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Acantilado #03 (2017) dibujo en fieltro de Rosario López. Créditos fotográficos: Edwin Monsalve.

Exposición

Rosario López en la pendiente abrupta

Una visita a ‘Variaciones del territorio’ en galería Lokkus, la primera exposición que hace la artista en Medellín. Está abierta hasta el 17 de marzo.

Manuela Espinal Solano
1 de febrero de 2018

El recorrido de la exposición Variaciones del territorio guía al público hasta el patio de la galería Lokkus. Al final del pasillo, después de varios cuadros de una misma figura repetida pero diferente, los espectadores se encuentran con una figura de unos dos metros: el esqueleto de alguna repisa vieja, varillas de metal soldadas una con otra que se sostienen en el piso gracias a tres tornillos que alguien clavó con meticulosidad innecesaria. Manuela Velásquez, dueña de la galería, da el tour y, como es necesario en el arte contemporáneo, explica cada pieza de la exposición. Se acerca a este último artefacto y encuentra en él un insolente bicho que reposa entre el metal. “Esta es la última pieza que hay en la expo, pero también es la última pieza construida. Las dos piezas de piso son las únicas hechas este año, nacen de la última visita de Rosario López a la galería: ella se entusiasmó mucho de que hubiera una pieza al aire libre y de eso salen estas esculturas. ¡Ay! Quitemos este bichito de acá”, dice Velásquez, algo avergonzada, mientras limpia la escultura que tiene, además, una capa ya gruesa de polvo. Dentro de la galería está la escultura hermana de la del patio: más baja que la primera, más ancha, de un material más delgado que no está clavado al piso.

Rosario López (Bogotá, 1970) es maestra en Bellas Artes de la Universidad de los Andes, magíster en Escultura del Chelsea College of Art and Design de Londres y ha expuesto su trabajo en Francia, Australia, México, Brasil; pero apenas ahora quiso acercarse a una ciudad que ha tenido cerca desde siempre: Medellín. El sábado 27 de enero se inauguró su exposición en Lokkus, ubicada en el edificio La doble Elle en el barrio El Poblado, Medellín. Después de dedicarle una exposición completa a los territorios, a sus variaciones, a un acantilado, llega a la pendiente abrupta, a la variación máxima, a la colina interminable que es Medellín.

Todas las piezas que están repartidas por la galería nacen de las formas que López sintió, pensó, inventó y construyó a partir de una fotografía majestuosa que ella misma tomó en el acantilado de Cabo Raoul en Tasmania, Australia. El paisaje reina como primera pieza de la exposición: blanco y negro, la caída vertical perfecta de las rocas, el mar que parece sostenerlo todo con despreocupación, las nubes blancas, la tranquilidad del agua en silencio. “Apenas entras, la fotografía te da una intro a esos lugares, a los acantilados, y luego de eso sale una forma que se pega a la pared y esta forma se vuelve un dibujo y de ahí se levanta un poco de la pared en el fieltro, y del fieltro toma más forma en una escultura”, cuenta Rodrigo Orrantia, curador de la exposición.

La tierra importa #01 (2016). Fotografía de Rosario López. Cortesía Galeria Lokkus.

De la fotografía hacia el fondo de la galería hay dibujos, telas, esculturas de metal. En medio del salón una de las telas cuelga sin razón aparente. Solo está ahí. Casi se podría pensar que sigue ahí por el olvido de la persona encargada de descolgarla antes de que se abriera la exposición. Velásquez pasa por alto la tela y va directo hasta el final de la exposición: la escultura del patio. “¡Ah!, pero vení, ¿qué es esto?”, dice alguno entre el público señalando la tela, el único en notarla tal vez: “Ah, sí, esta es la pieza más costosa de la exposición. Es otra apreciación del acantilado”. Es una tela negra tejida para producir relieves, una corrugación. Se necesita más información para entender por qué esta pieza es tan importante en la exposición: “A pesar del contenido conceptual tan elaborado de la obra de Rosario, lo más importante son las sensaciones que le provoca al espectador, a la persona que se está relacionado con la obra. El experimento de ella es tratar de comunicar esas mismas sensaciones y fuerzas que ella percibe en ese paisaje, traducirlas a las obras, y que luego las obras cumplan con su función de hacer sentir, de comunicar una cosa que no tiene palabras: una cosa visceral. Con esta tela negra que tiene el patrón de esas rocas la idea, para mí, es que le dé a uno, por encima de una referencia directa a las rocas, la sensación de estar ahí en el acantilado, de ese silencio, de ese lugar. Es la proeza más grande de Rosario”, explica Orrantia.

A Rosario López la define también un estudio muy concienzudo de cada material que usa. “Me gusta que la gente vea y pueda acercarse a la textura e imagen que yo tengo cuando estoy enfrente del paisaje. A mí me interesa traducir la idea conceptual del paisaje y del vacío. Cuando le doy un valor puntual a cada idea, a la fotografía, escultura, dibujo, busco depurar la misma línea: llevarlo todo a su mínima expresión. En la tela me interesa mucho manejar la idea del fragmento, pienso que sumando fragmentos es como se va construyendo una forma. Así es el paisaje en su realidad: una capa sobre otra y sobre otra va formando una montaña, un continente”, dice la artista de su trabajo.

La galería está vacía de nuevo. Llena de cuadros, fotografías, telas, dibujos, esculturas, conceptos. Pero vacía de personas. Afuera Medellín, feroz, atiende a los que hace poco estaban adentro viendo la exposición: taxis por aquí, semáforos, ruido, carros que se agotan en las lomas pronunciadas de esta ciudad, gente en los semáforos vendiendo. Pero volverá a abrir sus puertas para los visitantes a Variaciones del territorio hasta el 17 de marzo.