Para Samper "en la vivienda popular es crucial que se unan las posibilidades de vivir y trabajar". | Foto: León Darío Peláez

ENTREVISTA

Conozca a Germán Samper, el arquitecto que transformó la vivienda en Colombia

A sus 94 años narra con lujo de detalles cada capítulo de la historia de la arquitectura en Colombia. El Centro de Convenciones de Cartagena y la Ciudadela Colsubsidio, en Bogotá, están entre sus obras más destacadas.

Enrique Patiño*
30 de julio de 2018

El arquitecto Le Corbusier le pidió en 1948 a su discípulo Germán Samper algo que definiría la mirada del joven de 24 años: que si tenía una cámara fotográfica la guardara en un cajón y se comprara un cuaderno y una colección de lápices para pintar lo que viera. La razón era poderosa: la máquina fotográfica –le insistió Le Corbusier en su taller– reemplazaba el trabajo de observación del artista. Pintar, en contraposición, hacía que la mente reconstruyera los espacios y los hiciera propios. Había otro secreto que Germán Samper descubriría pronto: pintar le permitía entender la realidad. Una vez hecha suya, le era posible transformarla.

Samper tomó nota de la lección de su maestro, viajó por el mundo, detalló todo en cerca de 5.000 croquis y se basó en las lecciones para crear una visión personal de la arquitectura. Cuando volvió al país entendió que las enseñanzas de Le Corbusier debían adaptarse a la realidad local. Con los años adelantó su propia investigación sobre la vivienda social y productiva, y la convirtió en su mayor legado, incluso por encima de obras emblemáticas suyas como el edificio Avianca, el Centro de Convenciones de Cartagena, la torre Coltejer de Medellín o la sala de conciertos de la Luis Ángel Arango.

A sus 94 años, Germán Samper no critica los cambios dramáticos del paisaje urbano, más bien trata de entender las dinámicas sociales de hoy. “La vivienda ha cambiado mucho en el país desde 1953 –recuerda–. Entonces, la clase media hacía casas individuales. Bogotá era una ciudad de 400.000 habitantes donde no existía la reglamentación de la propiedad horizontal. El pensamiento cambió a medida que Bogotá se expandió”, recalca Samper.

La investigación que adelantó le permitió proponer proyectos de vivienda en los cuales la sociedad estuviera cohesionada. Samper desarrolló un proyecto de 100 casas de vivienda popular construidas por los propios habitantes: el barrio La Fragua. Lo novedoso era que “en principio cabían 50 casas, pero diseñé en densidad para que cupieran 100 y así minimizar el impacto del costo de la tierra. Además, se generó el concepto de autoconstrucción para que la gente adaptara la casa en obra a sus necesidades personales y la fuera terminando de construir para abaratar los costos”. Así nacieron en Colombia las agrupaciones de vivienda, “mal llamadas ahora conjuntos cerrados”, recalca.

Lo crucial del proyecto fue que le permitió a la gente acceder a una opción de vivienda y le dio flexibilidad para rematarla a la medida de sus posibilidades. Samper amplió el concepto en su proyecto mayor, la Ciudadela Colsubsidio, donde las viviendas fueron concebidas como instrumentos para vivir, eficaces y cohesivos en todo sentido.

“Entendí que debía haber desarrollo progresivo: soluciones de vivienda que se construyan poco a poco, según la capacidad del propietario. Viviendas productivas, donde sea posible adaptar los espacios a las necesidades, ya sea para alquilar, construir más pisos o abrir un negocio. El uso de la vivienda debe ser flexible y modificarse según las dinámicas de quienes la habitan”, insiste. El suyo era un pensamiento integral que entendía en vez de imponer una arquitectura rígida. “La vivienda popular debe ser más que residencias: es un producto para que las familias se desarrollen económica y socialmente”. Su concepto de vivienda baja de alta densidad tuvo acogida internacional.

Hoy, para Samper, la construcción se limita a unidades en poco espacio, en manos del sector privado. “Las viviendas dan utilidades, pero las personas luchan para financiarlas. La densidad disminuyó y proliferan los multifamiliares de cinco pisos con apartamentos que no permiten viviendas productivas. En la vivienda popular es crucial que se unan las posibilidades de vivir y trabajar. Ahora proliferan las rejas y abundan los centros comerciales, que no cumplen una función estética ni comunitaria”, concluye.

Admirador de la arquitectura colonial, Samper se aleja del concepto gringo de hacer casas aisladas de bajas densidades, que obligan a recorrer kilómetros para ir de un lugar al otro. “Creo en los conjuntos que forman espacios urbanos. La arquitectura debe hacer ciudad. Si está aislada, no sirve de nada: debe crear espacio público y permitir actividades colectivas. La arquitectura debe ser para siempre”, dice.

Como él. Como su legado.

*Escritor.