País: Reino Unido Año: 2019 Director: Sam Mendes Guion: Sam Mendes y Krysty Wilson-Cairns Actores: Dean-Charles Chapman y George MacKay Duración: 119 min Calificación: 2 ½ (Aceptable) Lo que ha logrado el director Sam Mendes en esta película es impresionante. Aunque vale agregar que es esa clase de cosa impresionante que, en lo que tiene de complejo, vistoso y exigente, hace pensar más en cómo se logró que en lo que sucede dentro del cuadro. Desde el guion, esta cinta se planteó como dos tomas continuas, cada una rondando la hora de duración. Y aunque el editor Lee Smith señala que los segmentos que en realidad la componen varían en longitud entre los 30 segundos y los 6 minutos, están pegados tan diestramente que es imposible distinguir los cortes.  Ahí queda uno como ante el acto de un mago especialmente intrigante, preguntándose por el truco, buscando costuras, esperando algún tropiezo que dé luces sobre el detrás de cámaras, preguntas que distraen de la historia en pantalla.

Como en muchos casos de ese cine de tomas largas (Birdman, de González Iñárritu, y Victoria, de Sebastian Schipper), se siente uno ante una declaración formalista de las posibilidades actuales del medio, bastante más impresionante que interesante. El punto de partida es una historia del abuelo del mismo Mendes –a quien está dedicada la película– sobre dos soldados (Dean-Charles Chapman y George MacKay) que, en la Primera Guerra Mundial, deben atravesar un campo de batalla recientemente abandonado por los alemanes para notificarle a un batallón británico que cancele un ataque programado para el día siguiente, pues lo que parece una huida puede ser una emboscada.  Mendes señala que se inspiró al ver a sus hijos en los videojuegos de primera persona; y por momentos la película transmite eso remoto de ver a alguien más jugar, con cosas que suceden a un lado y otro de la carrera de estos dos soldados –explosiones, caballos putrefactos, ratas mansas, cadáveres descompuestos–, que la cámara recorre sin detenerse y sin dejar ver bien.   Acá el horror, al convertirse en paisaje, se desactiva y comienza a tornarse en algo decorativo. La guerra en 1917 es algo borroso y ensordecedor, un cumplimiento de órdenes automático, no mediado por la reflexión ni por posibles cuestionamientos, en la que el heroísmo se localiza en la obediencia y nada más.

La segunda mitad del filme, que tiene lugar durante la noche, se ve como una alucinación gracias a la fotografía del maestro Roger Deakins, que ilumina el paisaje en ruinas de un pueblo francés con bengalas y con el amarillo intermitente de una iglesia en llamas, haciendo referencia a lo que tienen de majestuoso los actos de destrucción.

Al finalizar me quedé pensando en esta época tan extraña que se vive en el hemisferio norte, con unas fuertes añoranzas de una gloria pasada, que, revisada críticamente, ha resultado tener dosis considerables de injusticia y depredación. En tal sentido, 1917 responde claramente a las fantasías de ese bando reaccionario, con la extraña contradicción que ese mensaje nostálgico se nos vende envuelto en la vanguardia material del presente (las cámaras, los efectos digitales, las steadicams) que la hacen posible.

  EN CARTELERA DE CINE

  Loco por vos  2 ½ estrellas

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