En la película Maestro de ilusiones (Mr. Holland's Opus es su título en inglés), del director Stephen Herek y por la cual Richard Dreyfuss recibió una nominación al Oscar en la categoría de mejor actor en 1996, la historia central se desarrollaba alrededor de un compositor que debía enfrentar la paradoja de tener un hijo sordo. Ahora la directora Caroline Link, en la cinta Detrás del silencio (nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 1997), propone el caso contrario: el conflicto entre una pareja de sordos que ve cómo su hija quiere convertirse en música. La niña, interpretada por Tatjana Trieb en la niñez y por Sylvie Testud en la juventud, se llama Lara y además de poseer un talento innato para interpretar el clarinete ha crecido sirviendo de puente comunicativo entre sus padres y el mundo de los oyentes, al cual ella pertenece. Más que aceptar su vocación musical a expensas de dejar su hogar Lara deberá lidiar con la frustración y el resentimiento de su padre, Martin, quien por un lado aún no ha podido superar la sensación de rechazo que, cree, ha producido en su familia, y por el otro llega incluso a lamentar que su hija no sea sorda en aras de conservarla siempre en su silencioso mundo. Dedicado durante toda su paternidad a intentar que su hija comprenda su universo, ahora Martin tendrá que hacer el esfuerzo de entender el de ella a pesar de no poder escuchar una sola nota. La película no sólo demuestra solvencia temática sino que sus recuerdos son más contundentes de lo que el espectador puede percibir en pantalla, comenzando por el hecho de que sus protagonistas (Howie Seago y Emmanuelle Laborit) son sordos en la vida real. Esta sola circunstancia hace que la cinta se desarrolle lejos de ser una simple ficción amanerada por el histrionismo de la actuación. Aunque un poco descuidada en la edición _factor que de pronto se debe a la copia_ la película tiene la hermosa virtud de aproximar al público a la historia apoyada en una simbología _la nieve, el agua, la tormenta_ que cobra vida por sí sola en relación con el mundo silencioso que intenta describir. Y lo mejor, en contraste con la música, el mundo opuesto que, sin embargo, sólo unos pocos oyentes pueden percibir en toda su dimensión.Enredos de oficina Hasta los más exigentes cinéfilos, aquellos que andan buscando trascendentales inquietudes ontológicas y filosóficas en cada filme, tienen sus debilidades. En otras palabras, nadie escapa a ese momento en el que uno quisiera pasar de largo por una película con el simple propósito de matar el tiempo o abandonarse al letargo luego de agotadoras jornadas de trabajo. Es una especie de terapia mental que las grandes productoras de Hollywood están dispuestas a ofrecer en forma de chiste flojo, ese del que todo el mundo se ríe de lo malo que es pero que sirve para relajar el espíritu. Enredos de oficina pertenece a esta categoría. Su director, Mike Judge, es todo un experto en la materia. Sin ir más lejos, es el creador de la serie de televisión Beavis and Butt-Head. Sólo que en esta ocasión ha dejado a un lado los dibujos animados para componer una película con personajes de carne y hueso. Protagonizada por Ron Livingston y Jennifer Aniston, la cinta narra las aventuras de Peter Gibbons, un programador de sistemas que odia su trabajo y quien, luego de quedar hipnotizado de por vida durante una terapia sicológica, decide tomar las cosas con la suficiente frescura como para hacer todo tipo de irreverencias ante sus superiores e intentar cometer un millonario fraude electrónico en su empresa con tal de jubilarse pronto de sus angustias laborales. La comedia es tan patética que no necesita de mayor explicación. Tan mala que provoca risa, algo que coincide, precisamente, con los propósitos del director. Enredos de oficina no resiste mayor análisis, salvo el de que se trata de una cinta destinada al ocio en su sentido puro y de la cual se puede disfrutar a cabalidad si se toman las debidas precauciones intelectuales.