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Egon Schiele: la muerte y la doncella

Esta biografía del pintor vienés fallecido prematuramente recorre tanto sus dramas personales como su devoción por la pintura.

13 de enero de 2018

Título original: Egon Schiele: Tod und Mädchen

País: Austria

Año: 2016

Director: Dieter Berner

Guion: Dieter Berner e Hilde Berger

Actores: Noah Saavedra, Maresi Riegner

Duración: 110 min

Al final de esa película, quedé con la sensación de que toda esta oleada de biografías de artistas es más interesante por lo que dice sobre nuestro presente, sobre nuestra visión de lo que significa el arte y la importancia que puede tener, que por las vidas que resumen.

Dalida, reseñada la semana pasada, ofrecía un retrato de una cantante que terminaba por reforzar la idea de que no hay frontera entre arte y drama personal (les pasa algo trágico y al minuto siguiente ya tienen una canción al respecto). Es la idea de que el arte no requiere esfuerzo, que es la transmisión inmediata y sin elaboración de unos traumas personales terribles, lo que es lógico para un presente que valora sobremanera el compartir la intimidad de la forma más cruda posible –es decir, no procesada–, como se ve a diario en las redes sociales.

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Este filme también hace esa relación, aunque no es lo principal. El pintor Egon Schiele es una figura peculiar en la historia del arte occidental, que compartía el entusiasmo de las artes antes de la Primera Guerra Mundial, no con las descomposiciones de los cubistas ni los primeros experimentos de pintura abstracta, sino centrándose en la figura humana con unos retratos coloridos y estilizados en los que la sensualidad resultaba fundamental. Su búsqueda, más que en los sucesos externos, radicó en refugiarse en la esfera íntima.

Esta cinta, como él en su obra, evita entrar en detalle en su contexto histórico: Schiele (Noah Saavedra) aparece como un joven libertino en la Viena de comienzos del siglo XX, que vive para pintar y para irse de fiesta con sus colegas. Tiene una relación que raya en el incesto con su hermana Gerti (Mariesi Riegner), a quien retrata constantemente antes de encontrar otras modelos como Moa Mandu (Larissa Breidbach) y, más importante, Wally Neuzil (Valerie Pachner).

A esta última relación, la película le dedica más tiempo y muestra al pintor como un tipo egoísta y manipulador, que usa a los demás para su arte sin importarle nada las consecuencias.

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Más interesante que estos temas explícitos de atropellamientos y seducciones es el asunto del dinero, que aparece insistentemente. Aunque Schiele en algún momento dice que no le interesa en particular (“No es importante para mí”, le dice a su mentor Gustav Klimt) y que lo fundamental es la autonomía de su oficio (“Mi responsabilidad es defender la libertad del arte”, dice en otro momento), el filme ignora estos pronunciamientos para indicar repetidamente cuánto cobraba por sus acuarelas y cuánto por sus pinturas, cuánto tenía que pagar de arriendo, cuánto le adelantaba un marchante y demás. Asimismo, concluye con un letrero que informa que ahora sus pinturas y dibujos se venden por millones de dólares en subastas internacionales.

Y ahí volvemos a la relación con el presente: como la mayoría de noticias de arte que salen en la prensa, esta película repite la deprimente noción de que lo más importante que se puede decir sobre el arte es cuánto se paga por él. n

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