Todo disco de música colombiana es una aventura, si no siempre para el oyente, al menos sí para sus realizadores. Como no existe aquí un apoyo decidido a las expresiones autóctonas por parte de las disqueras los músicos tienen que arreglárselas para costear sus propios álbumes. Esto incluye desde la grabación hasta la distribución, pasando por detalles como el diseño de una carátula o la factura misma del disco, que deberían ser ajenos al artista pero que son aprendizaje obligado si quieren ver su música publicada.Pero no culpemos del todo a las casas disqueras. Grupos como Nueva Cultura han tenido la oportunidad de ver sus discos respaldados por un sello y exhibidos en casi todos los almacenes, para luego regresar voluntariamente al antiguo método: tirajes menores producidos por ellos mismos y distribuidos a la salida de sus conciertos. Sabrán ellos porqué.Lo cierto es que, al no tratarse de un movimiento en grande sino de casos aislados, la discografía reciente de la música colombiana es todo menos homogénea. Y allí puede haber una gran ventaja porque se está escapando a la idea bucólica que se tenía de ritmos como el bambuco o el pasillo para crear expresiones más ‘realistas’ (por utilizar adrede un término que es odioso).El nuevo álbum de Nueva Cultura, por ejemplo, se llama Las calles de mi ciudad. Fácilmente se reconoce el trasfondo musical autóctono, pero al mismo tiempo las letras están refiriendo instancias urbanas. Ya no es la nostalgia por el campo sino una mirada imaginativa a la ciudad, ya no se le canta al paisaje sino al asfalto. “No se trata de darle la espalda a la tradición, explica el director Néstor Lambuley, sino de asumir que nuestro espacio ha cambiado”. Y tiene razón: sólo cuando se cuestiona y se renueva es que puede mantenerse viva una tradición; de lo contrario está muerta.Igualmente llamativo, aunque con una sonoridad muy distinta, es el disco recién publicado por el grupo nariñense Assai. El charango, que representa la tradición andina, comparte la música con guitarras amplificadas eléctricamente. No hay letras porque existe la intención de que “la música no pierda su condición de texto” (cito a Silvio Sánchez en las notas interiores del disco), pero la amalgama es ya muy diciente. El disco Contemplaciones termina siendo también muestra de esos esfuerzos aislados por ampliar el cerco de la música colombiana.En estos dos casos la aventura que supone la música nacional se cumple no sólo para los músicos, también para el oyente. Habría que hablar, sin embargo, de otra aventura quizá menos portentosa y a veces hasta frustrante. Es la de visitar ciertas tiendas en busca de estos títulos y recibir en respuesta una mirada atónita, como si hubiera uno solicitado música de Marte. Es que los mismos músicos rehuyen la distribución en algunos almacenes, prefieren canales más subrepticios. Sabrán ellos porqué.