En las selvas del Putumayo nace la planta mopamopa, que se cocina, amasa y aplasta hasta que parece una tela. Al pintarla se transforma en arte. | Foto: Óscar Coral

CULTURA

Barniz de Pasto, técnica artística con denominación de origen

El artista Eduardo Muñoz le rinde un homenaje a los pueblos indígenas de la región nariñense. Aquí le contamos lo que debe saber sobre este producto de origen.

2 de octubre de 2017

Los conquistadores españoles que llegaron a tierras nariñenses en busca de El Dorado se encontraron en cambio con una naturaleza abundante y cientos de técnicas artísticas que no tardaron en llevar a su propio país. Entre ellas estaba el barniz de Pasto.

Esta técnica surgió cuando los indígenas de la región –no se tiene certeza si los pastos, los quillacingas o ambos– encontraron en la planta mopa-mopa, que nace en las selvas vírgenes del Putumayo, la materia prima ideal para decorar e identificar sus utensilios y objetos decorativos.

Para comenzar a utilizar la mopa-mopa es necesario cocinar en agua sus racimos. La planta se convierte entonces en una masa semejante a una goma de mascar de color aceituna claro, pero con impurezas. Para removerlas, los indígenas mascaban la masa. Después apartaban la masa limpia, que aplastaban con las manos y más adelante, en pareja, la estiraban hasta darle una apariencia de tela.

Hoy los artesanos recogen el legado de los indígenas y continúan el proceso: utilizan un instrumento cortopunzante para convertir aquella especie de tela en artesanía. Quizá en un cofre adornado con flores o un plato de madera decorado con un amanecer. O, como hace el maestro Eduardo Muñoz Lora, en un cuadro de galería.

El artista Eduardo Muñoz utiliza el barniz de Pasto para crear obras de arte. Foto: Óscar Coral.

Muñoz, en su momento, también utilizó la técnica del barniz de Pasto de la manera tradicional. Tiñó la mopa-mopa con anilina vegetal para darle otro color. Hizo cuantos cofres quiso, decoró todas las sillas que encontró, pero no se limitó a eso. Para él, “el arte cumple una función social, no solamente estética y decorativa, sino educativa y culturizadora. Se trata de algo que deja de ser propio, para exhibirse al mundo”.

Barniz contemporáneo

Muñoz revolucionó esta técnica, o mejor, “escapó de las fronteras establecidas y propuso una nueva dimensión estética del barniz de Pasto”, como él mismo señala. Su propósito: alcanzar la plenitud artística. De este modo, aplazó por mucho tiempo lo típico y aplicó el barniz como un pintor utiliza la acuarela, solo que en vez de pincel recurrió a hojas de segueta para crear figuras.

Luego de varios cuadros acomodados uno sobre otro, el mundo conoció hace más de 30 años una forma diferente de concebir esta técnica: barniz de Pasto sobre lienzo y retablo en madera. Muñoz tiene como temática la cosmovisión ancestral de los pueblos aborígenes que habitaron Nariño y otros espacios del actual suroccidente colombiano. El artista interpreta la maternidad, la muerte y la creación como una forma de retribución a los indígenas por haber creado la técnica que se ha convertido en su estilo de vida. Así mismo, enaltece las costumbres que hoy siguen vigentes en los Andes suramericanos.

Los personajes de Muñoz comparten características únicas: ojos saltones y dormilones y una nariz prolongada. Juega con las formas y las texturas, y también con tonos tierra y colores vivos. Una de sus grandes contribuciones fue experimentar con los matices, que crean las sombras que caracterizan sus obras.

Muñoz ha recibido una variedad de distinciones, pero aprecia sobre todo las nacionales, a las que considera “una manera factible de conservar lo nuestro”. Su mensaje ha llegado fuera de Colombia, pues ha sido invitado a Chile, Estados Unidos y Alemania para difundir y promocionar su técnica y su trabajo, y hace más de 20 años participó como invitado especial en la Exposición Mundial de Lacas en Tokio, Japón, donde representó a América con la técnica del barniz de Pasto mopa-mopa, bautizada por el país oriental “laca de Occidente”.

Hoy, el maestro Muñoz sigue trabajando en el tercer piso de su casa, donde tiene su taller y transmite su conocimiento a su hijo Valentín, quien regresó de Bogotá para continuar con una labor que les han propuesto industrializar sin éxito a los maestros del barniz. Muñoz admira el trabajo que de la selva llega a sus manos. Lo huele, lo moldea, lo pinta, lo quiere. Para él es una tela con legado que debe trascender sin perder su origen.