Chabuca Granda tiene una obra extensa y profunda que recoge el folclor y la poesía del Perú. | Foto: Archivo particular

Economía y Desarrollo

Música peruana: desfile de sonidos

David Byrne, exlíder de los Talking Heads, descubrió la música del Perú cuando quiso aprender español y una profesora peruana le mostró los sonidos de su tierra.

Juan Carlos Garay*
14 de julio de 2017

Hace un par de décadas, el músico escocés David Byrne decidió aprender castellano y contactó a una profesora peruana. Él ya había tenido un acercamiento con la cultura latinoamericana en 1989, cuando grabó un tema junto a Celia Cruz. Pero que eligiera a una maestra de esa nacionalidad es muy importante para esta historia, porque ella determinó que la mejor manera de aprender un idioma para un músico era a través de canciones, y así le fue mostrando un buen número de composiciones del Perú.

El exlíder de los Talking Heads se fascinó con una en particular: María Landó, de Chabuca Granda, cantada por la voz dulce de Susana Baca. Le gustó tanto que la incluyó en una antología producida por él mismo: The Soul of Black Peru, publicada por el sello Luaka Bop en 1995. En esa época empezaba el fenómeno de la world music, y el sonido peruano halló su lugar en ese auge de las músicas del planeta.

Muy pronto, Susana Baca se dio a conocer al mundo y Byrne produjo su primer álbum de distribución internacional, Susana Baca, en 1997 (la compositora escribió para esta edición en la página 131). Hoy, convertida en embajadora de la música afroperuana, recuerda con gratitud esa cadena de azares. Nació en un barrio pobre, con muchas privaciones, pero su vecino era el gran compositor Felipe Pinglo, autor de El plebeyo. La música la rondó desde pequeña. Y en su segundo disco rindió homenaje a esa casualidad y grabó Horas de amor, una de las canciones más bellas de Pinglo.

La música peruana tiene en su percusión ese sello de dulce melancolía propio de la costa Pacífica, en sus flautas un orgullo de lo indígena y en sus guitarras un eco de los patios y las verbenas españolas. Esos elementos han encontrado grandes exponentes, pero la primera dama es y seguirá siendo Chabuca Granda. No se trata solo de La flor de la canela, sino de decenas de canciones que recogieron la tradición del folclor y la poesía. En una entrevista que le hizo Gloria Valencia de Castaño en 1980 decía: “No soy sino juglar. No alcancé a hacer folclor. Apenas hago canción popular, y de ella solamente juglaría”. Lo decía con modestia exagerada, claro; pero es que al mismo tiempo existían colectivos que investigaban desde la raíz, como Perú Negro, que además de la música involucraba teatro y danza. La agrupación se mantiene y fue nominada al Grammy por Jolgorio (2004) y Zamba Malató (2007).

En cuanto a la vertiente indigenista, una de las creaciones más interesantes es la del multiinstrumentista Tito La Rosa. Su música transpira orgullo y admiración por el ancestro inca. Trabaja desde los instrumentos mismos: su idea es darles vida a las ocarinas y otros objetos musicales de los museos arqueológicos. Lo hace a partir de investigación, intuición e imaginación, ya que en discos como La profecía del águila y el cóndor mezcla instrumentos antiguos con sintetizadores eléctricos.

Un poco más experimental es el percusionista Manongo Mujica. En los ochenta, Mujica tocaba un jazz más accesible en la agrupación Perujazz, al lado del legendario intérprete del cajón Julio ‘Chocolate’ Algendones. Esa agrupación fue pionera en la fusión de las raíces peruanas con el jazz y, de hecho, marcó la primera vez que el cajón afroperuano se escuchó como solista en este género. Después de la muerte de ‘Chocolate’, los integrantes sobrevivientes ofrecieron una serie de conciertos muy exitosos en 2015.

Entre esos músicos, el saxofonista Jean Pierre Magnet es el más enérgico, poderoso e innovador del jazz peruano. Su proyecto más importante se llama Serenata de Los Andes y lo llevó a crear una orquesta completa de saxofones, violines y zampoñas que, así como recuerdan la grandilocuencia de las bandas de la era dorada del jazz, remiten a la identidad andina.

Mientras esto sucedía, ciudades como Cuzco acogieron festivales de música electrónica. En este género se destaca Miki González. Con una trayectoria en el rock desde mediados de los ochenta, González vino a descubrir la electrónica a sus casi 50 años, y ha dejado discos memorables como Inka Beats (2006). La revista Rolling Stone alabó su álbum por sus “cadencias ‘chill-out unidas’ a melodías de la tierra y la selva”.

Todo en las nuevas músicas del Perú parece inseparable del paisaje: la sierra, con sus mesetas y sus roquedales suena a esas piezas instrumentales libres que Lucho Quequezana recrea en Combi (2015). Lima puede escucharse en las grabaciones de La Gran Reunión, los Buena Vista Social Club peruanos. Y los rezagos africanos de la costa son ingrediente principal del conjunto juvenil Novalima.

“Esta es música secreta”, escribía Byrne en las notas interiores del disco The Soul of Black Peru, “un sonido que atrae a los mejores músicos contemporáneos, escritores y poetas que han de favorecer su evolución, crecimiento y expansión”. Sus palabras resultaron ser proféticas. Excepto por un detalle, claro, y es que esta música ya no es ningún secreto.

*Escritor y crítico musical (nacido en Lima).