas. A los héroes seculares, deportistas, nobeles y modelos, la Iglesia está oponiendo los suyos: los del pasado y los de hoy, a pesar de polémicas como la que se oye en México al recordar a los cristeros.. Mártires como los de los cristeros mexicanos se están viendo hoy. La Iglesia llora sobre esa sangre derramada, pero la recoge convencida de su poder fecundador. El 14 de julio la noticia fue brutal: el obispo Luigi Locati, de 77 años, había sido asesinado en Kenia; cuatro días después, llegó el mensaje sobre la nueva prisión del obispo de Zheng Dien, quien desde 1980 ha sido apresado ocho veces por las autoridades chinas; comenzaba noviembre cuando la alerta llegó de Pakistán, en donde habían sido incendiadas tres iglesias en Sangle Hill, 450 familias católicas huían y habían sido atacadas y semidestruidas dos escuelas religiosas y un convento. Un poco antes, el Papa había oficiado al presidente Hugo Chávez, de Venezuela, para pedirle respeto al espacio de libertad de la Iglesia porque "el Estado no tiene nada que temer". En Colombia, a pesar de las buenas relaciones con el gobierno, las cifras de sacerdotes muertos crecieron. Hasta el mes de agosto, los sacerdotes asesinados en los últimos cinco años eran 32, incluidos un obispo y un arzobispo; 71 iglesias habían sido destruidas o cerradas; habían sido secuestrados cinco obispos, 18 sacerdotes y un misionero. Puentes del Papa En una de sus primeras actuaciones, Benedicto XVI recibió un duro reproche del gobierno de Israel. El novel pontífice había condenado el asesinato de dos diplomáticos argelinos en Irak, pero no mencionó los atentados terroristas contra Israel, ocurridos por esos mismos días. La protesta del gobierno israelí tuvo el efecto de una fea salpicadura sobre la blanquísima sotana papal. La nota diplomática se asoció de inmediato con el dato que algunos medios habían magnificado, del paso del joven Ratzinger por las filas de las juventudes nazis. El gobierno israelí recibió como respuesta a su protesta la copia de 20 declaraciones públicas de condena al terrorismo contra Israel, al mismo tiempo que una carta en la que se expresaba que así como el gobierno de Israel no se deja dictar lo que debe decir, la Santa Sede tampoco acepta orientación para sus declaraciones. Y quedó aun más clara la posición del nuevo Pontífice cuando, durante su viaje a Colonia, visitó la sinagoga para expresar ante la comunidad judía "su deseo de mejorar las relaciones y la amistad con el pueblo hebreo". Allí recordó los campos de concentración como parte "del tiempo más oscuro de la historia alemana y europea". Semanas después, los secretarios de las Conferencias Episcopales europeas incluyeron en su agenda el tema del día: las relaciones con los musulmanes y con África. El ecumenismo es, anota el sacerdote periodista Daniel Londoño, desde Roma, el lado fuerte de este Papa y una de las prioridades de su agenda. Agenda de prensa Asuntos como el de los homosexuales o el de la comunión de los divorciados no parecen preocupar a la Iglesia, pero sí a la prensa que, según el director de El catolicismo, Luis Alfonso Pardo, tiene acentuaciones mediáticas con finalidad propagandística. Sin embargo, los escándalos de abusos sexuales de sacerdotes provocaron la medida preventiva conocida en noviembre, cuando un documento de la Congregación para la Educación Católica estableció los criterios sobre la exclusión de homosexuales en los seminarios, por cuanto el sacerdocio, que no es un derecho sino un don, según el documento, demanda madurez afectiva y personal, como condición para una relación correcta con hombres y mujeres en el ejercicio pastoral. Pero, tanto con homosexuales como con gays se ha abierto un campo para la pastoral de acogida y de ayuda de la Iglesia, en razón "del respeto profundo a las personas en cuestión". Observa el director del semanario Prensa Católica que son novedades la naturalidad, la soltura y la frecuencia con que la Iglesia habla de homosexualidad y la existencia de criterios más amplios en los tribunales donde se tramitan separaciones matrimoniales. La pastoral de los divorciados se comenzó a plantear desde el Concilio Vaticano II, cuando el patriarca melquita Elías Zoghby preguntó si la Iglesia se limitaría a decir que nada podía hacer por ellos. Un teólogo comentó desde afuera del aula conciliar: "son los enfermos y no los sanos quienes tienen necesidad de médico". Y, desde la Universidad de Lovaina, agregó el profesor De Locht: "un divorciado es, ante todo, un ser herido profundamente", de modo que fue de una admirable lucidez la posición de los obispos colombianos que en 1969 escribieron en un documento colectivo: "(los divorciados) deben ser servidos con una pastoral de servicio más planificada, que haga a la Iglesia signo visible del amor y comprensión de Dios por nosotros". No redujeron su reflexión al sólo asunto de si darles o no la comunión. En las propuestas del Sínodo al Papa se destaca: "la importancia de una actitud y una acción pastoral de atención y acogida a los fieles divorciados que se han vuelto a casar". Maquiavelo leyó con clarividencia la agenda de Julio II cuando anotó: "este Papa quiere ser el dueño y el señor del juego del mundo". Lo que aquella alma feroz no logró con las armas se lo reconocieron los polacos a Juan Pablo II que, según ellos, "cambió la historia del mundo", sin más armas que las del espíritu. Es la influencia que al parecer mantendrá Benedicto XVI, casi sin mover el timón.