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‘Labio de liebre (venganza o perdón)’, agotó taquillas en Colombia, ya llegó a México y pronto estará en Europa. ‘Alias María’ cuenta la historia de una guerrillera adolescente y embarazada huye de los paramilitares.

RESUMEN

La guerra que contaron el cine y el teatro

Como nunca antes, estas manifestaciones contribuyeron este año a la comprensión del conflicto armado en Colombia.

19 de diciembre de 2015

No quieran explicar desde la ciencia algo irracional como la guerra”, dijo en una entrevista para SEMANA John Paul Lederach, reconocido experto en construcción de paz. El estadounidense sostiene que solo desde un campo sensorial, como las artes, es posible leer los conflictos y sanar las heridas. Este año, precisamente, el teatro y el cine colombiano hicieron su mayor aporte a la comprensión de la guerra. Nunca antes se habían estrenado tantas producciones, en ambos escenarios, con esta temática. “El arte muestra lo que otros medios no logran: los subterráneos del conflicto, lo que no se ha dicho. Juega un papel fundamental en la sensibilidad social”, dice Patricia Ariza, directora del Teatro La Candelaria.

A las salas de cine del país llegaron al menos siete películas colombianas que mostraron alguna de las múltiples caras del conflicto, o que hurgaron en sus orígenes más profundos para tratar de explicar el país que somos y la historia con la que cargamos. Llegó Violencia, un trabajo del bogotano Jorge Forero que cuenta sin juzgar retazos de la vida de un secuestrado, un joven asesinado por el Ejército y un comandante paramilitar. Una obra que, en palabras de su director, fue un ejercicio contra la indolencia.

María José Pizarro –hija del exguerrillero del M-19 Carlos Pizarro– y Daniela Abad –nieta del médico y defensor de los derechos humanos Héctor Abad Gómez– emprendieron la misma cruzada contra la apatía con dos documentales sobre las vidas de estos hombres asesinados por la extrema derecha. “Tenemos que lograr que este país vuelva a sentir y a condolerse con el dolor del otro, ir quebrando la indiferencia”, dice Pizarro.

Con La tierra y la sombra, del caleño César Acevedo, el cine habló de las raíces del conflicto: de los atropellados por “el desarrollo y el progreso”. Y con obras como Antes del fuego, de Laura Mora, y Siempreviva, de Klych López, consideró las heridas del pasado: de la trágica toma del Palacio de Justicia, que dejó 98 muertos y 11 desaparecidos. “Darles rostros a las víctimas es lo más importante. Decirles que no han sido olvidadas, que seguimos reclamando que se sepa la verdad”, señala López. En la lista están también el documental Un asunto de tierras, de Patricia Ayala, que hace un juicio público a la lentitud e inoperancia del Estado para devolver las tierras a los despojados por la violencia, y Alias María, que retrata el doble drama del reclutamiento forzado y el embarazo dentro de la guerrilla.

En el escenario teatral también campeó la guerra. En las tablas estuvo Labio de liebre (venganza o perdón), de Fabio Rubiano: la historia de un asesino exiliado que se reencuentra con sus víctimas: una obra capaz de contar el horror desde el humor más afinado. “Yo creo que el teatro lo que hace es dar señales y hacer advertencias, no enseñar –señala Rubiano–. Ahora, si en un momento coyuntural puede bajarse de su pedestal estético y coadyuvar a la reconstrucción de la memoria, bienvenido”.

El tradicional grupo La Candelaria trajo al presente a Camilo Torres –en la obra Camilo–, el icónico ‘cura guerrillero’ que defendió a los menos favorecidos y se convirtió en un rebelde sin destreza militar muerto en su primer combate. Y la misma casa teatral presentó este año Si el río hablara (la historia de tantos muertos que corrieron río abajo por cuenta del conflicto) y Soma Mnemosine (que recorre las heridas de las masacres).

En Casa Ensamble aparecieron El carnaval del diablo, que cuenta la paz y la guerra a través de un diablo pacificador, y Voces del río, una instalación sonora de mujeres víctimas del Chocó. Y el Teatro Libre lanzó Un hombre es un hombre, un guion de Bertolt Brecht adaptado por Juan Diego Arias, que retrata a una sociedad totalmente militarizada que se acostumbró a vivir y a pensar desde la guerra. “El aporte de las artes es la comprensión –dice Arias–. Todavía no hemos entendido bien qué es lo que ha ocurrido en Colombia o por qué ocurrió. Hasta que no entendamos eso, vamos a repetir la historia infinitamente”.