El Pibe fue el primero en tener éxito en Europa, a donde llegó para jugar en el Montpellier francés. | Foto: AFP

Más allá de los sueños

El Pibe Valderrama, el monito que jugaba en El Rodadero

El periodista deportivo Antonio Casale recuerda cómo descubrió a este alegre futbolista que le enseñó a Colombia que lo imposible se puede lograr.

*Antonio Casale.
27 de junio de 2017

Mi historia con Carlos Alberto ‘el Pibe’ Valderrama comenzó mucho antes de su romance eterno con Colombia. En mi casa, las vacaciones de diciembre se planeaban el día de la primera novena. Convencer a mi papá de salir de Bogotá a gastar plata, insolarse y dormir con calor y mosquitos, era una labor que mi mamá empezaba desde noviembre –de buena gana–, y terminaba aquella noche con una discusión muy efectiva. El destino siempre era el mismo: las playas de El Rodadero, en Santa Marta.

En ese entonces, 1983, era fácil conseguir un apartamento para la temporada del 28 de diciembre al 7 de enero. Y para mí, de 9 años, era la mejor decisión porque siempre me encontraba temprano sobre la arena a unos señores que salían a hacer ejercicio mientras otro, de mayor edad, los dirigía.

Eran tiempos de viajar por carretera en Renault 12, oyendo el mismo casete Maxwell con lo mejor de José Luis Perales que se reproducía en el pasacintas Pioneer una y otra vez. Por El Pescadero o el Alto de San Alberto siempre se hacía una parada técnica para vomitar, tomar gaseosa y entrar al baño mientras las tractomulas, que tanto nos habíamos demorado en adelantar, pasaban otra vez ante nosotros.

La travesía empezaba de nuevo mientras contaba los minutos y los carros que venían de regreso. Llegar a Fundación, en el Magdalena, sentir la brisa y el olor del piso caliente nos anunciaba que el destino estaba cerca.

Después de 16 horas, por una carretera que parecía infinita, llegábamos a la tierra prometida. La ventana del apartamento daba justo al mar. El primer día me levanté muy temprano a ver cómo jugaban en la playa, repetí la rutina, varias mañanas, sin éxito. Hasta que el 2 de enero, cuando ya había perdido la esperanza, aparecieron.

Ese día también llegaron cámaras de televisión, muchas personas tomaban apuntes mientras los veían ejercitarse y otros los entrevistaban. Comenzaba la pretemporada del Unión Magdalena, el ciclón bananero, el pitán pitán de Carlos Vives.

Este era el periodo de acondicionamiento físico para que pudieran aguantar todo el año. Eran unos días muy exigentes, se jugaba poco fútbol y creían que las piernas serían más fuertes si se preparaban en la arena. Le pedí a mi papá que me llevara a la playa los días que faltaban.

Así lo hizo. Ahora sé que con mucho sacrificio porque él es el único italiano que he conocido al que nunca le gustó el fútbol. Lo veía como un juego aburrido y sin interés, para mí el mejor regalo del año.

Esa noche pensé en lo curioso que me pareció uno de ellos que tenía el pelo diferente a los demás, unos rizos amarillos desordenados que le tapaban parte de su cara. Y cuando agarraba la pelota hacía magia. No era el que más hablaba o se reía, no se sentía a gusto con los ejercicios impuestos, él quería jugar fútbol y yo, verlo jugar.

Creía que era el centro de atención, sin embargo, al final del entrenamiento las cámaras buscaban a otros mayores que él. Uno que se llamaba Didí y otro extranjero de apellido Ribolzi, así como el que se paraba en el arco, un tal Pogany, también con hablado extraño. El monito, en cambio, se quedaba domando la pelota mientras yo lo miraba muy de cerca – con la boca abierta–.

Un gran 10

Al siguiente año, nadie pudo convencer a mi papá de salir de vacaciones. En cambio, nos propuso una agenda de planes para hacer en Bogotá. Era enero de 1984 y Millonarios presen taba su  quipo oficial en un partido amistoso contra Gremio de Brasil.

Yo estaba ahí cuando entró el monito al campo vistiendo la camiseta azul. Lloré de emoción. Nunca pude volver al estadio en esa temporada. Después supe que jugó poco y que se fue al Deportivo Cali.

Fue en Asunción, el 27 de octubre de 1985, que el Pibe debutó con la camiseta de la selección. Ese día Colombia perdió 3 a 0 y buena parte de las posibilidades de ir al Mundial México 86. Aquella tarde entró en el segundo tiempo y poco pudo hacer para revertir la historia.

El destino quiso que para el partido de vuelta, que se jugó en Cali, el mono fuera por primera vez titular con el equipo de todos la misma tarde en la que Willington Ortiz, hasta ese momento el máximo representante de la historia de nuestro fútbol, lo hiciera por última vez. Sin saberlo, el viejo Willy se fue el mismo día en que el Pibe llegó para ponerse la 10 y llevar a Colombia con su magia a tres mundiales.

Fue el primero que tiró la pelota para adelante, logró que el equipo nacional de fútbol levantara la cabeza para mirar a los ojos a Brasil y a Argentina, entre otros grandes. Así mismo, la levantamos como país en momentos en que la violencia y el narcotráfico nos convertían en la vergüenza del continente ante los ojos del mundo.

También fue el primero en tener éxito en Europa, a donde llegó para jugar en el Montpellier francés, equipo en el que no actuó mucho en la primera temporada, pero después se supo ganar un lugar importante. Aunque luego jugó en España en el modesto Valladolid, el Pibe no necesitó ponerse la camiseta de ningún equipo grande para convertirse en el colombiano más famoso del mundo de la última década del siglo pasado y la primera de este.

Valderrama era el de la creatividad y la alegría, el que hacía que sus compañeros creyeran que lo imposible se podía lograr. El superhéroe de carne y hueso que hizo que los niños y adolescentes de la época creyéramos que una escala de valores diferente a la de las balas y la cocaína era posible.

Recuerdo verlo calentar en la cancha el 5 de septiembre de 1993, el día del 5 a 0 ante Argentina. No olvido que a pesar de que estaba en un escenario hostil con 70.000 argentinos gritando de todo en contra de los colombianos que acababan de salir del camerino, el monito, que hacía magia con la pelota en la playa de El Rodadero diez años atrás, practicaba las mismas figuritas de aquel entonces, mientras sus compañeros entrenaban bajo las órdenes de un señor mayor.

Carlos Valderrama se divertía igual en la playa de su natal Santa Marta que en el Monumental de Buenos Aires antes del partido que marcaría su historia y la de 40 millones de colombianos que ese día, gracias a su contagiosa genialidad, entendimos que los sueños se pueden cumplir.

*Periodista deportivo.