Saldremos a votar como un acto de fe en ese puñado de gente decente, bien intencionada, que posiblemente saldrá elegida y llevará nuestra voz al Congreso. Porque el voto se ha convertido más que en un acto de soberanía popular, en un acto de fe. La fe en que nuestros candidatos, una vez ganen una curul, podrán hacer algo. Así sea un alegato inteligente en una o dos sesiones televisadas; o dejar otra constancia histórica en los proyectos regresivos que se aprueban cotidianamente en las dos cámaras. O atajar, con suerte, un gol, de esos que las comisiones de conciliación suelen meter bajo las sombras de la medianoche en los textos aprobados y votados. En un extremo de buena suerte, podrán sacar adelante una iniciativa sin que le tuerzan el cuello en el camino. Individuos que casi siempre llegan llenos de proyectos e ilusiones a ocupar sus sillas en el Congreso y que se van desinflando en el camino al ver que ni sus propias bancadas funcionan. Desinflados al ver como una votación cambia de un día para otro, después de una cena a puerta cerrada, generosa en mermelada, con el gobierno de turno. De ver que en lugar de debate ideológico, funciona la manguala. Porque lo que tenemos son empresas electorales en vez de partidos.No siempre ha sido así. Años atrás hubo proyectos colectivos capaces de vender una esperanza de cambio. Y los habrá hacia el futuro. Porque este desierto no podrá ser eterno. Tarde o temprano llegarán al Congreso corrientes democráticas fuertes, capaces de hacerle contrapeso a la vieja clase política. Pero no será este 9 de marzo, estoy segura.Esta vez la apuesta parece ser, repito, por buenos individuos que se destacan en todas las listas (bueno, en casi todas, para no ser tan ingenuos). Y es que Colombia parece resignada a convivir con un Congreso malo. Porque según pronostican las encuestas, no será este nuevo Congreso el que nos abrirá las puertas al cambio social. No puede serlo cuando lo único nuevo que asoma en el panorama es el proyecto reaccionario de Álvaro Uribe y su rebaño. No podemos esperar renovación de la bancada mayoritaria de la Unidad Nacional cuando sus cabezas son Roberto Gerlein, Jimmy Chamorro y Horacio Serpa. Menos aún de una izquierda (en cabeza de Jorge Robledo y Antonio Navarro) que volverá a ser una minoría insignificante, premio a su gran esfuerzo autodestructivo.No dan ganas de votar, es cierto. Pero toca hacerlo. Porque no votar es apagar la voz incluso de esos individuos que como quijotes pelearán contra los molinos de los difíciles vientos que seguramente soplarán en estos próximos años. Porque a quienes no creemos en el poder de las armas, nos toca creer en el poder del voto como camino para transformar el país, así sea un camino lento y culebrero. Toca votar para alimentar el precario espíritu civilizado de esta Nación. Porque votar también es una manera de mantener la confianza en la democracia, aunque cada vez se requieran más acotaciones para ese término. Toca votar, así sea en blanco, así sea sin ganas y así sea solo por individuos y no por partidos. Por esa gente interesante y valiente que se destaca en medio de esta abrumadora crisis de liderazgo. Votar será, de nuevo, un acto de fe.