Me tome el trabajo de hacer las cuentas y resulta que he colaborado en esta revista durante 372 semanas, o sea que he escrito 372 artículos de reseñas bibliográficas. Como puedo asegurar que todo libro sobre el cual he dado una opinión lo he leído completo, concluyo que a lo largo de estos ocho años le leído para otros alrededor de 750 libros. Pero, en cambio, he dejado de leer para mí casi otro tanto. Esto último se debe a los criterios que he empleado para informar a los lectores de SEMANA sobre la actualidad bibliográfica. En primer lugar decidí que solo debía referirme a publicaciones que estuvieran en las librerías del país y en segundo lugar quise informar sobre las novedades que el lector podía encontrar en ellas, o sea: nada de libros publicados años atrás. En tercer lugar me impuse dar cuenta no solo de las obras literarias _como se usa en los medios del país_ sino de todo lo que pueda interesar al lector: ecología, educación, ventas, ciencia, política, mercadeo, historia, arte, cine, administración, humor, investigación, filosofía y hasta autoayuda. Fue muy duro mantener esos propósitos, porque he tenido que leer para reseñar muchísimos libros que son atractivos para los lectores de la revista, pero no para mí. Y leer es lo que más me gusta en la vida, así que resolví volver a hacerlo para mí y esta es la razón por la que me retiro a mis cuarteles de invierno. Quiero hablar un poco de mi experiencia. En Colombia, donde los medios son tan cicateros y mezquinos con los temas culturales y científicos, pasan del todo inadvertidas investigaciones notables. Y doy un ejemplo entre tantísimos: la que realizaron sobre la educación escolar en el país Javier Sáenz Obregón, Oscar Saldarriaga y Armando Ospina. Y las revistas, sean literarias, de arte, sobre ciencias sociales o historia o de investigación científica, no reciben ninguna divulgación: no existen. Y así podría enumerar casos y cosas hasta el infinito. En esta columna se quiso dar un espacio a esas publicaciones y también al importantísimo trabajo de investigación y divulgación que se desarrolla en universidades, institutos, fundaciones y centros de estudio. Fue mi propósito, además, comentar obras literarias de escritores colombianos, pero ahí topé con la feria de las vanidades, pues no hay entre nosotros costumbre de recibir bien la crítica. Por ejemplo, Germán Castro Caycedo me quitó el saludo porque no me deshice en alabanzas sobre un libro suyo y Silvia Galvis y Fernando Vallejo no dejaron de cobrarme alguna crítica adversa a sus novelas. Pero debo dar asimismo un ejemplo de lo contrario: alguien que no se ofendió porque no dejé bien parada una obra suya fue Germán Santamaría, lo cual le agradezco pues siempre trato de ser honesta en mi trabajo y creo que él lo comprendió, Gracias a este oficio leí varios libros espléndidos, que de otra manera quizá nunca hubiera conocido, tan estupendos como La conquista de México, de Hugh Thomas; los cuentos de Dorothy Parker; Amor y odio, de Willliam Shirer, sobre la relación de Tolstoi y su mujer; la biografía de Nora Joyce, de Brenda Maddox y el extenso trabajo sobre Keats, de Cortázar. Pero también me vi obligada a leer libros muy malos, como las cursilerías de Paulo Coelho, la novelita de Plinio Apuleyo, los engendros oportunistas de Mauricio Vargas y las historias tontas de un joven peruano, presentador de televisión en Estados Unidos, cuyo nombre ahora se me escapa. No todo fueron libros. Un ejemplo: en esta columna se dio el primer y más sonoro campanazo sobre la amenaza del IVA al libro y ganamos la batalla. No es ello poco mérito, si se tiene en cuenta que fue una contienda contra Fanny Kertzman, esa dura, implacable y valerosa funcionaria. Hubo también una sonora metida de pata, como la del cuento de García Márquez. Agradezco a los lectores su confianza en mis criterios, confianza que tantas veces se hizo explícita. Agradezco a Felipe López la oportunidad que me dio de trabajar a su lado: él es el gran periodista que tiene hoy el país. Y agradezco a mi librero, Felipe Ossa, que se mantuvo alerta sobre las novedades bibliográficas para informarme y poder yo, a mi turno, informar al lector.