“Hay que darle piso a esos negros”, se alcanzó a escuchar en la cancha de fútbol de Caracolí, un barrio de Ciudad Bolívar, antes que dos sicarios en moto jalaran el gatillo y le dispararan a Edward Samir Murillo y Daniel Andrés Perlaza, dos afrocolombianos de 20 años. Los dos amigos habían llegado un par de años atrás a Bogotá, después de salir desplazados con sus familias de Guapi (Cauca) y Cértegui (Chocó). Eran parte de un grupo de danza folklórica e iban al centro de salud, a pedir una cita para la mujer embarazada de Samir. Damaris, hermana de Daniel, dijo que era “un joven sin antecedentes judiciales ni disciplinarios” y añadió que “nosotros no somos animales y por el color de nuestra piel no merecemos la muerte”. Y es que estos dos homicidios prendieron las alarmas entre los afro de la capital, que denunciaron una oleada de crímenes racistas sin precedentes. En lo que va del año van por lo menos 14 afrocolombianos asesinados. También denuncian amenazas, golpizas, la persecución de grupos de limpieza social y un clima de angustia. Aunque el alcalde de Ciudad Bolívar Cristóbal Padilla, advirtió que todavía “no hay certeza de que muertes de jóvenes afro sean por racismo” pues estos vivían en barrios difíciles, donde las pandillas, el tráfico de droga y la violencia son cotidianas. Pero las autoridades no descartan que sean asesinatos raciales, al punto que el CTI de la Fiscalía creó un grupo especializado en crímenes de odio, que busca esclarecer estos hechos y decenas de denuncias más que han llegado en las últimas semanas. Y es que en la comunidad afro, el horror es palpable. Una líder afro en Caracolí le dijo a SEMANA que “hay miedo, la situación se encuentra en semáforo rojo, desde hace tiempos veo caer a mis jóvenes afro. A muchos les tocó salir de la zona, otros ya ni salen de sus casas por el temor de ser asesinados o amenazados”. Juan de Dios Mosquera, director del Movimiento Cimarrón dijo que “nunca habíamos visto algo así, una ola de homicidios en tan poco tiempo, chicos de 13 a 20 años. Dicen que van a matar a todos los negros, nadie quiere salir de sus casas, la gente está encerrada. Se está estigmatizando a los jóvenes, dicen que hay que atacarlos, que todos son delincuentes”.   Su organización viene documentando casos de agresiones racistas en Bogotá. El problema es que a pesar que desde 2011 hay una ley antidiscrimación, hay un subregistro de estos crímenes, pocas estadísticas y las autoridades no incluyen la perspectiva de racismo al investigar ataques contra afrocolombianos. Como dijo César Rodríguez Garavito, director del Observatorio de Discriminación Racial de la Universidad de los Andes, “Es una obligación legal indagar si son crímenes de odio, si se demuestra racismo es un agravante. No hay que apresurarse y decir que los homicidios no tienen que nada que ver con el color de la piel”. Horror en Bogotá María es cantante y una noche, al salir de un concierto en La Candelaria, la rodearon tres hombres con la cabeza rapada. Pensó que la iban a atracar, pero empezaron a pegarle, gritándole “negra H.P.”, dándole puños y patadas en el piso. Ningún vecino intervino, ningún carro paró, no pasó nada. Después de la golpiza, estuvo 20 minutos tirada en la calle antes de lograr ir al CAI de Las Aguas. Ahí le preguntaron si estaba borracha y le dijeron: “es que ustedes son muy problemáticos”. El “ustedes” se refería a los afros. En el hospital la entendieron por encima, pues dos meses después se desmayó y se dio cuenta que la brutal agresión le provocó una hernia abdominal que puso su vida en peligro. Le tocó conseguir 32 millones de pesos y endeudarse para pagar su cirugía a tiempo. La cantante denunció que en los últimos meses cinco afros han sido atacados en condiciones similares y un joven fue asesinado en febrero cerca a la iglesia de Egipto. En el barrio también circuló un panfleto que decía “Negros hps, los vamos a erradicar”. A Jorge, que trabaja en una pescadería en Chapinero, lo acuchilló un grupo al bajarse del Transmilenio. El objetivo no era robarle su celular y su dinero, sino advertirle que iban a “matar a este negro H.P.”. Estos casos son la muestra más extrema de un racismo que los afro enfrentan a diario, que va desde las discotecas que se “reservan el derecho de admisión”, hasta los dueños que no le “arriendan a negros”, pasando por taxistas y buseteros que se niegan a llevarlos. El Observatorio de Discriminación Racial también demostró que ser afro “disminuye de manera significativa las probabilidades de conseguir una entrevista de trabajo”. “Una bomba de tiempo” Para Helmer Quiñones, analista en Codhes (Consultoría para los derechos humanos y el desplazamiento), “hay una bomba de tiempo en Bogotá, un racismo estructural que se disparó con la llegada de desplazados del Pacífico. Antes, cuando éramos 10, nos invitaban a las fiestas. Cuando somos 100 estalla”. Según el censo de 2005 en la capital 100.000 personas se identificaron como afrocolombianos. Pero las organizaciones comunitarias estiman que podrían ser por lo menos 500.000, gran parte desplazados del Pacífico. Un flujo diario que se asienta en las localidades más vulnerables de la capital como Ciudad Bolívar, Rafael Uribe, Suba, Bosa y Usme. Ahí la composición de la población ya está cambiando, algo que Bogotá aún le cuesta asimilar. En 2009 el auto 005 de la Corte Constitucional ya avisaba que “80 por ciento de los afrocolombianos en situación de desplazamiento forzado se concentra en centros urbanos, en espacios que se definen como no aptos para hacer la vida social o familiar, lo que profundiza aún más sus condiciones de marginalidad y pobreza” y que se corría un “riesgo extraordinario de agudización del racismo y la discriminación racial por el desplazamiento forzado interno”. Por ahora el Estado no le ha prestado mucha atención a las advertencias de la Corte. Algo que se tiene que hacer de manera urgente, pues como dijo un afrocolombiana, “no hay que seguir negándonos la verdad. De años atrás se vienen presentando racismo contra nosotros, es tiempo que cambie. ¿Hoy es con nuestra raza afro, el día de mañana quien será?”