El rey Hussein de Jordania, quien al cierre de esta edición regresaba en avión a su país tras el fracaso de su último tratamiento contra el cáncer en Estados Unidos, fue durante toda su vida uno de los monarcas del mundo musulmán más interesantes para los occidentales. El solo hecho de haberle dado estabilidad a su país hasta convertirlo en un oasis de paz en el Medio Oriente siempre despertó admiración en los jefes de Estado de Europa. Al contrario de lo que sucede con la nobleza europea, su vida estuvo ajena a los escándalos de todo tipo. Como si eso fuera poco, su matrimonio de más de 20 años con la reina Noor, una bella estadounidense de 47, fue un idilio que bien podría haber inspirado los cuentos de Scherazada.Pero desde que fue diagnosticado con cáncer linfático en agosto pasado la vida de Hussein comenzó a parecerse más a un drama de Shakespeare que a un cuento de hadas. Por primera vez en muchos años, un escándalo llevó a su reino a encabezar los titulares de los diarios del mundo. El alboroto tenía que ver con su hermano, el príncipe Hassan, heredero al trono, a quien Hussein siempre había considerado su mejor aliado. Sin embargo, detrás de esa aparente fidelidad y armonía entre los dos hermanos, había una historia de traiciones, celos, rivalidades e intrigas que fueron desplomando la imagen de su sucesor como un castillo de naipes.Todo comenzó hace seis meses cuando se descubrió el cáncer linfático del rey. Aunque en una alocución televisada el soberano se dirigió a su país en un tono optimista diciendo que su hora aún no había llegado, en privado le confió a Hassan que su estado de salud era muy grave y probablemente no sobreviviría a este mal. Por el bien de su país le pidió que guardara el secreto. Hussein decidió viajar a Estados Unidos para ser sometido a un tratamiento de quimioterapia en la clínica Mayo de Minnesotta. Como se iba a ausentar por un período largo, el príncipe heredero asumió el poder. No obstante su hermano comenzó a gobernar como si el rey estuviese tres metros bajo tierra. Incumpliendo su promesa de no hablar sobre su enfermedad con persona alguna, Hassan ordenó a todo el ejército a prepararse para la muerte del rey. Destituyó a miembros antiguos del gobierno que habían sido la mano derecha del monarca durante muchos años. Además obligó al jefe de las fuerzas militares a abandonar una mansión que Hussein le había mandado construir con dineros del reino para asegurar su lealtad. Hassan, sin embargo, manifestó públicamente que esa mansión y sus moradores eran símbolo de un gobierno corrupto. Hassan tampoco quería acceder a los deseos de Hussein sobre la línea de sucesión. Este había dispuesto que el hermano sólo serviría de regente mientras Hamsah, de 18 años, su hijo con la reina Noor, alcanzaba una edad adecuada. Pero, según los rumores, Hassan dispuso por su cuenta que a su muerte ascendería al trono su hijo Rashid y no el delfín designado por Hussein.Además Hassan cometió el error político de no visitar al rey durante los largos seis meses en Estados Unidos para informarle sobre los asuntos de gobierno. Y la gota que rebosó la copa fueron las actuaciones de la princesa Sarvath, esposa de Hassan, quien echó a rodar sin ningún escrúpulo ponzoñosos rumores sobre la reina Noor y sus hijos. Sarvath, una pakistaní que no goza de popularidad en Jordania, tampoco ocultó sus deseos de convertirse en reina. Apenas se enteró de la enfermedad que aquejaba al rey contrató decoradores y arquitectos para rediseñar el palacio una vez Hussein pasara a mejor vida.Si bien los personajes de Shakespeare no logran escapar de su trágico destino, el rey Hussein, quien siempre se distinguió por la claridad en sus actuaciones, desde su lecho de enfermo alcanzó a percibir la señal de alerta y decidió regresar a su país a poner la casa en orden. Hace 15 días el monarca, avejentado y con visibles huellas del tratamiento, fue recibido en Jordania en medio del júbilo de su gente. El monarca parecía feliz de ver la cálida bienvenida y de saber que el tratamiento había sido exitoso y el cáncer estaba derrotado.Después de los saludos y las felicitaciones, en un hecho sin precedentes, el rey se dirigió a su país para leer una dura carta en la que criticaba severamente a su hermano. Lo calificó a él y a sus asesores como parásitos, arribistas y desleales. Finalmente destituyó a Hassan como príncipe heredero y en su reemplazo nombró a Abdullah, hijo suyo de un matrimonio previo. La sorpresa de sus súbditos no fue poca cosa, pues era conocida su preferencia por el joven Hamzah. Hussein, sin embargo, estimó que éste aún no estaba preparado para asumir la responsabilidad del gobierno y por eso escogió a Abdullah, de 37 años, considerado un personaje de bajo perfil y con muy pocas cualidades para regir el reino.Cuando todo parecía superado los médicos le informaron al rey que el cáncer había reincidido. De nuevo partió para Estados Unidos y en una ceremonia improvisada en el aeropuerto oficializó el ascenso de Abdullah como príncipe heredero.La suerte del país, en manos de un sucesor que nunca estuvo preparado para ser rey, es incierta. No obstante Hussein viajó tranquilo por haber devuelto a su propia descendencia la posibilidad de continuar con la dinastía Hashemita. Al fin y al cabo el rey moribundo también ascendió al poder inesperadamente, a la muerte de su abuelo asesinado, y sin embargo resultó un éxito para su país.