Opinión

Mi futuro esposo quiere ser Capitán Planeta

Tengo que partir de una idea, en la que no vale la pena ahondar, pero si aclarar. Mi futuro esposo no sabe, aun, que nos vamos a casar, pero así será.

Victoria Onassis
9 de abril de 2014
*Economista de la Universidad de los Andes con una Maestría en el Imperial College de Londres.

Juan Martín Montealegre, el profe, mi cita, por el que soporté una charla mamerta de dos horas iba a ser mi esposo. Lo supuse desde que lo vi entrar por la puerta del auditorio destilando hombría.

El problema era que, aunque nuestros corazones latían al mismo ritmo, nuestras mentes iban por caminos completamente opuestos. Como si él fuera para El salar de Uyuni en Bolivia, caminando, ¡no! , mejor, de rodillas, pagando una penitencia, y yo para los Campos Elíseos en un Cadilac, con una pañoleta de seda amarrada al pelo, bordada por monjas ciegas.

Este hombre se creía el propio Capitán Planeta. Nuestro encuentro empezó con un café. Me llevó a un lugarcito coqueto pero con olor raro, como a hierbas. Pidió un granizado de café, yo igual, y cuando fui a clavar el pitillo en la bebida me cogió la mano. Sí ¡me cogió la mano en la primera cita! Contrario a lo que puedan estar pensando, no fue romántico. Fue más bien un movimiento brusco, poco delicado. El tipo quería evitar que yo usara mi pitillo y apenas logró hacer que yo lo soltara me lanzó un discurso de aproximadamente media hora acerca de todo el plástico que se usaba a diario para producir esas “pajitas” que en realidad eran un mal adquirido. “Nadie toma con pitillo en su casa” repetía más o menos cada tres minutos.

Al principio me conmoví con su discurso. Lo veía hasta atractivo ¡Un hombre que no quiere usar pitillos para alargarle la vida al planeta en el que vivirán nuestro hijos! Sarita y Juan Martín Junior. Nada mal. Pero después, cuando se convirtió en un intenso hippie que además soñaba con usar pañales de tela cuando nacieran sus bebés la cosa se transformó.

Me vi. Me visualicé lavando pañales en baldes enormes con una sola tanda de agua. Me vi, mal. Cansada, con un trapo rojo en la cabeza (no la pañoleta de seda fina bordada por monjas ciegas), secándome el sudor con los puños de un saco roto, mientras él le daba compota de manzanas orgánicas a mi chiquita y la limpiaba con baberos, nunca con pañitos, como lo hace la gente NORMAL, que yo igual tendría que lavar.

Me vi y me fui. Inventé un S.O.S con mi mejor amiga: “Manuela acaba de descubrirle un mensaje tremendo en What´s up a Camilo. Se oía muy muy mal. Me necesita. Me tengo que ir. Tu entiendes como es este tema entre las mujeres”.

-    Claro - musitó comprensivo.
-    Entiendo, vete ¿Pero cuándo te vuelvo a ver?

El día que aterrices y sepas que los pañales, aunque inundan de basura al mundo, son un mal necesario y , sobre todo, son un elemento para familias NORMALES, como la que yo voy a tener!!!! Lo pensé pero no lo dije, por supuesto.

-    Te llamo la próxima semana, anótame tu celular en esta servilleta.
-    ¿En servilleta?, ¿Por qué no lo guardas en tu celular, así no gastamos innecesariamente esta servilletica?
-    Claro - dije mientras me imaginaba una ¡fiesta de servilletas en mi casa! Servilletas de entrada, de plato fuerte y de postre. Mojitos de servilleta. Paredes decoradas con servilletas pintadas de colores ¡Competencia de trajes de novia con servilletas!..

Me despedí con un beso frío en la mejilla. A pesar de todo supe que Juan Martín podría cambiar para convertirse en mi esposo. No había otra solución.