Templo Budista Borobudur. | Foto: iStock

TURISMO

Indonesia, más allá de Bali

Esta travesía comienza en Lembata, sigue en Makassar y termina en Yogyakarta. Tres pueblos que demuestran que Indonesia es más que Bali.

Daniela Puerta Padilla*
7 de enero de 2018

Indonesia, un archipiélago con 250 millones de habitantes es el cuarto país más poblado del planeta y, sin duda, uno de los más diversos. Sus cinco religiones oficiales (islam, hinduismo, catolicismo, protestantismo y budismo) son el reflejo del paso de comerciantes, imperios y colonizadores que marcaron para siempre la cultura de esta nación.

Indonesia, sin embargo, es dueña de un lugar que ha llamado especialmente la atención del mundo: Bali. Una isla poblada de campos de arroz e increíbles playas, en la que es evidente esa maravillosa fusión entre la espiritualidad de su gente y el colorido de las festividades tradicionales que visten las calles y han cautivado a millones de turistas. Solo en 2016 más de 4 millones de extranjeros llegaron a este paraíso. Pero Indonesia es uno de los país más con mayor territorio y hay mucho por conocer.

Por aquí pasaron holandeses, españoles, portugueses y japoneses, entre muchos otros, que quisieron apoderarse de las islas y dejaron su huella. En cada rincón de esta sorprendente nación florece una diversidad de cultos, costumbres y tradiciones que conviven sin inconveniente.

Lembata

Lamalera, una población de Lembata donde la pesca de ballenas artesanal es una tradición. Foto: Getty Images / Oscar Siagian

En esta isla ubicada al este de Indonesia las aguas cristalinas del mar contrastan con enormes volcanes que parecen custodiarlas. Los pobladores admiran a uno de los animales que más visita sus costas: la ballena. Este maravilloso cetáceo es protagonista de leyendas, canciones y tradiciones que buscan protegerlo. Sin embargo, en el pueblo de Lamalera es la base de su alimentación.

Cada año entre mayo y octubre las ballenas llegan a orillas de esta población de 1.700 habitantes, una de los pocos en el mundo con permiso del gobierno local para cazarlas. Son su medio de supervivencia. La tradición alrededor de esta práctica también tiene componentes religiosos. A la entrada de Lamalera hay colgada una valla del papa Francisco y frente al mar, en medio de las embarcaciones, está la iglesia donde cada año piden que sigan llegando ballenas. Los habitantes no creen que sea casualidad que las ballenas hayan elegido sus costas. A ellas y al papa le dicen de la misma manera, “paus”.

El líder de esta comunidad, Antonius Boli, le explicó a Semana que una ballena se divide por partes y es repartida entre las 35 villas que componen el pueblo. Lo que sobra se vende a las poblaciones asentadas en la montaña que no pueden acceder fácilmente al mar. “Se necesitan hasta 30 barcos para lograr atrapar una ballena, pero únicamente el lamafa es quien la caza. La tradición se pasa al hijo mayor quien hereda el cargo de lamafa y realiza su labor desde los barcos tradicionales llamados peledang”, contó Boli.

Makassar

El muelle de Makassar. Foto: Daniela Puerta

A pesar de ser una ciudad en la que la mayoría de la población es musulmana (Indonesia es el país con más musulmanes del mundo), por Makassar pasaron portugueses, holandeses, japoneses y chinos que dejaron distintas costumbres y religiones. Además, aquí conviven cuatro grupos étnicos, cada uno con su propio dialecto. Esta fue una tierra apetecida debido a su ubicación y vocación portuaria, que la convirtieron en un epicentro de los negocios.

En sus calles se vive el catolicismo que dejaron los portugueses y se destaca la infraestructura que quedó de los holandeses con sus iglesias protestantes, sus casas clásicas y el fuerte de Rotterdam, una estructura construida en el siglo XVII en forma de tortuga que honra la vocación de la ciudad que se identifica con este animal de tierra y agua por sus actividades agrícolas y pesqueras.

En su puerto se asientan cientos de barcos construidos a mano y de manera artesanal por sus pobladores. Los phinis, como se les conoce, pueden variar de tamaño, pero en su mayoría miden 30 metros de largo por 3 de alto, y se fabrican siguiendo la tradición, no existen planos ni manuales de instrucciones para armarlos. Un barco tarda en construirse entre uno y dos años dependiendo de la facilidad para conseguir la madera. Hoy en día los phinis son exportados a países como Australia, Francia y Alemania para carga o turismo y su vida útil es de unos 30 años.

Las banderas con franjas rojas y blancas adornan cada barco del puerto que se asienta esperando a ser cargado por los trabajadores que solo interrumpen su labor para orar en la mezquita que tienen justo al frente del puerto.

Yogyakarta

El templo de Prambanan, en Yogyakarta. Foto: iStock

En Yogya, como le dicen en Indonesia, los habitantes se enorgullecen de su historia budista e hinduista que está reflejada en uno de los mayores regalos que les dejaron las antiguas civilizaciones: los templos.

Además de ser uno de los grandes centros culturales y estudiantiles de Indonesia, Yogya es la tierra donde los budistas construyeron Borobudur, el templo budista más grande del mundo. Se levantó entre los siglos VII y IX, mide 2.500 m2 y tiene seis plataformas cuadradas que culminan con otras tres plataformas circulares donde se encuentran las 72 estupas con huecos que lo caracterizan.

A diferencia de la mayoría de templos en Indonesia, construidos en superficie plana, este se encuentra en medio de dos volcanes. La vegetación se apoderó de Borobudur y no fue sino hasta 1814 que se abrió para que el mundo lo conociera. En 1973 la Unesco contribuyó a su primera renovación y en 1991 lo declaró Monumento Patrimonio Mundial.

El hinduismo tiene presencia en el territorio con su templo Prambanan. Son seis estructuras principales, las tres más grandes están dedicadas a los dioses del hinduismo: Shiva, Vishnú y Brahama. La Unesco, que declaró el templo Patrimonio de la Humanidad, trabaja para reconstruir más de 200 estructuras que lo componen. Todo un reto debido al nivel de detalle: las piedras encajan perfectamente una con otra como si fuera un rompecabezas y están decoradas con seres celestiales y animales que le dan vida a la historia de la princesa Loro, quien le puso la condición al príncipe que quisiera casarse con ella de construir este templo en menos de 24 horas. Y cuentan que su amado lo logró con la ayuda de seres sobrenaturales.

*Coordinadora de Especiales Regionales de SEMANA.